La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa

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La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968 - vvaa


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del día. Nos lo pasábamos bien, reíamos, cantábamos y…, trabajábamos. Congeniamos muy bien a pesar de ser ella tan abierta y yo tan tímida.

      En marzo de 1971 mi aita falleció repentinamente de un ictus. Yo había cumplido veinte años diez días antes. Cursábamos tercero, y habían empezado mis dudas: “¿quiero o no ser médico?” o “¿me atreveré a ser médico?”. Y llegó mi gran crisis. La pérdida del aita fue muy fuerte para mí y me tambaleé incluso “profesionalmente”. Habíamos empezado a hacer prácticas en el hospital y comprobé que en ese mundo no me sentía cómoda. Estudiar, adquirir conocimientos, me resultaba interesante pero no imaginaba mi futuro trabajando como médico. Con la muerte de aita pensé que era el momento idóneo para olvidarme de la Medicina. Él trabajó como agente comercial industrial siendo su sueldo el único que entraba en nuestra casa. Ama se dedicaba al cuidado de sus seis hijos y de sus padres que vivían con nosotros, estaban enfermos y eran totalmente dependientes.

      Ante la nueva situación alguien tendría que sustituir al aita en su trabajo, ¿por qué no yo? Era la segunda de seis hermanos, tres chicos y tres chicas. El mayor tenía veintiún años y estudiaba Arquitectura, su gran pasión. El menor, de nueve años, pertenecía a la primera promoción de la ikastola de nuestro pueblo. La familia decidió que el arquitecto abandonara sus estudios para trabajar en la industria. ¿Por qué no yo? Mis razones no convencieron… ¿Una chica desarrollando ese trabajo? Nuestro aita habría opinado distinto. Era un gran autodidacta, músico, escritor, gran conversador, psicólogo con sus amigos, pedagogo con sus hijos y tenía muy claro que sus seis chicos y chicas tenían que ir a la universidad.

      Ayudé a mi hermano ejerciendo de secretaria (anteriormente ya lo había hecho con mi aita y conocía el trabajo), sobre todo en vacaciones, mientras proseguía con mis estudios. Me gustó sobre todo la Otorrino y pensé incluso en especializarme, pero al terminar la carrera fui incapaz de meterme en ese mundillo. Aún y todo solicité hacer el rotatorio en la Residencia Sanitaria de Donostia donde había hecho prácticas los veranos. La solicitud fue aceptada pero finalmente la rechacé. Estuve unos meses sin saber qué hacer. Me “llovieron” las ofertas de trabajo. En Gipuzkoa había demanda de médicos que hablaran y escribieran bien en euskera. Me propusieron trabajar en la Clínica San Miguel de Beasain, en el Hospital de Arrasate…, pero no me sentía con fuerzas para ejercer la Medicina. Tuve la ocasión de trabajar como profesora en una ikastola recién inaugurada en Donostia. La experiencia me gustó y desde entonces he trabajado con alumnos adolescentes, madres y padres (menos) hasta la jubilación. Durante los primeros años tuve que enfrentarme a la falta de textos en euskera (los sábados creábamos el material para la semana tirando de multicopista). Nuestra formación ha sido constante; un cursillo tras otro para estudiar euskera técnico, metodología, psicología, pedagogía, sexología… Hemos “sufrido” cambios de leyes y reformas en el plan de estudios… He trabajado muchísimas horas aparte de la permanencia en la ikastola. Ha sido en parte un trabajo de militancia y me he sentido bien.

      De mi paso por la Facultad de Medicina guardo gratos recuerdos y amistades (Bittori Astobiza, Begoña Gutiérrez, Begoña Pérez Huerta, Karmele Gómez Gallastegi, Maite Urizar, Aintzane Saitua, Garbiñe Amezaga, Itziar Gandarasbeitia…). ¿Anécdotas? Varias. Recuerdo nuestra protesta para que Carlos Castilla del Pino fuera nuestro profe de Psiquiatría. También mi primera experiencia en el Hospital de Basurto. Tuve que hacer una historia clínica a una paciente ingresada un par de días antes. La conversación fue muy fluida, la señora me contó muchas cosas, pero cuando me preguntaron el posible diagnóstico, no supe qué contestar. Era alcohólica y los profes subrayaron, “no olvides nunca que los alcohólicos mienten”. Y en un examen de Anatomía, el examinador me señaló un agujerito del cráneo. Al decir el nombre traté de pasar el estilete por el agujero, pero mi tembleque era tal que tardé un buen rato. El profe dijo:

      –Señorita, creo que su futuro lo tiene garantizado como cirujana.

      Hori lotsa! ¡Qué vergüenza! Tengo que aclarar que mi pulso siempre ha sido… Y, cómo no, sigue siendo. Estas cosas no mejoran con la edad.

      En fin, en Bilbao he sido Joxpi y en Beasain y Donostia Marijose.

      Estoy deseando leer vuestros relatos. Mila esker eta beti arte.

      LA IMPROVISACION

      En agosto de 1968, mi padre me propuso ir a formalizar la matrícula y escoger colegio mayor en Zaragoza para que estudiara Medicina. Yo había elegido esa carrera un poco porque me gustaba y otro poco porque no tenía Matemáticas, que no se me daban muy bien. Pero el jueves de aquella semana apareció en El Correo Español El Pueblo Vasco la noticia de que se instauraba en la Universidad Autónoma de Bilbao, la Facultad de Medicina desde ese mismo curso, por lo que ya no había que trasladarse para estudiar mi carrera. La noticia me dejó un poco perplejo. No creía posible que en dos meses se pudiera poner en marcha una facultad de esa complejidad. Además de frustrar mis expectativas de salir de casa, que me hacía mucha ilusión.

      Los responsables de la idea solucionaron el problema inmediato poniendo un curso Selectivo (no se podía pasar a segundo sin aprobar todo el curso) de cuatro asignaturas semejantes a las que se daban en primero de Ingenieros Industriales, que era la Facultad más consolidada en Bilbao. Así es que tuvimos que empezar por estudiar Matemáticas, Física y Química con profesores de la Escuela de Ingenieros y además Biología, para que pareciese un curso de Medicina. Esta asignatura nos la impartió Cebreiro, que no tenía experiencia docente, pero que era un hombre simpático, titular de una farmacia en Bilbao, que cayó bien.

      El curso se realizó en la antigua Escuela de Náutica, en Deusto, que había quedado sin función al trasladarse a Santurce. Conseguí aprobar tres asignaturas en junio, y las Matemáticas en septiembre con algunos sudores. Además, me lo pasé estupendamente haciendo muchos amigos y visitando el Gallastegui, famosa tasca de Deusto, donde nos reuníamos de vez en cuando.

      Para el segundo curso, la Facultad, milagrosamente, siguió poniéndose en marcha. Construyeron un pabellón en el Hospital de Basurto, que todavía dura, ampliado. Contrataron profesores jóvenes y entusiastas procedentes de Valladolid. Y hasta consiguieron el cadáver de un legionario que, partido en cuatro partes, nos entregaron para diseccionarlo y que el bedel guardaba en una piscina de formol todos los días. En el lugar donde estaba la piscina todavía huele a formol.

      Las instalaciones eran precarias, la docencia entusiasta y la investigación ausente, pero empezamos a estudiar lo que pretendíamos desde el principio. El Dr. Lara nos daba, a nuestro grupo, Anatomía con unos esquemas realizados estupendamente por nuestro compañero Pepe Canduela en una pizarra, sin ayudas digitales, que ahora valoro como de gran mérito y que serían la envidia de los actuales alumnos. Tenía pocos años más que nosotros y eso le hizo no saber si ser amigo o maestro, lo que causó algunas situaciones de compadreo con algunos alumnos y distanciamiento con otros. La Histología estuvo a cargo de Juan Domingo Toledo y un séquito de profesores y profesoras que trabajaban en el Hospital de Basurto. Y la Bioquímica nos la impartió Juan Manuel Gandarias, que era el típico catedrático de Salamanca, ya bregado en impartir clases y que, por su experiencia, fue nombrado decano al año siguiente.

      Como el pabellón construido desde el segundo curso se hacía pequeño nos hicieron otro pabellón más pequeño, cerca del de San Pelayo, que llamamos “el bunquer”, donde dimos las asignaturas de los últimos cursos.

      Todo sabía a nuevo, que no quiere decir que fuera malo.

      LA ENSEÑANZA

      Ya he mencionado que el primer curso pasó sin pena ni gloria. En el segundo curso empecé a disfrutar del estudio de la Medicina. El conjunto de las asignaturas era como yo lo había imaginado. Me acercaba a desentrañar cómo funciona la máquina que es el cuerpo humano. Ese era mi interés.

      En tercero seguimos aprendiendo, pero empezaron a surgir problemas de precariedad en prácticas y laboratorios y como éramos muy reivindicativos la tramamos con la asignatura de Microbiología, a la que llegamos a renunciar con el fin de estudiarla más concienzudamente


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