El sombrero de tres picos. Pedro Antonio de Alarcón

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El sombrero de tres picos - Pedro Antonio de Alarcón


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reina haya sido objeto de tantas atenciones, de tantos

       agasajos, de tantas finezas como la señá Frasquita!

       ¡Imposible también que ningún molino haya encerrado

       tantas cosas necesarias, útiles, agradables, recreativas y 19-20

       hasta superfluas, como el que va a servir de teatro a

       casi toda la presente historia!

      Contribuía mucho a ello que la señá Frasquita, la

       pulcra, hacendosa, fuerte y saludable navarra, sabía, quería y podía guisar, coser, bordar, barrer, hacer dulces, lavar, planchar, blanquear la casa, fregar el cobre, amasar, tejer, hacer media, cantar, bailar, tocar la guitarra y los palillos, jugar a la brisca y al tute, y otras muchísimas cosas cuya relación fuera interminable.—Y 20-5 contribuía no menos al mismo resultado el que el tío Lucas sabía, quería y podía dirigir la molienda, cultivar el campo, cazar, pescar, trabajar de carpintero, de herrero y de albañil, ayudar a su mujer en todos los quehaceres de la casa, leer, escribir, contar, etc., etc. 20-10

      Y esto sin hacer mención de los ramos de lujo, o sea

       de sus habilidades extraordinarias...

      Por ejemplo: el tío Lucas adoraba las flores (lo mismo

       que su mujer), y era floricultor tan consumado, que

       había conseguido producir ejemplares nuevos, por medio 20-15 de laboriosas combinaciones. Tenía algo de ingeniero natural, y lo había demostrado construyendo una presa, un sifón y un acueducto que triplicaron el agua del molino. Había enseñado a bailar a un perro, domesticado una culebra, y hecho que un loro diese la hora por 20-20 medio de gritos, según las iba marcando un reloj de sol que el molinero había trazado en una pared; de cuyas resultas el loro daba ya la hora con toda precisión, hasta en los días nublados y durante la noche.

      Finalmente: en el molino había una huerta que producía 20-25

       toda clase de frutas y legumbres; un estanque encerrado

       en una especie de kiosko de jazmines, donde se bañaban

       en verano el tío Lucas y la señá Frasquita, un jardín;

       una estufa o invernadero para las plantas exóticas; una

       fuente de agua potable; dos burras, en que el

       matrimonio 20-30 iba a la Ciudad o a los pueblos de las cercanías; gallinero, palomar, pajarera, criadero de peces; criadero de gusanos de seda; colmenas, cuyas abejas libaban en los jazmines; jaraiz o lagar, con su bodega correspondiente, ambas cosas en miniatura; horno, telar, fragua, 21-5 taller de carpintería, etc., etc.; todo ello reducido a una casa de ocho habitaciones y a dos fanegas de tierra, y tasado en la cantidad de diez mil reales.

      VII

      EL FONDO DE LA FELICIDAD

      Adorábanse, sí, locamente el molinero y la molinera,

       y aun se hubiera creído que ella lo quería más a él que

       él a ella, no obstante ser él tan feo y ella tan hermosa.

       Dígolo porque la señá Frasquita solía tener celos y

       pedirle cuentas al tío Lucas cuando éste tardaba mucho 22-5

       en regresar de la Ciudad o de los pueblos adonde iba

       por grano, mientras que el tío Lucas veía hasta con

       gusto las atenciones de que era objeto la señá Frasquita

       por parte de los señores que frecuentaban el molino;

       se ufanaba y regocijaba de que a todos les agradase 22-10

       tanto como a él: y, aunque comprendía que en el fondo

       del corazón se la envidiaban algunos de ellos, la codiciaban

       como simples mortales y hubieran dado cualquier

       cosa porque fuese menos mujer de bien, la dejaba sola

       días enteros sin el menor cuidado, y nunca le preguntaba 22-15

       luego qué había hecho ni quién había estado allí

       durante su ausencia...

      No consistía aquello, sin embargo, en que el amor

       del tío Lucas fuese menos vivo que el de la señá Frasquita.

       Consistía en que él tenía más confianza en la 22-20

       virtud de ella que ella en la de él; consistía en que él la

       aventajaba en penetración, y sabía hasta qué punto era

       amado y cuánto se respetaba su mujer a sí misma; y

       consistía principalmente en que el tío Lucas era todo un hombre: un hombre como el de Shakespeare, de pocos e indivisibles sentimientos; incapaz de dudas; que creía o moría; que amaba o mataba; que no admitía gradación ni tránsito entre la suprema felicidad y el exterminio de su dicha. 23-5

      Era, en fin, un Otelo de Murcia, con alpargatas y montera, en el primer acto de una tragedia posible...

      Pero ¿a qué estas notas lúgubres en una tonadilla tan

       alegre? ¿A qué estos relámpagos fatídicos en una atmósfera

       tan serena? ¿A qué estas actitudes melodramáticas 23-10

       en un cuadro de género?

      Vais a saberlo inmediatamente.

      VIII

      EL HOMBRE DEL SOMBRERO DE TRES PICOS

      Eran las dos de una tarde de Octubre.

      El esquilón de la Catedral tocaba a vísperas,—lo

       cual equivale a decir que ya habían comido todas las

       personas principales de la ciudad.

      Los canónigos se dirigían al coro, y los seglares a 24-5

       sus alcobas a dormir la siesta, sobre todo aquellos que,

       por razón de oficio, v. gr., las autoridades, habían pasado

       la mañana entera trabajando.

      Era, pues, muy de extrañar que a aquella hora, impropia

       además para dar un paseo, pues todavía hacía 24-10

       demasiado calor, saliese de la Ciudad, a pie, y seguido

       de un solo alguacil, el ilustre señor Corregidor de la misma,—a

       quien no podía confundirse con ninguna otra

       persona ni de día ni de noche, así por la enormidad de

       su sombrero de tres picos y por lo vistoso de su capa 24-15

       de grana, como por lo particularísimo de su grotesco

       donaire...

      De la capa de grana y del sombrero de tres picos, son

       muchas todavía las personas que pudieran hablar con

       pleno conocimiento de causa. Nosotros, entre ellas, 24-20

       lo mismo que todos los nacidos en aquella ciudad en

       las postrimerías del reinado del Señor Don Fernando

       VII, recordamos haber visto colgados de un clavo,

       único adorno de desmantelada pared, en la ruinosa torre de la casa que habitó Su Señoría (torre destinada a la sazón a los infantiles juegos de sus nietos), aquellas dos anticuadas prendas, aquella capa y aquel sombrero,—el negro sombrero encima, y la roja capa debajo,—formando una especie de espectro del absolutismo; una 25-5 especie de sudario del Corregidor, una especie de caricatura retrospectiva de su poder, pintada con carbón y almagre, como tantas otras, por los párvulos constitucionales de la de 1837 que allí nos reuníamos; una especie, en fin, de espantapájaros, que en otro tiempo 25-10 había sido espanta-hombres,


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