Déjame en paz…, y dame la paga. Javier Urra

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Déjame en paz…, y dame la paga - Javier Urra


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esa patente de corso, abusan de sus padres sin darse cuenta de que al hacerlo también se dañan a sí mismos.

      Hay un aspecto nuclear que se refiere a la sexualidad de los adolescentes, y es que en ese paso de la niñez a la edad adulta brota la sexualidad de forma imperiosa, ya sea individualmente o en pareja. Por supuesto es un derecho, pero que debe utilizarse desde el conocimiento de los riesgos, como son las enfermedades de transmisión sexual, o la utilización por parte de adultos, o unir sexo y violencia o procurar embarazos no deseados.

      No sé si sabes que uno de cada cuatro adolescentes que mantienen relaciones sexuales no utiliza anticonceptivos. En los barrios más deprimidos, el número de embarazos adolescentes comparado con los barrios ricos se multiplica por cuatro. Es la falta de educación sexual y el escaso uso de los métodos contraceptivos los que explican una tasa elevada de abortos entre jóvenes.

      Los adolescentes nos mantienen a los adultos actualizados en lo que a la tecnología, música y moda se refiere, y también aportan de manera positiva a la familia su alegría, su ilusión, su humor. La verdad es que te ríes mucho con ellos. Su ternura, esos momentos sensibles, cariñosos que añaden ese puntito que aún les queda de niños. Su capacidad para debatir, el equilibrio que confieren al tener intereses distintos a los que son propios de nuestra edad, y desde luego no negaremos el compartir momentos cálidos de comidas, de salidas, de viajes. Tienen menos prejuicios que sus padres, poseen una gran energía —a veces—, son críticos con el mundo, viven con mucha intensidad y son sentimentales y creativos. En la adolescencia es fácil encontrar la inspiración. Son, en general, tolerantes. Les encanta, pese a lo que pudiera parecer, hacer cosas en familia.

      En la adolescencia hemos de querer a quien más lo necesita cuando de verdad menos lo merece.

      TIPOLOGÍAS DE ADOLESCENTES

      Hay algunas, podríamos decir, «tipologías de adolescentes», por ejemplo: los huidizos, los introvertidos e indescifrables. Estos están desconectados, normalmente con cascos de música, esconden sus cosas, se refugian en su cuarto. Son esos que sus padres dicen «la verdad es que no sé qué piensa y realmente no sé conocerle, me preocupa».

      Otros serían los cien por cien grupales, los que viven para y por los colegas, y se activan solo con ellos. Son indescifrables para los adultos y parece que conectan y están en sintonía con sus iguales.

      Están los maltratadores de los hermanos pequeños o también pueden serlos de la madre. En ese caso, generalmente, es que el padre varón está desaparecido. Son esos jóvenes que gritan, que golpean, que insultan, que vejan, que se dejan llevar por un carácter irascible y les funciona.

      Otro grupo sería el de los psicopáticos. Son esos que desde niños aprendieron a ser insensibles, lejanos, duros, digámoslo sinceramente, a deshumanizarse. Su principio filosófico es «primero yo, luego yo». Mantienen esa actitud tiránica, dictatorial, distante, incapaces de empatizar, de mostrar afabilidad, ternura, de transmitir sensibilidad y de pedir perdón.

      Otro problemático sería el de los drogodependientes. Desde el que va a consumir habitualmente droga, que busca un euforizante o drogas de síntesis, hasta el consumidor de alcohol de tipo nórdico; es decir, de alta graduación. Al final, lo que busca es alejar la consciencia de lo que le rodea.

      Un grupo más sería el de los enganchados a, pudiera ser, el ordenador o el teléfono móvil, y los que se inician en la ludopatía y los compradores compulsivos. Y para finalizar este pequeño repaso, también tenemos al adolescente con graves problemas de conducta, a veces, no siempre ni mucho menos, afectado de una enfermedad mental.

      3

      NOS QUEREMOS, PERO NO NOS SOPORTAMOS

      Mi hijo ya es adolescente.

      He tenido una charla sobre sexo con él,

      y he aprendido mucho.

      No deberíamos hablar de adolescente problemático, sino de familia con problemas. En un hogar con uno o más adolescentes se impone, en ocasiones, la incomprensión como axioma. A veces, los gritos, la discusión. Otras, unos silencios clamorosos. Cuando no portazos y momentos duros y difíciles.

      Las discusiones nacen de unas familias que educan en modelos sobreprotectores o de autoritarismo, cuando los padres que han sido los entrenadores de sus niños en todo momento y lugar son despedidos por los adolescentes. Estamos hablando de un seísmo relacional, de un tsunami vivencial, pues padres e hijos deben compartir los mismos espacios, generándose en algunas situaciones una relación tóxica, cuando no injusta, que deja heridas y secuelas no siempre imperceptibles.

      Hablar «de padre a hijo» cuando ya han surgido los conflictos no siempre da resultado. Intentar seducirlo, buscar su complicidad, es lo que menos precisa y en el fondo desea. Esta tonta actitud les impele a huir, a liberarse de tan equívoca relación.

      Si hablamos con los adultos, nos dirán que su hijo o hija se mantiene en un reto permanente, que habla mucho de derechos, pero que no conoce el significado de los deberes. Que no contribuye a las labores del hogar, que hay que seguirles y perseguirles con los horarios, con la higiene, para que bajen la música, para que piensen en los demás. Y sí, el tema de derechos y deberes es una piedra de toque, donde han de confluir los de todos, ya se sea niño, adolescente, maduro o anciano. Las normas deben haber sido explicitadas con afecto y antelación, y han de hacerse realidad, aunque conlleve imponerse desde el criterio de que una familia no es una entidad democrática, sino que hay unos adultos que cual directora de orquesta o capitán de barco dirigen y toman decisiones.

      No se trata de negociar, pero sí de dialogar sobre las normas y límites, de forma y manera que se sientan concernidos en su elaboración y cumplimiento. Reserva la autoridad para los problemas serios y no temas ejercerla cuando haya que evitar algún peligro.

      Los hijos no deben temer a los padres, pues un día podría volverse en contra, pero primordialmente porque eso no es querer ni educar.

      Es triste escuchar que hay bastantes amenazas, cuando no denuncias, y aun otras lindezas, de hijos a padres, a veces como forma de chantaje para conseguir sus objetivos. Y también de padres a hijos desde una reconocida impotencia. Una cosa es deambular por el inseguro puente de la adolescencia y otra hacer que sea el respeto el que se tambalee.

      La crisis de la adolescencia se agrava si vive la desestructuración social y familiar. La separación de los padres en esa etapa los desajusta y desequilibra mucho.

      La sociedad es la que es, la realidad no es fácil de variar, pero encontramos familias donde se vadean bien esos periodos tumultuosos, mientras que otras dan paso al rencor y a la virulenta violencia.

      La madurez de los padres es puesta a prueba. A veces y por distintas circunstancias el progenitor es uno solo, y si bien no agrava la situación, lapida aún más a quien la padece.

      Sepamos y hagamos saber que somos como imanes, que en una posición se rechazan y en otra se atraen, y que cuando nos acercamos cual erizos, nos hacemos daño. Ciertamente existe la patología del amor, y es que en ocasiones se quiere mucho a quien no te muestra afecto —o incluso al que no se le muestra afecto—.

      Sin dejarnos chantajear, analicemos los enfados. Tal vez son estrategias para salvaguardar su integridad psíquica, para ocultar el sufrimiento producido por la culpa o la vergüenza.

      A los padres se les olvida que ellos fueron adolescentes y que hicieron más o menos lo que ahora hacen sus hijos.

      Tenemos a hijos que agreden a sus padres, lo que se ha dado en llamar violencia filio-parental. Muchas veces no tienen obligaciones, no participan en ninguna actividad relacional, abandonan los estudios y son adolescentes muy duros emocionalmente, se disparan en psicopatía. La violencia les produce placer, son auténticos héroes del acontecer violento, puede ser en la familia, fuera de ella o en ambos lugares. No hagamos ahí un diagnóstico de corte vertical, son así, tiene que ser una realidad transversal. ¿Cuál es su pasado? ¿Cómo empezaron? ¿Y cuál es


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