El sombrero de tres picos. Pedro Antonio de Alarcón

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El sombrero de tres picos - Pedro Antonio de Alarcón


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advertir aquí que el Corregidor, lo mismo

       que todos los que no tienen dientes, hablaba con una

       pronunciación floja y sibilante, como si se estuviese 35-5

       comiendo sus propios labios.)

      —¡De seguro! (contestó la señá Frasquita).—En

       llegando estas horas se queda dormido donde primero

       le coge, aunque sea en el borde de un precipicio...

      —Pues mira... ¡déjalo dormir!... (exclamó el 35-10

       viejo Corregidor, poniéndose más pálido de lo que ya

       era).—Y tú, mi querida Frasquita, escúchame...,

       oye..., ven acá... ¡Siéntate aquí; a mi lado!...

       Tengo muchas cosas que decirte...

      —Ya estoy sentada,—respondió la Molinera, agarrando 35-15

       una silla baja y plantándola delante del Corregidor,

       a cortísima distancia de la suya.

      Sentado que se hubo, Frasquita echó una pierna

       sobre la otra, inclinó el cuerpo hacia adelante, apoyó

       un codo sobre la rodilla cabalgadora, y la fresca y hermosa 35-20

       cara en una de sus manos; y así, con la cabeza

       un poco ladeada, la sonrisa en los labios, los cinco

       hoyos en actividad, y las serenas pupilas clavadas en

       el Corregidor, aguardó la declaración de Su Señoría.—Hubiera

       podido comparársela con Pamplona esperando 35-25

       un bombardeo.

      El pobre hombre fue a hablar, y se quedó con la boca

       abierta, embelesado ante aquella grandiosa hermosura,

       ante aquella esplendidez de gracias, ante aquella formidable

       mujer, de alabastrino color, de lujosas carnes, de 35-30 limpia y riente boca, de azules e insondables ojos, que parecía creada por el pincel de Rubens.

      —¡Frasquita!... (murmuró al fin el delegado del

       rey, con acento desfallecido, mientras que su marchito

       rostro, cubierto de sudor, destacándose sobre su joroba, 36-5

       expresaba una inmensa angustia). ¡Frasquita!...

      —¡Me llamo! (contestó la hija de los Pirineos).—¿Y

       qué?

      —Lo que tú quieras...—repuso el viejo con una

       ternura sin límites. 36-10

      —Pues lo que yo quiero... (dijo la Molinera), ya

       lo sabe Usía. Lo que yo quiero es que Usía nombre

       secretario del ayuntamiento de la Ciudad a un sobrino

       mío que tengo en Estella..., y que así podrá venirse

       de aquellas montañas, donde está pasando muchos 36-15

       apuros...

      —Te he dicho, Frasquita, que eso es imposible.

       El secretario actual...

      —¡Es un ladrón, un borracho y un bestia!

      —Ya lo sé... Pero tiene buenas aldabas entre los 36-20

       regidores perpetuos, y yo no puedo nombrar otro sin

       acuerdo del Cabildo. De lo contrario, me expongo...

      —¡Me expongo!... ¡Me expongo!... ¿A qué no

       nos expondríamos por Vuestra Señoría hasta los gatos

       de esta casa? 36-25

      —¿Me querrías a ese precio?—tartamudeó el Corregidor.

      —No, señor; que lo quiero a Usía de balde.

      —¡Mujer, no me des tratamiento! Háblame de V.

       o como se te antoje...—¿Conque vas a quererme? 36-30

       Di.

      

      —¿No le digo a V. que lo quiero ya?

      —Pero...

      —No hay pero que valga. ¡Verá V. qué guapo y

       qué hombre de bien es mi sobrino!

      —¡Tú sí que eres guapa, Frascuela!... 37-5

      —¿Le gusto a V.?

      —¡Que si me gustas!... ¡No hay mujer como tú!

      —Pues mire V... Aquí no hay nada postizo...—contestó

       la señá Frasquita, acabando de arrollar la

       manga de su jubón, y mostrando al Corregidor el resto 37-10

       de su brazo, digno de una cariátide y más blanco que

       una azucena.

      —¡Que si me gustas!... (prosiguió el Corregidor).

       ¡De día, de noche, a todas horas, en todas partes, sólo

       pienso en ti!... 37-15

      —¡Pues qué! ¿No le gusta a V. la señora Corregidora?

       (preguntó la señá Frasquita con tan mal fingida

       compasión, que hubiera hecho reír a un hipocondríaco).—¡Qué

       lástima! Mi Lucas me ha dicho que tuvo el

       gusto de verla y de hablarle cuando fue a componerle a 37-20

       V. el reloj de la alcoba, y que es muy guapa, muy buena

       y de un trato muy cariñoso.

      —¡No tanto! ¡No tanto!—murmuró el Corregidor

       con cierta amargura.

      —En cambio, otros me han dicho (prosiguió la 37-25

       Molinera) que tiene muy mal genio, que es muy celosa,

       y que V. le tiembla más que a una vara verde...

      —¡No tanto, mujer!... (repitió Don Eugenio de

       Zúñiga y Ponce de León, poniéndose colorado). ¡Ni

       tanto ni tan poco! La Señora tiene sus manías, es 37-30 cierto...; mas de ello a hacerme temblar, hay mucha diferencia. ¡Yo soy el Corregidor!...

      —Pero, en fin, ¿la quiere V., o no la quiere?

      —Te diré...—Yo la quiero mucho.... o, por

       mejor decir, la quería antes de conocerte. Pero desde 38-5

       que te vi, no sé lo que me pasa, y ella misma conoce

       que me pasa algo... Bástete saber que hoy...,

       tomarle, por ejemplo, la cara a mi mujer me hace la

       misma operación que si me la tomara a mí propio...—¡Ya

       ves, que no puedo quererla más ni sentir menos!...—¡Mientras 38-10

       que por coger esa mano, ese brazo, esa

       cara, esa cintura, daría lo que no tengo!

      Y, hablando así, el Corregidor trató de apoderarse

       del brazo desnudo que la señá Frasquita le estaba

       refregando materialmente por los ojos; pero ésta, sin 38-15

       descomponerse, extendió la mano, tocó el pecho de Su

       Señoría con la pacífica violencia e incontrastable rigidez

       de la trompa de un elefante, y lo tiró de espaldas con

       silla y todo.

      —¡Ave


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