El arte del amor. Miranda Bouzo

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El arte del amor - Miranda Bouzo


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siguiera preocupado por mí. Él fue quien insistió en mantener la fecha, Colin pensaba que siempre podía cambiar de idea, que todo se debía a los nervios de última hora e incluso me animó a que me tomara un tiempo. Lo que no le hizo gracia fue que quisiera venir a ver a Nela y ahí estaba ese punto que siempre estropeaba las buenas acciones de Colin.

      —¿Dónde están todas las muestras para el cuarto del niño? —Nela me sacó de mis pensamientos con esa pregunta inocente.

      Con cuidado, los dos hermanos se miraron con una sonrisa mientras ocultaban a la vista de Nela la papelera llena de cuadernos de colores, muestras florales y tarjetas en blanco. Toda mi atención estaba puesta en el maletín al que Nela no le prestaba la menor atención, estaba abierto y un cuadro reposaba en su interior. Intentaba asomarme para ver qué era y, disimulando, di un paso hacia él.

      —¿Quién ha tirado todo esto? —les regañó Nela con el ceño fruncido.

      Aprovechando el momento en que estaban discutiendo, entre risas, me acerqué con paso dubitativo a echar un vistazo.

      —Así que te quedarás aquí unos días.

      Jürgen se interpuso entre la mesa y yo, con su cuerpo y con esa sonrisa encantadora a la vez que burlona. Para detenerme, posó sus manos en mis brazos, a la altura de los codos, y una corriente recorrió al momento mi piel desde las muñecas hasta los hombros. Al levantar la mirada hacia él, encontré esos increíbles ojos verdes profundos, con una mirada tan seria que parecía atravesar mis pensamientos. Sin pensar, di un paso atrás intimidada por su presencia.

      —Eso no es de tu incumbencia —me advirtió él con voz grave al ver que mis ojos se abrían sorprendidos.

      —Solo curioseaba, es lo malo que tiene trabajar en un museo, no he podido evitar ver la cantidad de obras de arte que tenéis aquí y me preguntaba si era alguna nueva adquisición.

      Al fin, se relajó, sonriendo, e inclinó la cabeza hasta llegar a mi oído.

      —No seas curiosa, Alice, no está bien hurgar en las cosas de los demás. Además, tú no eres restauradora, ¿no? Te ocupas de las relaciones públicas del museo, ¿verdad? —Esa voz grave y potente, capaz de sacudir cada fibra de mi ser, se acercó tanto a mi piel que retrocedí otro paso hacia atrás.

      ¡Poco sabía él que había hundido de verdad el dedo en la herida! Nela jamás contaría lo mucho que me dolió el día que me apartaron de la restauración, tenía poca paciencia, poca disciplina, decían. Como si de una niña se tratara, Jürgen me apartó y cerró la tapa del maletín con cuidado. ¡Como si me interesaran sus asuntos! En ese momento, al ver mi expresión, se rio con ganas y con el dedo índice en mis labios me ordenó que callara señalando a Nela y Soren.

      —Silencio, están entrando en bucle. —Nela por fin había visto el maletín, el tono de ambos era bajo a la vez que iba creciendo la tensión en aquella habitación—. Ven —ordenó Jürgen con mi mano entre las suyas, arrastrándome hacia la puerta, sin opción a que pudiera resistirme, hasta sacarme fuera de la habitación. Al salir cerró despacio.

      No sé si se dio cuenta de que nuestras manos seguían unidas cuando nos deslizamos hasta la salida. Era tan incómodo que necesitaba detenerme y dejar de sentir sus dedos cerrados sobre los míos.

      —¿Qué haces? Suéltame de una vez.

      Sin hacerme caso, atravesó la puerta de entrada con sus enormes cristaleras y bajó los escalones, pasamos entre dos árboles y cayó sobre un banco de madera apoyado en la fachada. Se trataba de un pequeño refugio en la fachada lateral, la pared cubierta de hiedra y los pequeños setos creaban la ilusión de estar en un hueco con la piedra rodeándonos por todas partes.

      —Cuando se ponen así es mejor huir —rio como un niño—. Soren al final descarga su cabreo conmigo o con quien pilla más cerca. ¿No querrás que te fastidie la escapada y te mande de vuelta a casa?

      Estaba anonadada, ese hombre era increíble, después de arrastrarme con él como si lo conociera desde siempre, se sentaba tan tranquilo. Tampoco quería invadir la intimidad de Nela y su marido, así que, en lugar de escapar, me quedé en aquel sitio, me senté y esperé confundida.

      —No te entiendo, ¿la escapada? —pregunté mirándolo, tal vez fuera por culpa del idioma que no le entendía, su inglés de acento alemán, un tanto ronco y profundo. Por primera vez tan cerca, le observé despacio, apreciando las pequeñas arrugas que aparecían alrededor de las comisuras de los labios y de los ojos al sonreír. Tenía encanto, era indudable.

      —Sí, ¿por qué ibas a estar aquí si no? ¿A qué has venido, Alice? ¿De qué huyes?

      Silencio, las palabras no brotaban de mi garganta y la mente se había quedado en blanco. ¿Cómo se atrevía?

      —No huyo, estoy aquí por Nela, quería verla antes de la boda.

      —Ya —una sola palabra llena de ironía—. ¿Problemas en el paraíso prematrimonial? ¿Cómo dijiste en el coche?, Bobby, ¿no? ¿Es que Bobby ya no quiere casarse? No, espera, eres tú…

      —Es Colin, no Bobby —contesté molesta por su tono irónico.

      —Como sea, los dos son nombres anodinos. ¿Es inglés como tú? ¿De esos de la raya a un lado y traje de raya diplomática? ¿Té a las cinco y flema inglesa?

      Intenté permanecer impasible mientras le veía reírse de Colin, o tal vez de mí.

      —¿Y tú, Jürgen? —le pregunté al levantarme del asiento de piedra. A su lado no podía concentrarme en hablar y sentirlo tan cerca. Perpleja, vi cómo se sacaba del bolsillo un cigarrillo liado y lo encendía sin preguntar. La cerilla rasgó la caja y el humo me molestó al rodearnos en una espesa columna gris, allí dentro el aire no se movía—. Está claro que no eres de los que disfrutan del campo ni de estar encerrado.

      Conseguí llamar su atención y clavó su mirada interrogadora en mí, pero al momento sonrío con un gesto de la mano como si pasara de lo que le decía.

      —Esta es mi casa, estoy a gusto aquí. ¿Por qué dices eso, dulce Alice? No me has contestado, ¿problemas con Rusty?

      El tono con el que cambiaba el nombre de Colin acabó de sacarme de quicio. ¿Qué le habría hecho yo a este idiota? ¿Y Nela tenía que convivir con él? Ahora recordaba alguna ocasión en que Nela me había contado del incorregible hermano de Soren, su afición a las mujeres y a las fiestas.

      —Déjame adivinar, Jürgen, coches caros, bebida, chicas, trajes y fiestas. Eres un estereotipo fácil de calar.

      —Prototipo —repitió confundido al traducir la palabra al inglés con poco acierto. Sin querer, hizo que sonriera al ver su ceño fruncido por primera vez.

      Jürgen apagó el cigarrillo contra la pared de piedra y se levantó con energía, ya no sonreía. ¿Por qué tenía tantas ganas de enfadarlo? De alguna manera me sentía amenazada por su atractivo. En cuanto empezaron sus ataques debí darme la vuelta y entrar en la casa. No me gustaba, era peligroso con esa arrogancia. Pero ¿por qué había acertado con sus preguntas y mis respuestas no dadas? «Porque hay fisuras, Alice», me dije, pequeños resquicios de rebeldía que debía cerrar para dejar de ser aquella universitaria alocada y sin rumbo.

      —Sí, tú, Jürgen, pareces alguien que disfruta de la vida, sin ataduras y que, cuando su hermano mayor le tira de las orejas, vuelve a casa.

      Esa risa otra vez, como si nada le llegara dentro y nada le importara.

      —¿Crees que me has calado, niña inglesa? —dijo acercándose con un solo movimiento, tuve que mirar hacia arriba para encontrarme con sus ojos. Estaba enfadado—. Nadie me tira de las orejas desde hace años, pero sí de otra cosa, ¿quieres probar?

      Tan cerca, pude sentir el calor de su cuerpo y los latidos de mi corazón, golpeando deprisa. Desde que le vi en el aeropuerto algo me presionaba el pecho cada vez que estaba cerca de él, y sus groserías no hacían más que encender esa pequeña llama de calor, nadie a mi alrededor jamás había sido tan brusco ni


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