Jamás te olvidé - Otra vez tú. Patricia Thayer

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Jamás te olvidé - Otra vez tú - Patricia Thayer


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querido decírselo a Colt, pero le estaba muy agradecido como para reprocharle algo. Colton Slater le había acogido en su casa cuando no tenía adónde ir.

      Vance ya tenía que cargar con el estigma de un padre irresponsable. A Calvin Rivers no le duraban los trabajos y se bebía la nómina entera cuando encontraba a alguien que estuviera dispuesto a contratarle. Su madre se había cansado y un día había hecho la maleta para no volver jamás.

      Empezó a cepillar al caballo con más fuerza. Rusty se movía hacia los lados.

      –Lo siento, chico –Vance acarició al animal y guardó el cepillo–. No quería tomarla contigo.

      Salió del establo y se dirigió hacia el pasillo central del granero. Se detuvo un momento y habló con dos mozos del establo, Jake y Hank. Les dio instrucciones para el día siguiente.

      Se despidió rápidamente y salió al exterior. Estaban en mayo y la noche era fresca. Ese siempre había sido su momento favorito del día. El trabajo había terminado. El sol se había puesto y los animales estaban preparados para pasar la noche.

      Sabía que sus días en el Lazy S estaban contados. Ya era hora de marcharse. Tenía un terreno propio y había planeado marcharse en el otoño, después de la cosecha de la alfalfa. Pero el problema de Colt lo había complicado todo. Tomó el camino, rumbo a casa. A unos noventa metros estaba la casa del capataz. Cuatro años antes, Colt le había dado una casa de tres dormitorios al hacerle capataz del rancho, después de que Chet Anders se retirara. Vance tenía veintiséis años por aquel entonces y acababa de terminar la carrera.

      Aminoró el paso al llegar a la casa. Había alguien en el porche. Se detuvo. Era Ana. Estaba sentada en el columpio. Era curioso. Durante años había soñado con encontrársela allí, esperándole.

      –¿Quieres seguir arrancándome la piel a tiras? –le preguntó y encendió la luz del salón.

      Ella le siguió, pero se detuvo en el umbral.

      –No. Quiero hablar contigo, si tienes unos minutos.

      Vance se volvió y vio su rostro de preocupación. Había visto su lado más vulnerable ese día en el hospital, pero Ana Slater también tenía una lengua afilada. Sin embargo, su cerebro estaba empeñado en fijarse en otras cosas; su cuerpo esbelto, sus caderas redondas, sus piernas largas escondidas bajo unos vaqueros desgastados. Tenía suficientes curvas como para volverle loco. Le hacía desear aquello que no podía tener. Tenía que olvidarse de ella si quería trabajar a su lado.

      ¿Por qué no era capaz de desear a otra mujer que no fuera ella? ¿Por qué no había sido capaz de seguir adelante? Tenía que olvidar a aquella chica que le había rechazado años antes. Seguía despreciándole.

      –Atacas cualquier cosa que digo o hago. Incluso yo tengo mis límites.

      Ana sabía que se había excedido un poco. No era Vance el causante de su problema con su padre.

      –Te pido disculpas. Dejé que unos viejos sentimientos interfirieran con lo que hay que hacer a partir de ahora. Hay que llevar este rancho. Eso es lo que hay que hacer.

      Él se echó a un lado y Ana pudo respirar por fin. Pasó por delante de un sofá y se detuvo junto a la ventana que daba al corral y al granero. Era mejor que mirar a Vance. Siempre la hacía sentir así cuando le tenía cerca. Era extraño, porque llevaba años sin acercársele, aunque tampoco le había dado oportunidad.

      –¿Entonces quieres hacer una tregua?

      Ella miró por encima del hombro y asintió.

      –Wade dijo que tenemos que trabajar juntos –dijo, apresurándose–. Por el bien del rancho y para que mi padre se pueda concentrar en su recuperación.

      –No podemos esperar milagros.

      Ana no pudo evitar sonreír.

      –Me conformo con que haga lo que hay que hacer para volver aquí cuanto antes –soltó el aliento–. Sé que crees que mi padre me da igual, pero no es así.

      –Nunca he dicho eso. Sé que has venido a verle muchas veces –levantó una mano al ver que ella trataba de negarlo–. Y, no, Kathleen no te ha delatado. He visto tu coche en la casa, y también cuando vienes a montar a caballo. ¿Por qué no te quedaste nunca a hablar con Colt?

      Ana sintió lágrimas en los ojos.

      –Eso es un poco difícil. Mi padre no me recibe precisamente con los brazos abiertos.

      –De acuerdo. Siempre ha sido un poco hosco, pero eso quizás cambie a partir de ahora.

      Ana recordó aquellos tiempos felices cuando vivía con su madre, su padre y sus hermanas en el rancho. Todo aquello había cambiado de la noche a la mañana, con la desaparición de Luisa Slater. Se había llevado consigo todo el amor del Lazy S. Las gemelas, Tori y Josie, solo tenían tres años por aquel entonces, y Marissa todavía gateaba.

      Si no hubieran encontrado la nota, hubieran pensado que la habían secuestrado. Pero no había duda. Luisa Slater no quería saber nada más de su marido ni de sus hijas. Ese mismo día, su padre se convirtió en otra persona y se aisló de su propia familia.

      –Tenía cuatro hijas que necesitaban su cariño. Es como si nos hubiera echado la culpa de la desaparición de nuestra madre –dijo, fulminando a Vance con la mirada–. ¿Fue culpa nuestra?

      Él sacudió la cabeza.

      –No puedo contestar a esa pregunta, Ana. No conocí a tu madre. Solo conozco a la mía. Y April Rivers no tuvo ningún problema a la hora de hacer la maleta y marcharse.

      Ana contuvo el aliento. No recordaba lo mucho que se parecían sus vidas.

      –Lo siento, Vance. Lo había olvidado.

      –Eso es lo que quiero que haga la gente, que olvide mi pasado –la miró a los ojos–. Es la única forma de seguir adelante.

      Vance no quería remover el pasado.

      –Mira, llevar el Lazy S no es cosa fácil. Pronto tendremos el rodeo. Si tus hermanas y tú queréis ayudar, no voy a impedirlo.

      –Como he dicho, dudo mucho que mis hermanas vengan, pero yo sí quiero estar. De hecho, he decidido venirme a la casa, por lo menos durante el verano, o hasta que mi padre se recupere.

      –Muy bien. El día empieza a las cinco y media.

      Ana pareció sorprenderse.

      –Quiero ir a ver a mi padre a las diez. Y Wade Dickson quiere que nos reunamos con él mañana por la tarde en su despacho.

      –¿Por qué?

      –No lo sé. Dice que tiene que repasar unos detalles con nosotros.

      Vance asintió.

      –Entonces será mejor que duermas un poco. Mañana va a ser un día muy ajetreado.

      Ana asintió también.

      –Te veo mañana por la mañana –se dirigió hacia la puerta.

      Vance cerró los puños. Quería llamarla para que volviera, pero… ¿para qué iba a hacerlo? ¿Para decirle que siempre había sentido algo por ella? No. Para ella no era más que ese pobre chico al que su padre le había dado un lugar donde dormir.

      A la mañana siguiente, Colt sintió el calor del sol sobre el rostro. ¿Se había quedado dormido? Parpadeó y abrió los ojos. Trató de enfocar. Ese no era el mayor de sus problemas. No podía moverse. Gruñó y trató de levantar un brazo. Alguien dijo su nombre en ese momento.

      Se volvió hacia una hermosa cara. Contuvo el aliento, parpadeó de nuevo y entonces se dio cuenta de que era Analeigh. Se parecía tanto a su… madre. No. No quería pensar en Luisa en ese momento.

      Trató de moverse, pero no tenía fuerza suficiente. ¿Qué le estaba pasando? Trató de hablar, pero no emitió más que un sonido indefinido.

      –Todo


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