El sombrero de tres picos. Pedro Antonio de Alarcón

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El sombrero de tres picos - Pedro Antonio de Alarcón


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rota...

      —¿Qué pasa ahí?—exclamó en esto el tío Lucas,

       asomando su feo rostro entre los pámpanos de la parra.

      El Corregidor estaba todavía en el suelo boca arriba, 38-25

       y miraba con un terror indecible a aquel hombre que

       aparecía en los aires boca abajo.

      Hubiérase dicho que Su Señoría era el diablo, vencido,

       no por San Miguel, sino por otro demonio del

       infierno. 38-30

      —¿Qué ha de pasar? (se apresuró a responder la

       señá Frasquita). ¡Que el señor Corregidor puso la

       silla en vago, fue a mecerse, y se ha caído!

      —¡Jesús, María y José! (exclamó a su vez el Molinero).

       ¿Y se ha hecho daño Su Señoría? ¿Quiere un 39-5

       poco de agua y vinagre?

      —¡No me he hecho nada!—dijo el Corregidor,

       levantándose como pudo.

      Y luego añadió por lo bajo, pero de modo que pudiera

       oírlo la señá Frasquita: 39-10

      —¡Me la pagaréis!

      —Pues, en cambio, Su Señoría me ha salvado a mí

       la vida (repuso el tío Lucas sin moverse de lo alto de la

       parra).—Figúrate, mujer, que estaba yo aquí sentado

       contemplando las uvas, cuando me quedé dormido sobre 39-15

       una red de sarmientos y palos que dejaban claros suficientes

       para que pasase mi cuerpo... Por consiguiente,

       si la caída de Su Señoría no me hubiese despertado tan

       a tiempo, esta tarde me habría yo roto la cabeza contra

       esas piedras. 39-20

      —Conque sí... ¿eh?... (replicó el Corregidor).

       Pues, ¡vaya, hombre! me alegro... ¡Te digo que me

       alegro mucho de haberme caído!

      —¡Me la pagarás!—agregó en seguida, dirigiéndose

       a la Molinera. 39-25

      Y pronunció estas palabras con tal expresión de reconcentrada

       furia, que la señá Frasquita se puso triste.

      Veía claramente que el Corregidor se asustó al principio,

       creyendo que el Molinero lo había oído todo;

       pero que, persuadido ya de que no había oído nada 39-30 (pues la calma y el disimulo del tío Lucas hubieran engañado al más lince), empezaba a abandonarse a toda su iracundia y a concebir planes de venganza.

      —¡Vamos! ¡Bájate ya de ahí, y ayúdame a limpiar

       a Su Señoría, que se ha puesto perdido de polvo!—exclamó 40-5

       entonces la Molinera.

      Y, mientras el tío Lucas bajaba, díjole ella al Corregidor,

       dándole golpes con el delantal en la chupa y

       alguno que otro en las orejas:

      —El pobre no ha oído nada... Estaba dormido 40-10

       como un tronco...

      Más que estas frases, la circunstancia de haber sido

       dichas en voz baja, afectando complicidad y secreto,

       produjo un efecto maravilloso.

      —¡Picara! ¡Proterva!—balbuceó Don Eugenio de 40-15

       Zúñiga con la boca hecha un agua, pero gruñendo

       todavía...

      —¿Me guardará Usía rencor?—replicó la navarra

       zalameramente.

      Viendo el Corregidor que la severidad le daba buenos 40-20

       resultados, intentó mirar a la señá Frasquita con mucha

       rabia; pero se encontró con su tentadora risa y sus

       divinos ojos, en los cuales brillaba la caricia de una

       súplica, y, derritiéndosele la gacha en el acto, le dijo

       con un acento baboso y sibilante, en que se descubría 40-25

       más que nunca la ausencia total de dientes y muelas:

      —¡De ti depende, amor mío!

      En aquel momento se descolgó de la parra el tío

       Lucas.

      XII

      DIEZMOS Y PRIMICIAS

      Repuesto el Corregidor en su silla, la Molinera dirigió

       una rápida mirada a su esposo, y viole, no sólo tan

       sosegado como siempre, sino reventando de ganas de

       reír por resultas de aquella ocurrencia: cambió con él

       desde lejos un beso tirado, aprovechando el primer 41-5

       descuido de Don Eugenio, y díjole, en fin, a éste con

       una voz de sirena que le hubiera envidiado Cleopatra:

      —¡Ahora va Su Señoría a probar mis uvas!

      Entonces fue de ver a la hermosa navarra (y así la

       pintaría yo, si tuviese el pincel de Ticiano), plantada 41-10

       enfrente del embelesado Corregidor, fresca, magnífica,

       incitante, con sus nobles formas, con su angosto vestido,

       con su elevada estatura, con sus desnudos brazos

       levantados sobre la cabeza, y con un transparente racimo

       en cada mano, diciéndole, entre una sonrisa irresistible 41-15

       y una mirada suplicante en que titilaba el miedo:

      —Todavía no las ha probado el señor Obispo...

       Son las primeras que se cogen este año...

      Parecía una gigantesca Pomona, brindando frutos a

       un dios campestre;—a un sátiro, v. gr. 41-20

      En esto apareció al extremo de la plazoleta empedrada

       el venerable Obispo de la diócesis, acompañado del

       Abogado Académico y de dos Canónigos de avanzada

       edad, y seguido de su Secretario, de dos familiares y de

       dos pajes. 41-25

      Detúvose un rato Su Ilustrísima a contemplar aquel

       cuadro tan cómico y tan bello, hasta que, por último,

       dijo, con el reposado acento propio de los prelados de

       entonces:

      —El Quinto... pagar diezmos y primicias a la iglesia 42-5 de Dios, nos enseña la doctrina cristiana; pero V., señor Corregidor, no se contenta con administrar el diezmo, sino que también trata de comerse las primicias.

      —¡El señor Obispo!—exclamaron los Molineros,

       dejando al Corregidor y corriendo a besar el anillo al 42-10

       Prelado.

      —¡Dios se lo pague a Su Ilustrísima, por venir a

       honrar esta pobre choza!—dijo el tío Lucas, besando

       el primero, y con acento de muy sincera veneración.

      —¡Qué señor Obispo tengo tan


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