Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon. Lorraine Murray

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Despierta a mi lado - Placaje a tu corazon - Lorraine Murray


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y yo sea demasiado exigente conmigo misma –confesó en un susurro, mientras entornaba la mirada hacia sus amigas.

      –Deberías ampliar tu perspectiva en cuanto a los hombres. Además, ¿a ti te gusta que él te prepare el desayuno? –preguntó Moira entrecerrando sus ojos para contemplar el delatador rostro de Fiona.

      –¡Vale, no digo que no me guste, es que no quiero tener que depender de él!

      –No se trata de depender de él, Fiona. Sino de dejar que te cuide y te mime. Y creo que Fabrizzio está más que dispuesto a hacerlo –concluyó Catriona guiñándole un ojo a Fiona, algo que no hizo sino ponerla más nerviosa.

      ¿En realidad era eso? ¿Debería cambiar su percepción de las relaciones?

      –Ningún tío te ha durado más de dos semanas por cómo eres. Si quieres que funcione tal vez deberías hacerlo –apuntó Eileen.

      –Los asustas en cuanto te ven sobre tu potente moto. A eso me refería antes –dijo Catriona–. Se sienten cohibidos al verte con semejante máquina entre las piernas –concluyó sonriendo, mientras Fiona se quedaba boqueando como un pez.

      –Pero, yo soy así. Siempre lo he sido y nadie va a cambiarme –protestó furiosa con aquellos comentarios que no hacían sino reflejar su realidad.

      –Y queremos que lo sigas siendo. Pero, tal vez, deberías darle una oportunidad al destino –le sugirió Moira guiñándole un ojo, al tiempo que levantaba su copa para brindar–.Tal vez te esté esperando en Florencia.

      Fiona la miró con cara de pocos amigos, aunque por fin logró sonreír. ¿Es que no podía dejar al destino a un lado? Fiona se tenía por una persona que no creía en él. Nada de que todo estaba escrito y que había alguien vagando por ahí buscándote.

      –Me parecía raro que no soltaras algo de eso.

      –Es la verdad. Florencia te espera para descubrir el amor –anunció con una amplia sonrisa levantando su copa en alto en un brindis al que se unieron las demás. Fiona fue la última en hacerlo, mientras una mirada de recelo asomaba en sus ojos oscuros.

      –Voy a trabajar. Que os quede claro –matizó antes de beber de su copa de vino.

      –Por supuesto, cariño –le aseguró Catriona mientras sonreía y le guiñaba un ojo a Moira.

      Voy a trabajar. Se repetía una y otra vez Fiona mientras trataba por todos los medios de sacarse a Fabrizzio de la cabeza.

      Casi no se vieron en la National Gallery durante el día siguiente. Gran parte de ello fue culpa de Fabrizzio, que decidió no pisar el museo. No había descansado demasiado la noche pasada y decidió quedarse en la cama hasta la hora del desayuno. Luego, había recorrido él solo las calles del centro de la ciudad admirando su arquitectura, visitando otros museos, como el de los escritores escoceses o el del tartán. Prestó atención a cómo se tejían los kilt. Trataba de evitar encontrarse con ella en la National Gallery. Lo curioso es que ni siquiera se molestó en llamarla para comer, aunque ella tampoco lo hizo. De manera que la situación quedó en un hipotético empate entre ambos. Fabrizzio apenas si apareció a última hora del día para intercambiar algunas notas con David. Según le contó su amigo, Fiona había salido con Margaret a tomarse un café.

      –Si quieres consultarle algo a ella, no creo que tarde mucho más –sugirió David con toda naturalidad y todo el interés de se vieran.

      –No, no es nada importante. Tan solo decirle que tengo a mi gente de Florencia trabajando en los nombres de los retratistas que habíamos barajado para la exposición. Nada importante.

      –En ese caso… Puedes llamarla. ¿No te quedas?

      –No, no. Prefiero seguir con mis cosas. Tenemos poco tiempo y mucho trabajo por hacer. Nos marchamos mañana y he de asegurarme que todo en Florencia esté a punto a mi llegada –le dijo a modo de disculpa para no quedarse. Sentía necesidad de hacerlo, pero era consciente de que su trabajo estaba por encima de sus deseos. Ella se lo había pedido. No quería que lo suyo interfiriera en su exposición. Y él respetaría la palabra dada–. Puedes decirle que si tiene alguna pregunta que me llame. Estaré en el hotel recogiendo todo. Y que no se le olvide que el avión sale a las diez. Que esté con tiempo en el aeropuerto.

      –¿No sería mejor que lo hablarais entere vosotros?

      –Tienes razón pero ahora no está y… –A David le pareció que le sucedía algo con ella. No era lógico que quisiera marcharse sin haber concertado con ella todo lo del viaje.

      –¿Qué tal con ella ayer? –le preguntó David, de una manera casual, ajeno a lo que estaba sucediendo entre ellos.

      –Bien. ¿Por qué?

      –Por nada. Tan solo quería saber qué tal congeniáis. Ya sabes… Dos culturas e ideas distintas. Y luego está el carácter de ella. Muy exigente, tenaz y, en ocasiones, algo dura consigo misma.

      –Sí. Ya me he dado cuenta.

      –Quiere que esta exposición sea la más renombrada de las islas. Lleva mucho tiempo detrás de ella, y ahora que la junta del museo ha accedido, Fiona no quiere dejar escapar la oportunidad.

      –Sí, comprendo que es muy importante para ella. Por eso mismo estoy tratando de acelerar todo en Florencia. Ahora, si me disculpas, me marcho al hotel.

      –Claro. Que tengas buen viaje, y estaremos en contacto –le dijo estrechando su mano–. Es un honor tenerte como colaborador.

      –El placer es mío por estar aquí. Gracias a ti por acordarte de mí.

      Fabrizzio abandonó el despacho de David con las palabras de este acerca de la importancia de la exposición flotando en su mente. Fiona se lo había comentado y él estaba haciendo todo lo posible por ayudarla. Por eso decidió llamar a Carlo para saber qué tal marchaba su encargo.

      –Hola, jefe, ¿qué tal va todo? –respondió con un tono de voz risueño que le molestó.

      –Eso quería saber. ¿Qué has podido averiguar sobre los retratistas que te nombré ayer?

      –Sí, me puse a ello nada más llegar esta mañana. Disponemos de un par de retratos de Piero della Francesa, los de los Duques de Urbino; Filippo Lippi y su Virgen con el Niño y Los Ángeles, aunque a mí este no me encaja en lo que entiendo que quieren mostrar.

      –¿Algo más moderno?

      –Algo de Bronzino, Retrato de Leonor de Toledo con su hijo Juan, del XVI. Y un Bacco de Caravaggio de finales del XVI. Por ahora es lo que tengo.

      –Para empezar no está mal. Aunque necesitaremos algunos más…

      –¿Cuántos necesita la signorina escocesa para la muestra? –le preguntó con un tono que a Fabrizzio no pareció agradarle en exceso. Sobre todo cuando se refirió a Fiona como signorina escocesa. Pero por ahora lo dejaría pasar. Tampoco había por qué estar discutiendo a cada momento con Carlo. Además, ¿qué podía importarle a él? Y si tanto le afectaban las bromas de su colega, tal vez fuera mejor no dejar a Fiona a su cargo. ¿Acaso temía que Carlo pudiera seducirla? No. Fiona no buscaba un romance en Florencia. Iba en busca de cuadros para su exposición. Nada más. Para ella, era lo más importante.

      –No lo sé. No le he preguntado. Imagino que cuantos más mejor. Seguramente, después deberá elegir aquellos que más se ajusten a sus necesidades. No lo sé –le explicó con un toque de mal humor que no pasó desapercibido para Carlo.

      –¿No has dormido bien?

      –¿Por qué me lo preguntas?

      –Porque te noto algo… tenso. Como desquiciado. ¿No te está tratando bien la signorina? –le preguntó con un tono de vacile que encendió aún más el ánimo de Fabrizzio.

      –Céntrate en tu trabajo, Carlo. Y deja en paz a Fiona.

      –Ah, por fin conozco su nombre. La signorina Fiona. Por cierto, ¿es de las que se viste con falda de cuadritos y va


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