Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray
Читать онлайн книгу.que sus palabras la habían desilusionado. Tal vez esperaba que él la besara y después charlaran sobre la exposición. Pero… ¡Maldita sea, la pasada noche se despidió de él sin un adiós! Sin ni siquiera volver su mirada hacia él para ver si la seguía mirando. En cambio él la vio perderse calle abajo en dirección a Princess Street, mientras ardía en deseos de quedarse con ella. Se había quedado como un tonto esperando a que se volviera. Pero no sucedió, porque se suponía que entre ellos no volvería a pasar nada, ¿no? Pues bien. Había respetado su decisión. ¿Qué sucedía ahora? ¿A qué venía aquella mirada que parecía que fuera a fulminarlo?
–Supuse que estarías interesada en ello. Por eso quería verte –le dijo mientras Fiona se volvía, cerraba los ojos e inspiraba hondo tratando de calmarse. Estaba crispada por el comportamiento de él. De manera que caminó hacia su silla detrás de la mesa y aguardó impaciente lo que tuviera que decirle.
–Sí, claro. Es cierto.
Sus palabras parecían abandonar su garganta a marchas forzadas, su tono era de desilusión. ¿Tal vez se hubiera equivocado con él? Pero, ¿dónde quedaba el maravilloso hombre del día anterior? ¿Qué le había sucedido? ¿Se debía a que no se quedó con él la noche pasada? ¿A que le había dicho que la exposición era lo principal para ella? «Criosh!», maldijo en gaélico mientras trataba de mantenerse profesional en todo momento. ¿Es que lo había estropeado todo por decirle eso? Permanecía sumida en estas preguntas mientras Fabrizzio seguía hablando.
–Carlo, mi ayudante, me ha dado el nombre de los autores y cuadros que hay disponibles, por ahora –le dijo tendiéndole un papel. Fiona sintió cómo el simple roce de sus dedos le transmitía una descarga que ascendía por todo su brazo.
Fingió echarles un vistazo, ya que en esos momentos no se sentía muy dispuesta a centrarse en ellos. Inspiró hondo mientras parecía pensar en los artistas.
–Quería saber de cuántos cuadros estamos hablando. Para agilizar los trámites –Percibió su mirada perdida en el papel. No parecía que estuviera prestando atención a los nombres de los artistas y sus cuadros. Fabrizzio apretó los dientes enfurecido por su comportamiento. Debería haberla besado. Sin duda. Tal vez no debería haberlo pensado tanto. No haber creído que era lo que ella quería. Pero, ¿por qué debería verse afectada la exposición porque ellos dos tuvieran una pequeña relación? No creía que fueran tan inmaduros e infantiles como para dedicarse a tontear en medio de algo tan importante para ambos–. Fiona. ¿Me estás escuchando?
Su voz y sus palabras la sacaron del momento de ensoñación en el que estaba perdida. Levantó la mirada del papel para centrarse en él pero por más que quería mantenerse fría y profesional, Fabrizzio sabía cómo devolverla a ese estado de ensoñación al que él la había conducido. Dejó caer el papel sobre la mesa sin apartar su mirada de él. ¿Cómo se sentiría? ¿Es que no se había dado cuenta de que quería que la hubiera besado? Había estado dándole vueltas toda la noche a cómo enfrentarse a esta situación. A cómo le gustaría que se desarrollara, y todo parecía estar viniéndose abajo.
–Sí, claro. Perdona estaba en otra parte. Me parece bien todo lo que tengas preparado. Es genial. Ahora, si me disculpas, he recordado que tengo que ir a un sitio –le dijo levantándose de la silla, cogiendo su chaqueta y saliendo del despacho–. Por cierto, puedes quedarte y echar un vistazo a lo que quieras –le dijo volviéndose hacia él con ese pretexto para lanzarle una última mirada.
Fabrizzio la miró sin saber qué podía sucederle y cuando quiso reaccionar ella había desaparecido. Se detuvo en mitad del pasillo con las manos en las caderas tratando de pensar con claridad qué había sucedido. Se pasó la mano por el pelo como si quisiera aclarar sus ideas. ¡Pero si no lo necesitaba! Ella le gustaba. Le gustaba de verdad como mujer. No tenía que pensarlo dos veces. Pero ¿qué le había sucedido a ella? Aquello no podía quedarse así. No antes de marcharse a Florencia el día siguiente.
Fiona subió a su moto sin mirar atrás. Sin parar a ver si él saldría tras ella. Arrancó y se incorporó al tráfico de Princess Street. Necesitaba alejarse de allí cuanto antes. Todos sus pensamientos, todas sus ideas románticas se habían venido abajo en un solo segundo. ¿Qué demonios había fallado? Pensaba que él estaba dispuesto a intentarlo con ella. O eso le había parecido cuando la besó en High Street de aquella manera tan… dulce, tan… tierna… y tan… romántica. ¡Maldición, comenzaba a pensar como Moira! Aceleró para tomar Leith Street en dirección al puerto mientras la adrenalina alcanzaba su máxima cota y creía que su corazón iba a estallarle de un momento a otro. ¿Estaba cabreada? ¿Dolida? No sabía si una mezcla de ambas. Decidió tomar por Leith Walk y coger la rotonda para girar en dirección a Royal Terrace. Aminoró la velocidad de su moto cuando llegó a su punto más alto, desde donde podía contemplar toda la ciudad iluminada. Apagó el motor y se quedó quieta durante unos momentos contemplando la cantidad de puntos luminosos que se extendían delante de ella. Eileen y Javier solían acudir a menudo a aquel lugar. Sin duda que merecía la pena, aunque a ella nunca se le había ocurrido. Pero en el momento en que salió del museo… Era como si la moto hubiera conducido por ella para llevarla hasta allí. Hasta el lugar donde se erige el monumento a Nelson. Se apeó de la moto, y tras fijarla al suelo, se quedó apoyada sobre esta dándole vueltas a lo sucedido en su despacho esa tarde. Si debió dar el paso y haberlo besado para dejarle claro que la exposición no tenía por qué influir en lo que ellos dos sentían. Tal vez había ido demasiado lejos al decirle que no quería que nada interfiriera en esta. Pero él parecía haberlo tomado al pie de la letra. Es verdad que llevaba peleando durante mucho tiempo con la junta de National Gallery para lograr su sueño. Una exposición de retratos de pintores italianos antes, durante y después del Renacimiento. Y ahora que por fin lo había conseguido no podía fallar nada. Ni podía dejarse llevar por sus sentimientos. Pero justo entonces, cuando todo por fin parecía encajar en su trabajo aparecía él. ¿Por qué se dejó llevar la noche que lo conoció? Tal vez debería haber esperado a que todo el tema de la exposición hubiera pasado. Entonces, ella podría plantearse otras cosas. Pero no. Tenía que ser justo en ese momento, en mitad de la exposición. ¿Por qué todo era tan complicado? ¿Por qué no podía dejar de sentir aquello por Fabrizzio? Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás mientras sentía la humedad. La rabia la comía por dentro. La rabia de creer que no hacía las cosas a derechas.
Fabrizzio regresó a su hotel para prepararlo todo para el viaje al día siguiente. Se sentó sobre la cama mientras se sujetaba la cabeza con las dos manos y cerraba los ojos para dejar que el rostro de Fiona fuera lo único que viera. Sonrió cuando este hecho se produjo y se quedó pensativo preguntándose dónde diablos se habría metido. ¿Adónde había ido con tal celeridad? ¿O se trataba de una excusa para salir del despacho y alejarse de él? No lo sabía. Cogió el teléfono para ver si había alguna llamada o algún mensaje suyo. Pero no era así. De manera que se dispuso a enviarle un WhatsApp para recordarle la hora de salida del vuelo a Florencia. Decidió no llamarla porque no sabía dónde se encontraba, o con quién. Al menos el mensaje lo leería. Acto seguido dejó su teléfono sobre la cama y se dispuso a darse una ducha para relajarse. El día no es que hubiera sido muy duro, pero las últimas horas…
La vibración de su móvil en el interior de la chaqueta de piel la hizo volver al mundo real. ¿Quién podía ser a esas horas? ¿Las chicas para tomar algo? La verdad era que no estaba de humor para copas de vino. Sacó su teléfono y se quedó mirando la pantalla mientras el nombre de Fabrizzio aparecía en esta. Una extraña sensación, mezcla de enojo y por otra parte tranquilidad se apoderó de ella. Seguía enfadada con él por lo sucedido, pero al ver su nombre no pudo evitar que una sonrisa de cariño y complicidad se dibujara en sus labios. Sin embargo, se borró al leer el mensaje. Le escribía para recordarle que debería estar temprano en el aeropuerto. Un mensaje formal. Directo. Profesional. Ni un ciao. Ni un beso. ¿O cómo estás? ¿Dónde estás? ¿Y por qué no la había llamado y había recurrido a algo tan frío como un WhatsApp? Sacudió la cabeza, contrariada, mientras tecleaba un OK. Allí estaré Devolvió el teléfono a su bolsillo y se subió a la moto para regresar a casa. Había querido despejarse y olvidar lo sucedido. Pero, él parecía seguir empeñado en comportarse de manera profesional. Muy bien. Pues se comportaría como una profesional