Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
Читать онлайн книгу.mañana.
–Descuida, jefe. Ciao.
Pulsó la tecla de fin de llamada y sacudió la cabeza sin poder creer que Carlo le estuviera vacilando de aquella manera. ¿Qué pretendía con sus preguntas sobre Fiona? ¿Acaso se le había pasado por la cabeza…? No, por favor. No podía creer que ello pudiera suceder. Aunque, bien pensado, todo era posible. Se quedó mirando fijamente la pantalla de su teléfono cuando la voz risueña de Fiona captó su atención. No pudo evitar levantar su mirada hacia ella para empaparse de su presencia. Por un breve instante cerró los ojos y maldijo en voz baja. En verdad que aquella signorina lo estaba volviendo loco, pero ¿qué podía hacer? Le había dejado claro que el trabajo era lo primero. Y después de hablar con David minutos antes le había quedado más claro aún que debería mantenerse alejado de ella. Pero, ¿cómo haría para no acercarse?
La observó avanzar despacio por el pasillo mientras charlaba con Margaret. Fabrizzio recordó su nombre y su cargo en la National Gallery: ella era la restauradora del museo. Fiona no parecía haberse fijado en él y eso le permitía cierta licencia para recrearse en su figura. Iba vestida con una camisa de color oscuro, cuyas mangas dejaban ver sus antebrazos, y un par de vaqueros desgastados con botas negras. Nunca había conocido a una mujer a la que le sentaran los vaqueros como a ella. Ceñidos a sus caderas y muslos en su justa medida. La imagen de Fiona enfundada en un kilt escocés le vino a la mente cuando recordó las palabras de Carlo. Sonrió divertido mientras ella se acercaba. No iba a confesarle a Carlo que no solo no le había visto las piernas sino que además había pasado sus manos por ellas. Había sentido su piel cremosa, tersa y suave bajo sus labios cuando las había recorrido dejando un reguero de besos sensuales hasta llegar a su cadera y posteriormente su firme vientre hasta perderse entre sus muslos.
Fiona no lo vio hasta que casi se chocó con él y entonces todo en ella se descolocó. Margaret se dio cuenta de este hecho y se limitó a sonreír con picardía, pero sin revelarle lo que percibía en la mirada de aquel apuesto italiano ni que se había dado cuenta de cómo había enrojecido Fiona en un solo momento. Sonrió divertida o azorada por aquel pequeño encontronazo mientras buscaba las palabras adecuadas.
–Te estaba buscando, y mira por dónde… –le dijo Fabrizzio tratando de que su mirada no se demorara demasiado tiempo en el ahora rostro risueño de ella.
–Oh, vale… –Se sentía cortada por la situación. ¿Qué hacía? ¿Qué había decidido después de la charla de la noche anterior con sus amigas? ¿Le daría una oportunidad a aquello que había entre ellos y que no sabía cómo definir? ¿O se centraría en su trabajo y pasaría de él?–. ¿Conoces a Margaret?
Tanto Fabrizzio como la restauradora se miraron sin saber muy bien qué era lo que tenían que hacer. Era como si Fiona intentara escapar de una situación ¿comprometida?
–Sí, nos conocemos –asintió Margaret–. ¿Cómo marcha todo?
–Bien, bien. Iba a comentarle a Fiona una par de cosas acerca de la exposición –le respondió algo cohibido por la manera en la que la Margaret lo miraba. ¿Es que sabía algo? ¿Tal vez lo intuía? Su sonrisa pareció delatarla.
–En ese caso le dejo en buenas manos –asintió mirando a Fiona sin abandonar esa sonrisa de complicidad con ella.
Fiona siguió a Margaret con la mirada en un intento por evitar la de Fabrizzio, ya que era consciente de lo que esta le provocaría. Mientras él permanecía perdido en la profundidad de sus ojos oscuros y seguía preguntándose qué tenía aquella muchacha para hacerle sentir como un colegial. Cuando por fin lo miró de frente y le sonrió, Fabrizzio creyó que no resistiría mucho tiempo sin rodearla por la cintura para atraerlo hacia él y besarla. ¡Al diablo con la exposición! ¡Con los retratistas italianos! ¡Qué mejor retrato tenía ante él que el de la mujer que lo hacía sentirse así!
–¿Qué querías decirme? –le preguntó en una especie de susurro que salió a duras penas a través de sus labios. No sabía muy bien qué hacían allí en mitad del pasillo, donde todos podían verlos y cuchichear–. ¿Vamos a mi despacho?
Su sugerencia era de lo más acertada, pensó Fabrizzio mientras caminaba a su lado dejando que sus brazos se rozaran. Quería mantener la mirada al frente, quería no pensar que ella caminaba junto a él y que sus dedos podían rozarse sin pretenderlo. Pero era imposible abstraerse a toda ella.
–Entra –le dijo mientras le cedía el paso y Fabrizzio penetraba en su despacho–. Espero que sepas perdonar mi desorden –le dijo con una risa nerviosa, mientras cerraba la puerta a su espalda. Estaba nerviosa ante la presencia de él, que echaba un vistazo a las estanterías del despacho. Fiona se quedó de pie, apoyada sobre el borde de la mesa con los brazos cruzados sobre el pecho, observando con curiosidad a Fabrizzio. Infinidad de situaciones y preguntas vinieron a su mente como un torrente desbordado.
–La verdad es que cuentas con libros muy interesantes en el campo del Renacimiento –le comentó pasando el dedo por estos y fijando su atención en los títulos, como si buscara uno en particular.
–He procurado rodearme de los mejores en ese campo –se apresuró a decirle para no parecer que estaba ida mientras lo observaba.
–Ya, pero he de decirte que te faltan un par de ellos. Imprescindibles.
–¿De verdad? –preguntó mientras se acercaba hasta él para comprobar qué decía.
–No veo ninguno de los míos –dijo volviendo el rostro para encontrarse con el de ella a escasos centímetros. Esbozó una tímida sonrisa mientras ella mantenía su mirada fija en él intentando averiguar si cruzaría la línea que separaban sus respectivas bocas. Fabrizzio se sintió envolver por el perfume femenino en aquel reducido espacio, notó la respiración agitada de Fiona y vio sus labios entreabiertos tentándolo a probarlos, a adueñarse de ellos sin pedir permiso. Sin embargo, no sabía cómo reaccionar. Ella… ella ocupaba todo el espacio del despacho con su presencia. O más bien podría decirse que era él quien solo tenía ojos para ella.
Fiona se acercó con la necesidad de tenerlo cerca. Sentir su respiración, esa mirada suya llena de curiosidad escrutando su rostro, sus dedos trazando el perfil de este como el día anterior en High Street. No podía ser malo aquello que él le hacía sentir. Ese fuego que la abrasaba en el interior y que ella quería controlar a toda costa. ¿Debería dar el paso y sujetarlo por las solapas de su chaqueta para atraerlo y besarlo como la noche en que lo conoció? Ella era impulsiva. Se dejaba llevar por el momento. Sin pensar en las consecuencias. Y ahora mismo sus deseos de que la besara le quemaban la piel.
–Recuérdame que te regale un ejemplar de mis obras cuando estemos en Florencia –le susurró tratando de apartar de su mente el deseo de fundirse con ella. Devolvió el libro a la estantería y volvió a centrarse en su rostro de ángel que lo había llevado al paraíso hacia dos noches. Pero que ahora mismo se asemejaba más a un pérfida y seductora diablilla que disfrutara con ese juego de seducción.
–Descuida. Lo haré –le aseguró sonriendo de manera abierta mientras podía percibir el deseo de él en su mirada–. ¿De qué querías hablarme?
Fabrizzio no podía pensar con claridad con ella mirándolo de aquella manera. ¿Qué le pasaba? Ayer mismo le había dicho que no quería que lo sucedido entre ellos interfiriera en la exposición. Y ahora estaba junto a él, sus bocas separadas por escasos centímetros. ¿Qué quería que pensara o hiciera? ¿Tal vez que la rodeara por la cintura y la besara hasta que le robara el aliento, el sentido? Ja, ¿y después? ¿Le insistiría en que la exposición era lo más importante y que su rollo, por darle algún calificativo, no podía interferir? Aquello había sido como si le arrojara un cubo de agua del mar del Norte que bañaba aquellas costas. De manera que se armó de valor y se centró en lo estrictamente profesional mientras cerraba las manos hasta clavarse las uñas y sentir el dolor.
–He recibido información de varios cuadros que tenemos en Florencia. En la galería de los Uffizi.
Fiona pareció quedarse sin respiración cuando lo escuchó decir aquello. ¿Qué le sucedía? Estaba a escasos centímetros de sus labios y…