La industria del creer. Joaquín Algranti

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La industria del creer - Joaquín Algranti


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singulares, que estabilizan en cierta medida un lenguaje –o al menos un sistema de referencias– que les dan el tono a los objetos que nos ocupan. Esto nos lleva al terreno de la economía y la religión sobre el que transita nuestro libro y es en esta zona donde encontramos ciertos obstáculos, exageraciones o zonceras que, a fuerza de explicitarlas, esperamos desandar. Vamos a dividir este apartado en varias secciones. La primera se ocupa del obstáculo relativo al fetichismo de la forma mercancía. La segunda tiene que ver con el argumento en torno a la dimensión económica de las iglesias y el grado en que su negación es una parte constitutiva de la vida religiosa. Finalmente, la tercera es una zoncera recurrente a través de la cual el paradigma de la modernización interpreta el accionar de protestantes y católicos en América Latina.

      Comencemos con un obstáculo ya clásico en el estudio de los fenómenos que nos ocupan. Cuando se trata con mercancías religiosas, se corre el riesgo de tomar el objeto por lo que éste pretende ser, es decir, como un contenido cerrado, hermético, que porta en sí mismo un valor doble –espiritual, por lo que representa, pero también económico por su capacidad de compraventa– y que guarda en su interior la potencia para establecer vínculos entre las personas. Desde esta perspectiva, son los objetos, y no las relaciones de producción o las formas de vida del grupo, los que reúnen a los agentes en el mercado o devienen –oblación mediante– canales de comunicación con la divinidad. No es casual, entonces, que la metáfora teológica haya sido un recurso privilegiado por Karl Marx a la hora de comprender la forma mercancía y su secreto, o sea, su carácter de fetiche. Al igual que las imágenes religiosas,[10] la economía política clásica opera en su momento una inversión del mundo material que la llevaba a entender los productos sociales del hombre (las mercancías, la técnica, las fuerzas productivas, etc.) como realidades externas, poderes autónomos a su control. La contracara de este proceso de personificación de los objetos económicos es la cosificación de las relaciones sociales donde un sector de la sociedad vende su fuerza de trabajo en el mercado como una mercancía más entre otras. Es probable que Georg Lukács haya sido uno de los primeros autores en desplegar el alcance de la hipótesis marxista sobre el fetichismo de la mercancía. La esencia de la estructura mercantil, plantea Lukács (1985: 5-6) como punto de partida de sus análisis, “se basa en que una relación entre personas cobra el carácter de una coseidad y, de ese modo, una objetividad fantasmal que con sus leyes propias rígidas, aparentemente conclusas del todo y racionales, esconde toda huella de su naturaleza esencial, el ser una relación entre hombres”. La opacidad de un objeto de estudio que se encuentra a medio camino entre el orden económico y el religioso consiste, justamente, en sortear la inversión que ambas esferas llevan delante de sus productos sociales y entender que la captación sociológica de las mercancías religiosas supone estudiar el entramado de relaciones que las hace existir. Por ello, es preciso atender a la “prehistoria” de los objetos culturales, esto es, a las unidades productivas que los diseñan, modelan, fabrican, de acuerdo con una visión en algunos casos de iglesia-empresa y en otros de empresa a secas que le da forma a una política cultural de bienes religiosamente marcados. Éste es el objetivo principal de nuestro libro, la prehistoria de un modelo peculiar de mercancías, vistas a través de sus productores más importantes, esto es, las editoriales. Existe, como señalamos en un principio, otra área fundamental de estudio que es preciso reconocer programáticamente aunque no forme parte de nuestras indagaciones iniciales. Se trata de los contextos de consumo o, podríamos decir, de uso, los cuales completan el análisis desfetichizador de las mercancías en la medida en que recomponen el recorrido de los objetos culturales desde su producción hasta los espacios sociales por los que circulan y son utilizados de maneras precisas. Pensemos, por ejemplo, en los circuitos de sociabilidad familiares, escolares, eclesiásticos, laborales o exclusivamente recreativos que pueden incluir una cultura material religiosa. De esta forma, el cuadro completo disuelve la identidad plena que las mercancías reclaman para sí en una configuración de relaciones sociales que las anteceden en términos productivos y las trascienden una vez que son consumidas en contextos específicos. En todo caso, el carácter autónomo, el fetiche de los objetos, sirve para entender la inversión que opera el medio interno que los fabrica y el modo en que esta inversión es constitutiva de su funcionamiento. Esto nos lleva al segundo punto que nos interesa tratar, aquel relacionado a la naturaleza antieconómica de las empresas religiosas.

      En un trabajo breve titulado “La risa de los obispos” Pierre Bourdieu (2002: 186-199) señala acertadamente que la verdad económica del mundo religioso se encuentra negada a través de un trabajo colectivo que la iglesia y sus representantes llevan adelante para reprimir las bases precapitalistas (propias del modelo de la ofrenda, del voluntariado, del sacrificio) que les otorgan sustento a sus organizaciones. No se trata de una negación sin más, en el sentido de un ocultamiento malintencionado o cínico, sino de una tarea socialmente aprendida y transmitida que apunta a eufemizar bajo un lenguaje simbólico los oficios eclesiásticos. Ellos bien podrían ser analizados desde otra matriz de lectura como puestos de trabajo, con sus remuneraciones, formas de plusvalor, derechos laborales, etc. Sin embargo, el tabú de la explicitación hace de la iglesia una empresa cuya eficacia discursiva depende de la reproducción de las condiciones de desconocimiento de sus bases económicas. Así como el capitalismo funciona a fuerza de omitir el carácter sagrado que tiene la propiedad privada, el capital, la forma mercancía o la obtención de valor, también la iglesia –y aquí el modelo por excelencia es el del catolicismo– opera negando las formaciones económicas que la sostienen. Nuestro libro retoma en parte este argumento, pero lo relativiza. O, para decirlo de otra forma, nos parece que Bourdieu exagera “la risa de los obispos”, es decir, recarga demasiado el carácter antieconómico como clave interpretativa de las organizaciones religiosas. A medida que nos acerquemos a las empresas editoriales, en tanto unidades de producción de bienes de cultura, vamos a ver que a lo largo de su historia las congregaciones, las iglesias y las sinagogas han sabido volcarse tempranamente a la fabricación de mercancías bajo las reglas del mercado, buscando la capacitación individual, la actualización tecnológica, la rentabilidad, la competitividad, la obtención de ganancias y su reinversión. De hecho, el modelo de iglesia devenida conscientemente empresa económica constituye uno de los polos fundacionales del espacio editorial de la Argentina. Surgen en este ámbito editoriales que supieron combinar hábilmente las formas precapitalistas de la donación, la ofrenda, las vocaciones y el voluntariado, propias de las estructuras eclesiásticas, con una visión de empresa. Los cargos que nacen de este cruce expresan la dualidad de funciones. Es así como abundan en el medio figuras mixtas; tal es el caso de los curas editores, las monjas especialistas en marketing, los seminaristas a cargo del departamento de ventas y atención al cliente, las novicias aprendices de la gestión audiovisual, los autores de best-sellers que son a su vez pastores o líderes de iglesia, los evangelistas productores, los rabinos dedicados a la traducción de libros, y así. Es posible que un perfil profesional, una vocación, se encuentre adaptada a los dos mundos y que produzca un discurso que los articule aunque termine jerarquizando, según la situación, a uno sobre el otro, como vamos a ver más adelante. De esta manera, los principios antagónicos de la economía y la religión pueden encontrar formas sociales de interdependencia. Por supuesto que hay un momento de verdad en la negación colectiva de la dimensión económica que emprenden las organizaciones religiosas, al menos en primera instancia. Sólo que esta operación se desdobla casi inmediatamente en un modo peculiar de proyectarse y ocupar el mercado. Las editoriales de congregación son, por lo tanto, empresas con fines espirituales que niegan en primera instancia la definición dominante del capitalismo, pero la afirman en un segundo momento, al habitarlo y producir mercancías bajo sus reglas.

      Sabemos, entonces, que es preciso desmarcarse de una concepción fetichista de las mercancías, que omite los procesos de entramado –de producción, circulación y consumo– de los objetos, sin exagerar, tampoco, la naturaleza antieconómica de las organizaciones eclesiásticas, ya que éstas logran muchas veces desenvolverse con éxito en el mercado.

      Nos proponemos ahora explicitar una zoncera recurrente que oscurece el objeto. Decimos zonceras en el sentido estricto que le otorga Arturo Jauretche (2003: 12-15) al término. Se trata de formas de razonamiento falsas o espurias producto de la incorporación de premisas extrañas a las cuestiones analizadas, cuyo equivalente en el plano de la lógica corresponde a los sofismas. Pero no es un problema de la lógica el que ocupa al autor. Aunque cristalizan


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