Déjame en paz…, y dame la paga. Javier Urra

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Déjame en paz…, y dame la paga - Javier Urra


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de voz. Y ese estallido hormonal precisa de alguna forma ser reconducido. Pero no te olvides que lo que un adolescente demanda, desde su inestabilidad emocional, es una pared contra la que chocar, y, como la hiedra, en la que apoyarse para crecer.

      En la adolescencia los hormonados impulsos procedentes de la amígdala campan a sus anchas, pues se encuentran con las lentas neuronas de la corteza cerebral, sin mielinizar todavía.

      Ten presente que es a los veintitrés años cuando se alcanza la madurez neurológica, con el desarrollo completo de los lóbulos cerebrales frontales y la corteza prefrontal. Ten en cuenta también que es la sede de los procesos mentales superiores: planifica el comportamiento, prevé las consecuencias, elige los recuerdos, regula la conducta social, frena los impulsos procedentes del sistema límbico y ayuda a reflexionar antes de actuar. Digamos que es el director de escena.

      LA IMPORTANCIA DEL GRUPO Y EL DESAPEGO DE LOS PADRES

      Los adolescentes poseen una gran rapidez mental, una gran velocidad de procesamiento. A las redes y a internet se debe una buena parte de esa reactivación en el ámbito de la política de los jóvenes. La mayoría realiza actos en su vida cotidiana que tienen como fin la protección del medioambiente.

      En el desarrollo de la adolescencia la redefinición sexual y de género se convierte en un aspecto central. Han de asumir sus cambios físicos y hay que indicarles la necesidad de dormir más, pues el reloj del sueño se retrasa en este periodo —quieren acostarse tarde y levantarse tarde—. Como por obligación han de levantarse pronto, duermen poco y acumulan irritabilidad. La melatonina, la hormona que induce al sueño, se segrega más tarde, a partir de la pubertad.

      Los hábitos alimentarios de los jóvenes son anárquicos y, con frecuencia, impulsivos. Apetito desmesurado, ingesta de alimentos de preparación sencilla, consumo fácil y saciedad inmediata. Es una etapa de crecimiento y de incremento de peso, masa muscular y tejido adiposo. Necesitan energía, azúcar e hidratos de carbono. Precisan realizar ejercicio físico, y aporte extra de calcio, hierro, zinc y magnesio.

      No les es fácil enfocar su mente en un trabajo —piensan en temas de amigos, de pareja, etc.—. Claro que tienen que hacer actividades extra, pero hemos de limitarlas en el tiempo, pues es de lógica que precisan estar con los amigos, aunque sea sin hacer nada especial, en lugares seguros y de confianza.

      A esas edades resulta esencial satisfacer las expectativas del grupo de referencia. Muchos de sus mensajes de WhatsApp parecen notas secretas. Son dramáticos, irracionales y a veces con aire de megalomanía. Asocian su imagen con la aceptación y pertenencia al grupo. Les da pánico hacer el ridículo ante los amigos o compañeros.

      Les importa mucho lo que digan de ellos, y es que en esta etapa el autoconcepto se encuentra a la deriva.

      Buscan códigos de identificación con su grupo de referencia —lenguaje, vestimenta, tipo de música, tatuajes, piercings…— y se identifican con sus ídolos musicales —sienten que la música es una forma de expresar su creatividad y sentimientos—. También marcan su territorio con pósteres y pasan más tiempo solos en su habitación, pero en contacto con sus amigos —mensajería de texto, etc.—.

      Los chicos precisan comunicarse. Cuando los adolescentes hacen botellón, lo que hacen primordialmente es interaccionar entre ellos. Cosa bien distinta son las tribus urbanas, que aportan una identidad que, ejercen el papel de padre grupo. Están dispuestos a contribuir en actividades solidarias y resulta también positivo orientarlos a la reflexión sobre temas de trascendencia.

      Quizás te sientas sorprendido por una actitud muchas veces de desdén, o quejicosa, o exigente, o egoísta o tiránica. Pero, además, sufrirás al ver que tu hijo —tu querido hijo— se encierra en sí mismo y dota de más valor la opinión de sus amigos que la tuya, a pesar de haberle traído al mundo, de haberle cuidado y de haberle protegido.

      En la adolescencia se deja de ver a los padres como seres maravillosos.

      Ante una ternura rechazada, los progenitores no saben si estar encima del hijo o, por el contrario, dejarle mucho espacio, y buscan contemporizar y evitar choques y momentos desagradables, más cuando se está delante de otros ciudadanos o miembros de la familia. Contacta con otros padres para ver cómo se desempeñan, sería bueno que estuvieras en comunicación con los profesores de tus hijos y entablaras conversación en lo posible con sus amigos, pues se trata de conocerles en los distintos ámbitos y lugares, de ocio, de estudio, y no solo del hogar.

      Esta es una etapa en la que los padres, y, sobre todo, en verano, esperan tan desvelados como preocupados a que sus hijos vuelvan de la fiesta, fiesta que en los pueblos conlleva que los lleven y los recojan. A veces hay acuerdos entre varios padres; unos los llevan, otros los recogen.

      Has de conocer también a los padres de los amigos de tu adolescente. No es necesario ser íntimos, pero sí aliarse en favor de la racionalización de horarios y actividades. El adolescente trata de diferenciarse de lo tradicional, pero lo hace buscando un grupo con el que identificarse, al que pertenecer, reconvirtiéndolo en sentimiento de pertenencia, de familia.

      Debes conocer igualmente a los amigos de tu hijo: invítalos a casa, recógeles tras la fiesta, llévalos a partidos deportivos, a conciertos. Escúchalos.

      Los amigos son muy importantes, pero no reemplazan a los padres cuando se trata de cuestiones para ellos vitales. No puedes elegir a los amigos de tu hijo, pero sí con anterioridad las actividades de estos, que es donde los encontrará: el colegio, las acampadas, el teatro, pertenecer a una orquesta, practicar un deporte, etc. Más allá de las pantallas, a los adolescentes les gusta quedar, salir, hablar, estar juntos.

      Habla sobre la amistad, la diferencia abismal entre ser amigo, compañero o colega. Ten presente que buena parte de los comportamientos de riesgo acontecen con el grupo de amigos, por tanto, es esencial fortalecer su asertividad, su capacidad para resistir las presiones de grupo, a veces insanas o claramente atentatorias contra las normas familiares o los valores que quieres transmitirles.

      La presión del grupo de amigos para un adolescente es muy fuerte, y, por tanto, has de anticipar posibles situaciones, hablarlas, plantear alternativas y salidas, y ayudarle a sentirse más seguro para afrontarlas.

      Cuando las actividades, los horarios o el lugar no son adecuados para tu hija o para tu hijo, por el riesgo evidente para su seguridad o para su salud, di categóricamente no y de manera innegociable.

      Claro que supervisar las actividades, los horarios y los amigos es necesario. Tiene que ser consciente de que vas a intentar saber desde la confianza qué está haciendo y con quién lo está haciendo, pues no dudes de que resulta preventivo, ya que se implicará en menos actividades de riesgo. Y si desconfías de alguno de sus amigos, has de transmitir tus percepciones, las razones, limitar los tiempos y las actividades con ese o esos amigos.

      Todo adolescente debe tener un verdadero amigo, una verdadera amiga, que lo es del alma, que es insustituible. Quien no tiene un amigo verdadero, debe ser motivo de preocupación.

      Los adolescentes a lo que tienen miedo es a la exclusión, a ser señalados por la mayoría como distintos. Fíjate si es así, que a muchos progenitores no les gusta tener un hijo con comportamientos o conductas que sean excepcionales.

      De los padres esperan respeto, que mantengan la distancia óptima, que los trasmitan equilibrio y seguridad, que les den buen ejemplo, que les apoyen y los escuchen, que les indiquen cómo afrontar la realidad, los conflictos, cómo anticipar los acontecimientos. Solo el veinte por ciento de los adolescentes cuenta sus problemas o preocupaciones a sus padres.

      Podríamos definir a los adolescentes como el cristal, duros, pero frágiles. Quieren querer, pero no saben cómo. Quieren ser atendidos, pero también estar aislados. Quieren que se respete su intimidad, que se les deje respirar, que se les deje vivir.

      Es en la adolescencia cuando se capta por primera vez la vulnerabilidad.

      Además, y desde hace un tiempo, se ha


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