Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín


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Seguramente si hay una palabra que asustara a los griegos esa era el caos, hasta el punto de que llegó un momento en el que ya no pudieron soportar más la idea de que las cosas en este mundo pasaban porque sí, o porque los dioses querían, y entonces pensaron que tenían que existir razones que explicaban los acontecimientos que ellos presenciaban cada día. Fue el paso del mito al logos y el nacimiento de la filosofía del que ya hemos hablado.

      La idea de caos y de arbitrariedad se fue difuminando y la de logos empezó a brillar como la propia Hélade. El capricho de los dioses fue sustituido por la razón, la palabra y el orden, porque el logos también es orden.

      En este contexto se encuentra la pretensión de predecir, de anticiparse a lo que pueda venir y estar preparado para ello; en una palabra: se trata de poder controlar los fenómenos para sacarles el mayor partido posible. Esta forma de ver las cosas es el origen de la filosofía, de la ciencia y en buena medida de lo que en occidente somos hoy en día.

      El concepto de orden, la idea de no dejar demasiados cabos sueltos, se plasmó en otros muchos aspectos de la vida de los griegos. Su forma de enfrentar al enemigo y el hecho de ser el entorno en el que surgió la democracia, son seguramente, buena prueba de ello. Nos centraremos de momento en su manera de luchar frente al rival en la batalla.

      ¿Cómo luchaban los griegos? Si hablamos de este tema tenemos que recurrir necesariamente a la falange, organización táctica creada por ellos y en la que podemos apreciar cómo se manifiesta esa idea de orden, orden geométrico, porque en ella los soldados se disponían de manera rectangular. La falange estaba constituida por una fila de combatientes muy juntos entre sí que formaban con una profundidad de entre ocho y dieciséis guerreros.

      La base de la falange eran los hoplitas, soldados armados con lanza de dos metros y espada. Se protegían con un imponente yelmo, placas de bronce que cubrían sus piernas y con un tremendo escudo de madera forrada de bronce.

      La falange estaba formada por ciudadanos de las polis griegas que combatían para defender su ciudad y su condición. La idea básica que preside la falange es la de aguantar la línea, no romper filas y no dejar que se abran huecos en la estructura. Lo que cuenta es el todo, no hay lugar para la gloria individual. Aquel que busca destacar, pone en peligro al grupo y eso no es admisible.

      Pero con esta primera aproximación aún no barruntamos ni de lejos el verdadero espíritu de esta formación militar, ni lo que realmente significaba. Sin embargo sí nos sirve para iniciar nuestra argumentación. Y es que Grecia, en esa Eurocopa, jugó casi literalmente como peleaba la falange. Rehhagel, al bucear en el espíritu griego, encontró lo que realmente sabía hacer la gente de la que disponía, eso que llevan dentro por cultura, historia y tradición, para acabar concluyendo que sus jugadores tenían escrita, en los genes, la facultad de estar juntos y aguantar; aguantar sin romper filas.

      Así fue como jugaron y así ganaron la Eurocopa.

      Pensemos por un momento en las estadísticas de aquella selección. Un equipo que juega todos los partidos y que solo recibe cuatro goles. Por el contrario marca solo siete y saca un rendimiento del 72 % a los mismos.

      Sigamos viendo. En cuartos, semifinales y final, ganan sus partidos por idéntico resultado. Por supuesto, 1-0, y dos de los tres goles son de córner y los tres de cabeza. Entre los tres partidos más importantes y contra los equipos más difíciles, como Francia, no reciben ningún gol. Son la segunda selección que menos remates hace y la octava en la media goleadora. Por si fuera poco Grecia acaba esa Eurocopa siendo la penúltima selección en lo que se refiere a posesión de pelota; eso sí, la primera en cuanto a las tarjetas amarillas recibidas.

      Como vemos, su planteamiento fue estrategia pura y dura. Todos juntos, lo único que importaba era aguantar, no romperse, y esperar el único zarpazo que les diera la victoria, si puede ser a balón parado, mejor.

      Qué duda cabe de que cuando uno piensa en la falange como forma de combatir, piensa en la de Esparta. Los espartanos eran la fuerza militar terrestre más potente de Grecia, al menos lo fueron por mucho tiempo hasta que Tebas tomó el mando. Los atenienses eran los más poderosos en el mar, pero también eran excelentes soldados de infantería, y de hecho, derrotaron con contundencia a los persas en la batalla de Maratón.

      El secreto enemigo del miedo y su búsqueda socrática

      Pero en la manera en que los espartanos combatían, podemos encontrar algo mucho más grande y trascendente que el mero hecho de hacer la guerra. En Esparta es donde mejor se aprecia cómo una determinada organización táctica para la batalla, tiene todo que ver con la forma de entender la vida.

      Para hablar de estas cuestiones voy a tomar como punto de referencia la novela Puertas de fuego de Stephen Pressfield, junto al magnífico artículo que mi amigo y escritor, Bel Atreides, ha desarrollado sobre la misma. Y es que la obra de Pressfield es una maravillosa novela, pero es muchas cosas más que eso. Es, para empezar, una reflexión profunda sobre valores como la heroicidad, la épica... y en definitiva acerca de cómo el ser humano es capaz, hasta en las situaciones más terribles, de encarnar excelencias inmortales e imperecederas. En definitiva la obra de Pressfield trata del ser profundo de los espartanos y de los griegos, de su forma de habérselas con eso que llamamos realidad.

      Por supuesto en dicha novela se narra el episodio de las Termópilas, en el que unos centenares de espartanos plantaron cara a un ejército persa formado por cientos de miles de hombres. Pero lo importante no es solo ese pasaje, sino las razones por las que esos hombres fueron capaces de hacer una gesta de tal calibre y qué pretendían con ello.

      La novela comienza cuando un griego moribundo, llamado Xeones, es recogido por los persas y curado por los médicos de Jerjes, quien impresionado por la valentía de los espartanos quiere que este griego le cuente todo aquello que pueda ayudarle a comprender mejor a tales guerreros. Xeones contará entonces al rey persa cómo se entiende la guerra en Esparta.

      Xeones es escudero de Dienekes, uno de los espartanos más valerosos, y por eso su testimonio es especialmente interesante.

      En uno de los primeros diálogos que Xeones nos describe, Dienekes está aleccionando a su protegido Alexandros y le pregunta qué es lo que derrota a los enemigos de Esparta en el campo de batalla. La conclusión a la que se llega es sorprendente: Phobos, el miedo. A partir de esa afirmación se desarrolla una reflexión en la que se va a tratar acerca del miedo, pero también acerca de su opuesto, de su contrario. La búsqueda de ese concepto es la aventura espiritual que se narra en la novela.

      Así pues, los protagonistas indagan sobre un concepto que podemos calificar como de verdadero coraje, un tipo de coraje o valentía que solo poseen los espartanos, y que será por derecho el opuesto al miedo, al terror.

      En este contexto decíamos que Dienekes instruye a sus discípulos, y en ese instruirlos él mismo está tratando de encontrar la respuesta a la pregunta. Según Dienekes se puede luchar y vencer al miedo por un impulso salvaje de supervivencia. Pero esta forma de coraje en nada nos diferencia de los animales y en el fondo es una forma de actuar por miedo, aunque sea por miedo a la muerte.

      Otra forma de coraje es el que surge del miedo al deshonor, a la vergüenza, a ser reconocido como un cobarde, pero esa forma de falso coraje tampoco puede ser lo opuesto al miedo.

      El siguiente peldaño e inmediatamente anterior a la forma más pura de coraje es la forma del mismo que posee el propio Dienekes. Es una forma de heroísmo que tiene que ver con la humildad y con la capacidad de autodesprendimiento, es decir, la capacidad de priorizar lo colectivo antes de lo individual. Hay algo en esta forma de coraje que le acerca a un deber moral. El espartano sabe y entiende lo que su ciudad le pide a cambio de ser miembro de la polis. Es una forma noble de coraje, pero más adelante tendremos que dar aún un paso hacia delante.

      Pero


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