Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín


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para luego asestar el golpe definitivo, es la diferencia que muchos expertos encuentran entre la legión y la falange griega, y la que a la larga acabó con esta última.

      El gran Julio César fue uno de los más grandes generales que ha dado la historia. Sabemos que renovó y mejoró la táctica de las legiones dotándolas de una flexibilidad y dinamismo que otorgó a Roma una superioridad militar incuestionable y decisiva de cara al resultado final de las campañas romanas en la Galia.

      Sabemos también que por entonces las legiones formaban en tres líneas, el acies tiplex, con las cohortes dispuestas, con casi total seguridad, en filas. Recordemos que la unidad básica de la legión era la centuria, dos centurias formaban un manípulo, aproximadamente 160 hombres y tres manípulos, una cohorte, 480 hombres. Cada legión disponía de diez cohortes en total, y en teoría 4.800 hombres, aunque el número de soldados que formaban una legión no se mantuvo siempre constante.

      Basándose en los escritos del propio Julio César, hay historiadores que piensan que la línea de batalla la formaban nueve cohortes con tres en primera fila y que la décima permanecía guardando el campamento. Siguiendo con los paralelismos, esta décima cohorte me recuerda a mí la figura del líbero en el contexto del catenaccio, inventado según algunos por Nereo Rocco, pero que es más que probable que los italianos practicasen mucho tiempo antes.

      En cualquier caso esta centuria que hacía de líbero podía acoplarse al resto de la legión si el combate lo precisaba, por ejemplo, repartiendo un manípulo para cada línea, pero las posibilidades eran muchas. De la misma forma el líbero tapa los huecos allá dónde las circunstancias futbolísticas lo exijan.

      Hay otros estudiosos de Roma que piensan que la primera línea de combate la formaban cuatro cohortes, pero para nosotros eso no es importante ahora, y además, es muy probable que esto dependiera de las circunstancias. Pero lo que sí nos interesa es que entre los manípulos se dejaba un espacio para que lo ocupara la segunda centuria de cada manípulo, pues las cohortes formaban con tres manípulos paralelos entre sí. Cuando el enemigo se acercaba, las centurias posteriores de cada manípulo avanzaban para ocupar el hueco y así se formaba un frente compacto de unos 500 metros de longitud. Pero lo más importante es que cuando la primera línea de cohortes combatía hasta el límite, los manípulos de esta se separaban creando huecos por los que bajaban inmediatamente los manípulos de la segunda línea mientras la primera se retiraba.

      Ese frente compacto de 500 metros era un catenaccio, literalmente un cerrojo muy difícil de superar, pero que al mismo tiempo dotaba a las legiones de una flexibilidad en el combate no conocida hasta ese momento. Parece ser que el cambio de líneas se completaba en menos de un minuto, y mientras, el enemigo no se enteraba de lo que ocurría.

      La selección italiana también ha pasado a la historia por el catenaccio y los excelentes resultados que les ha dado. Italia ha sido campeona del mundo cuatro veces. En 1934 ganó el Mundial recibiendo solo tres goles y en 2006 fue también campeona recibiendo solo dos goles en toda la competición, y uno de penalti. Pero ya hemos dicho que la selección italiana no es solo defensa, tiene maravillosos jugadores y cualquiera que tenga que enfrentarse contra ellos no tendría nada claro que Italia sea, sin más, una selección defensiva si piensa en gente como Bruno Conti, Altobelli, Paolo Rossi, Roberto Baggio, Del Piero, Pirlo, Zola, LucaToni, Gilardino..., no voy a seguir porque me haría falta mucho papel. Lo cierto es que lo más probable es que ese imaginario interlocutor que ha de enfrentarse contra Italia, trague saliva pensando en esos nombres, mientras afirma, un poco con la mirada perdida, que sí, que Italia es una selección defensiva.

      Y es que aquí pasa lo mismo que con la legión romana. La legión sabía cerrarse y aguantar, pero no estaba hecha solo para defender. La flexibilidad y el dinamismo del que hemos hablado también le permitían ser un enemigo terrible al ataque. La falange griega sí era mucho más defensiva y estática, y muchos estudiosos de esto dicen que esa fue la razón por la que las legiones se impusieron a ella, por ejemplo, en Pidna y en Cinoscéfalos.

      Italia también es así, se cierra, pero ¿quién dice que no sabe atacar? Ellos tienen las cosas muy claras. La estrategia es clave. Seguro que van a buscar el primer gol de esa manera, en una jugada a balón parado. Una falta o un córner. Si lo consiguen despídete porque ya no vas a abrir el catenaccio, y además tienes muchas posibilidades de que en el contragolpe acaben contigo. Más adelante vamos a ver ejemplos de esto.

      Como he dicho el orden de batalla de la legión romana era suelto, flexible y adaptable a todo tipo de terrenos. Por esa misma razón las legiones eran capaces de cambiar el orden de combate según las circunstancias lo requiriesen. De las escasas derrotas sacaban consecuencias provechosas y además los romanos eran soldados en el pleno sentido de la palabra, tenían oficio y lo mismo te cavaban una trinchera, que transportaba su equipaje o limpiaban sus armas. Los griegos tenían a otra gente para esto.

      De la misma manera, los italianos tienen oficio en el campo. Son grandes jugadores, pero sobre todo son futbolistas, saben competir, se amoldan a la situación. Si hay que ir de estrella, se va, pero si hay que sufrir, se sufre. Se tira de experiencia, de saber estar, de pillería, de juego subterráneo. Así también se gana y al final, en realidad, no importa cómo se gana. Solo si se gana.

      Así, con astucia acabaron los romanos con Viriato, que tanta guerra les dio. Me viene a la mente ahora la figura de Julio César en Alesia haciendo gala de la picardía más absoluta para hacer frente a un enemigo que le superaba en número en una proporción escandalosa.

      Ese dinamismo, la capacidad de amoldarse a cualquier circunstancia y de ser contundente tanto en ataque como en defensa, fue lo que pudo decantar la balanza a favor de Roma en sus luchas contra las falanges macedónicas.

      La batalla de Cinoscéfalos suele tomarse como un claro ejemplo de lo que acabamos de afirmar. En esa batalla se enfrentaron en el año 197 a.C. los ejércitos de Flaminio y Filipo V de Macedonia.

      La historia cuenta que en un primer momento la falange logró repeler las legiones, y las obligó a retroceder hacia terreno más irregular, pero esto no favoreció a la falange, ya que el terreno irregular complicaba el uso de sus largas lanzas, por eso el ejército de Filipo tuvo que prescindir de ellas y tirar de espada. Desde ese momento las cosas se torcieron para la falange macedónica, ya que esta estaba entrenada para aguantar la formación cerrada y mantener lejos al enemigo. Una vez que dejaron las lanzas y aceptaron el combate cuerpo a cuerpo con los romanos que disponían de un orden mucho más ágil y utilizaban a la perfección sus cortas espadas, el resultado de la contienda estaba decidido.

      Los romanos atacaban rápido y se cerraban con igual velocidad, y ese fue el planteamiento que acabó por desestabilizar a la falange macedónica, que no pudo competir ante la flexibilidad de la legión romana.

      El 22 de junio del 168 a.C. se vivió otro enfrentamiento de similares características. Fue la batalla de Pidna. En esta ocasión los romanos estaban comandados por Lucio Emilio Paulo, mientras que los macedonios estaban dirigidos por su rey, Perseo. La batalla también acabó con la victoria de los romanos y seguramente por circunstancias muy similares a las de la batalla anterior.

      Tras el primer choque, los romanos no pudieron aguantar a la falange macedonia en el terreno llano y huyeron con cierta precipitación hacia el monte Olocro. Pero entonces Perseo cometió un error táctico importante: en vez de perseguir a los romanos con la caballería y la infantería ligera, obligó a subir a la falange hacia las faldas del Olocro. A medida que las falanges accedían a un terreno más accidentado empezaron a desorganizarse y su orden se quebró. Fue entonces cuando Paulo, el comandante romano, listo como Marcello Lippi, estuvo vivo y rápidamente mandó a sus cohortes buscando el hueco abierto entre las falanges para provocar el combate cuerpo a cuerpo.

      Lo cierto es que la falange se había partido, y esto desnivelaba la situación a favor de los romanos porque su diseño táctico era más dinámico, igual que el de la selección italiana. En este contexto los legionarios se sintieron más cómodos manejando su espada corta y acabaron por dinamitar el orden falangita cuyos miembros huyeron apresuradamente atropellándose unos a otros.

      La batalla de Pidna supuso el fin definitivo de lo que quedaba del imperio de Alejandro Magno y consagró la


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