Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer

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Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer


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vio entrar al anciano. Wade Dickson, tan elegante como siempre, llevaba su traje habitual. No solo era el abogado de su padre, sino también su mejor amigo. Habían ido juntos al colegio. El tío Wade les había dado más afecto a las chicas Slater que su propio padre.

      Al verla, el anciano sonrió.

      –Hola, Ana.

      Estaba agotado. El día había sido muy largo.

      –Hola, tío Wade.

      Él se acercó y le dio un abrazo.

      –Siento lo de tu padre. Estaba fuera de la ciudad cuando me dieron la noticia. Pero no te preocupes. El viejo Colt está hecho de una pasta resistente.

      –Te agradezco que me digas eso.

      El anciano soltó el aliento lentamente y la condujo al comedor. Se sentaron frente a la mesa.

      –Odio hacer esto, Ana, pero tenemos que hablar de lo que vamos a hacer mientras tu padre se recupera.

      –Vance es el capataz. ¿No puede ocuparse él del rancho?

      Wade guardó silencio un momento. Era evidente que no le estaba dando toda la información.

      –Eso es un arreglo temporal. He estado en el hospital y ahora mismo tu padre no está en condiciones de tomar ninguna decisión. Vosotras vais a tener que decidir qué hacer.

      –Papá estará bien –dijo Ana–. El médico dijo… Bueno, va a necesitar algo de rehabilitación.

      –Lo sé, y espero que sea así, pero, como abogado suyo que soy, tengo que cumplir con su deseo, para proteger su patrimonio y a su familia. Y ahora mismo Colton Slater no está en condiciones de estar al frente del negocio.

      Ana sintió una taquicardia repentina.

      –¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que firmar alguna nómina o algo así?

      –Bueno, ante todo, Colt tiene un testamento, para que todo esto no recayera sobre ti. Tienes a un albacea que te va a ayudar.

      –¿Quién?

      Ana oyó que alguien hablaba con Kathleen. Un segundo después, Vance entró en la habitación.

      –¿Ya se lo has dicho?

      El abogado se volvió hacia ella. No tenía que decir nada. Ana ya sabía que su padre había escogido a Vance, antes de elegir a alguna de sus hijas.

      –Entonces por fin tienes lo que quieres –dijo–. Ahora solo tienes que cambiarte el nombre por el de Slater.

      Capítulo 2

      VANCE trató de mantenerse impasible. Llevaba muchos años practicando y ya había perfeccionado la técnica para no mostrar sus sentimientos ante Ana.

      –Voy a dejarlo pasar, porque sé que estás enfadada. Colt me nombró a mí porque he sido capataz del rancho durante los últimos cinco años. Esto no tiene nada que ver con que yo me haga cargo de todo.

      Wade Dickson les interrumpió.

      –Tiene razón, Ana. Las cosas no serían distintas si tu padre me hubiera nombrado a mí. Y créeme cuando te digo que me alegro de que no lo haya hecho. Ocuparse del Lazy S es algo de mucha envergadura, y no creo que quieras hacerlo sola. ¿No es así?

      Ana no se dio por vencida.

      –Nunca he tenido oportunidad –dijo, mirando a uno y a otro con furia–. Papá no tuvo ningún problema en poner a trabajar a sus hijas. Pero se aseguró de no dejarnos hacer otra cosa que no fuera limpiar establos y cepillar a los caballos. Y, si hacíamos bien nuestro trabajo, nos dejaba ayudar con el rodeo y el marcado del ganado. Sin embargo, en cuanto le parecía que nos convertíamos en un incordio, nos mandaba de vuelta a casa.

      Vance apartó la mirada. Llevaba muchos años viendo cómo Colt ignoraba a sus hijas. Nunca había sido muy cariñoso con ellas, pero tenía que estarle agradecido por la oportunidad que le había dado. A veces le hacía trabajar más de doce horas al día, pero también había sido generoso.

      –Colt no quería que os hicierais daño –dijo Dickson–. La vida en un rancho no es fácil.

      Ana sacudió la cabeza.

      –Ambos sabemos la verdad. Colton Slater solo quería hijos varones. Y desde luego no quería que sus hijas se inmiscuyeran en el trabajo de su adorado rancho –le lanzó una negra mirada a Vance–. ¿Y qué pasa contigo? ¿No quieres trabajar con una mujer?

      Él frunció el ceño.

      –¿Qué quieres decir con eso de «trabajar» exactamente?

      Ella rodeó la mesa.

      –Llevo esperando más de veinte años para sentirme parte de este sitio. Tengo la oportunidad y el tiempo necesario, porque no tengo que volver al colegio hasta el otoño, y tengo intención de emplear bien el tiempo. O me ayudas o te quitas de mi camino.

      –¿De qué estás hablando?

      –No vas a tener siempre la última palabra aquí. Mi padre me ha dado el cincuenta por ciento del control de este lugar.

      ¿Por qué se comportaba como si estuvieran en mitad de una guerra?

      –Hasta ahora, la única persona que tenía el control era Colt –dijo Vance, tratando de mantener un tono neutral–. Él es el jefe. Tengo intención de cumplir con todos sus deseos, porque la situación va a ser temporal. Pero si quieres trabajar catorce horas al día y oler a sudor y a estiércol, adelante –echó a andar hacia la puerta, pero entonces se detuvo–. Y no esperes que os haga de canguro ni a ti ni a tus hermanas, porque el Lazy S depende de este rodeo –dio media vuelta y se marchó.

      Ana se dio cuenta de que su reacción había sido demasiado brusca. Pero Vance Rivers siempre había sido esa espina que tenía clavada. Su padre siempre le había favorecido frente a sus propias hijas. De eso no había duda. Pero las cosas estaban a punto de cambiar.

      Se puso un poco más erguida.

      –Parece que voy a trabajar este verano.

      Wade Dickson sacudió la cabeza.

      –Creo que deberías llevarte mejor con ese vaquero, si no quieres que las cosas sean más difíciles.

      Eso era lo último que Ana quería. No había olvidado a aquel Vance adolescente, con su actitud desafiante y provocadora. Era guapo y lo sabía. Aquel día, cuando la había acorralado contra la pared en el granero y la había besado, no volvería a repetirse. Pero tampoco iba a salir corriendo como un conejo asustado.

      Ana parpadeó. Volvió al presente.

      –El problema de mi padre no ha hecho sino empeorar las cosas. Pero no voy a ignorar mis responsabilidades para con él y con el rancho.

      Wade sacudió la cabeza.

      –Espero que Colt valore tu lealtad, pero no seas testaruda. No creas que puedes arreglártelas tú solita. Será mejor que empieces a llevarte bien con Vance. Solo así funcionaran las cosas –suspiró–. Además, deberías pasarte por mi despacho mañana. Tengo algunos detalles que repasar contigo.

      –¿Qué detalles?

      –Pueden esperar hasta mañana, pero no mucho más. Trae a Vance contigo.

      A Ana no le gustó la exigencia.

      –¿Y qué pasa con tus hermanas? ¿Cuándo vienen?

      –Ahora mismo no. De momento cuenta conmigo nada más.

      Ana trató de hablar con convicción, pero en realidad no sabía ni por dónde empezar.

      Una hora más tarde, ya en el granero, Vance se puso a cepillar los flancos de su caballo castaño, Rusty. Estaba enfadado, sobre todo consigo mismo. Se había dejado provocar por ella, una vez más. ¿Cuántas veces se había dicho


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