Mis suspiros llevan tu nombre. C. Martínez Ubero
Читать онлайн книгу.su dulce voz la que me sacó del trance:
–Quítate los zapatos, se te van a estropear.
Obedecí de nuevo como una boba sin rechistar, sus besos parecían tener narcóticos para mí, me dejaban totalmente drogada. Me los quité y sin que él soltase mi mano comenzamos a caminar hacia la orilla. La noche invitaba a ese paseo, la luz eléctrica era muy suave, solo la de la luna nos acompañaba reflejada en el mar tranquilo, y solamente el ruido de las olas en la orilla rompía aquel silencio. Él no hablaba y por primera vez yo no sabía qué decir, así que me aventuré a sacar un tema de conversación:
–Me ha sorprendido mucho verte, no pensé que vendrías, como no has dado señales de vida en toda la semana.
–No tenía tú número.
¡Escueto, pero sincero! Pues era verdad, jamás nos dimos los números, como volvió a guardar silencio le dije de nuevo:
–También se lo podías haber pedido a tu hermano, ¿no te parece?
–Odio los teléfonos, normalmente no son nada más que para dar malas noticias, apenas uso el mío, siempre que puedo lo dejo en casa.
¡Bueno, parecía que no había modo de sacar conversación! Así que de nuevo volví a intentarlo:
–Lo que me ha sorprendido en serio ha sido verte en la discoteca esta noche.
–Ni creo que vuelvas a verme más.
Suspiré, qué “cortito” era el pobre, “al ataque otra vez”.
–¿Por qué? ¿Acaso no te gusta nada más que tu música?
Él sonrió.
–No, me gustan muchos estilos, pero si mi abuelo se entera que he estado en un sitio cerrado con la música a ese volumen me mata, puede ser fatal para mis oídos.
Si hubiese sido otro ya lo habría mandado a hacer puñetas, pero me gustaba en serio y comprendía que no todo el mundo era tan charlatán como yo, así que le eché ganas de nuevo e intenté mantener viva aquel intento de conversación, y continué preguntándole:
–¿Acaso tienes problema de oído, ¿cómo el Mozart ese?
Él sonrió de nuevo.
–No, del oído estoy bien, pero tantos decibelios en un sitio tan pequeño pueden afectar seriamente al sistema auditivo, tú como futura doctora deberías saberlo mejor que nadie, –se volvió y me dio un beso en los labios–. Y no era Mozart quien perdió el oído, fue Beethoven. Vamos a sentarnos
¡Bueno, yo sabía que uno de ellos era! Pero mejor cerraba mi boca y no metía más la pata.
No me hacía ninguna gracia manchar mi vestido con la arena, pero tampoco quería parecerle una ñoña protestando por todo, así que me senté. Él estaba guapísimo aquella noche, nunca lo había tenido así, solo para mí. Llevaba una camisa negra, que le sentaba de “muerte”, me daba algo de vergüenza mirar un poquito más abajo, pero sus vaqueros se ceñían justo donde debían y no podía evitar que los ojos se me fuesen detrás.
Me senté bastante erguida mientras él se recostó en la arena, no sabía de qué hablar sin volver a parecer una inculta, miraba hacia el mar, supongo que intentando hacerme la interesante (después de lo “del Mozart” más valía estarse calladita), pero él seguía en su tónica y no hablaba, solamente me miraba. Me incomodaba tanto sentirme observada que mi cabeza rodaba a mil por hora para intentar hablar de algo o me volvería loca, así que de nuevo me lancé al vacío:
–Este año, sino llega a ser por que escuchaba tu música, diría que ni habías venido, vendes muy cara tu presencia.
Se tumbó en la arena, colocó los brazos detrás de su cabeza y mirando hacia el cielo me contestó:
–Tengo que estar muy concentrado, pronto volveremos a Los Ángeles. Estoy a punto de firmar unos importantísimos contratos, si todo sale bien en unas semanas comenzaré una gira por Norteamérica. En esta profesión tienes que demostrar que eres el mejor para llegar a algo, aquí no valen los segundos puestos, o eres el primero o todo este esfuerzo no sirve para nada.
–¡En unas semanas! ¿Y vuelves para mucho tiempo?
–No lo sé, todo depende de cómo marchen por allí las cosas; mi abuelo está convencido que todo irá bien, pero yo no estoy tan seguro.
–No me lo puedo creer ¿de verdad es eso lo que tú deseas hacer?
Me miró sorprendido.
–¿A qué te refieres?
–Te llevo viendo trabajar tanto durante años y no sé, por tu tono de voz al decirme lo de la gira, en vez de saltar de alegría como haría yo, estás aquí contándomelo como si no tuviese la mayor importancia. Perdóname si me paso de lista, pero no me pareces emocionado con la idea, por eso me preguntaba si tú deseas de verdad irte dejándolo todo aquí y empezar tan lejos desde cero, según dice tu hermano ya tienes un nombre dentro de la música clásica en Europa.
Dio un fuerte suspiro.
–Supongo que sí, qué esa ha sido siempre la meta. Pero, a decir verdad, ni siquiera me había dado la oportunidad de planteármelo, mi abuelo toma estas decisiones por mí desde hace años y creo que se lo debo.
Por su tono de voz adiviné que no quería seguir hablando. Volví mi cara mirando hacia el mar, queriendo dar por zanjado el tema.
Él cogió uno de mis mechones de pelo entre sus dedos y me dijo:
–Me hipnotiza su color; desde que eras pequeña me encantaba verte enredando entre las flores, me gustaba ver cómo brillaba tu pelo bajo el sol, las pelirrojas me gustan, pero a ti este color te queda genial.
Yo misma cogí uno de mis mechones y me miré el pelo. Ese mismo pelo que en ocasiones me había dado tantos malos ratos en el colegio, donde me habían puesto motes de toda la variedad de frutas y verduras conocidas con tonos naranjas, sin olvidar las distintas especies de animales, que un poco más mayor y debido a mi altura iban creando las “desarrolladas” imaginaciones de mis compañeros; y ahora me confesaba que a él le había gustado desde siempre. Lo miré sonriendo mientras él seguía sosteniéndolo entre sus dedos.
–¿De verdad te habías fijado antes en mí?
No lo dudó, me contestó enseguida:
–¡Claro, siempre me has parecido una niña preciosa!
–¡Pero yo ya no soy ninguna niña, yo…
Él me agarró desde la nuca, arrastró con suavidad mi cuerpo hasta la arena y me atrajo hasta su boca.
–Entonces demuéstramelo. Hasta ahora solo he besado yo, todavía no me has devuelto ninguno de los besos que te he dado y me muero porque lo hagas.
Intenté resistirme un poco, eché mi cabeza hacia atrás, pero él continuó insistiendo sin dejar de mirar mis labios. Cerré mis ojos y volví a dejar que me besara, aunque esta vez sí participé en esos besos.
Me gustaba cómo acariciaba mi cuerpo, erizaba cada trozo de mi piel por donde pasaba sus manos. Me besaba con deseo, en ese momento ya no me importaba el vestido, ni los zapatos, ni siquiera mi pelo, ¡el cual había estado cerca de una hora alisando y peinando! Me importaba él, despertaba cada uno de mis sentidos dormidos hasta ese momento. De pronto se incorporó y cubrió mi cuerpo con el suyo, seguíamos besándonos cuando sentí cómo apretó su pelvis en mí sexo, pude sentir lo excitado que estaba, sus manos comenzaron a subir hábilmente por debajo de mi falda.
Mis ojos se abrieron automáticamente y la alarma saltó en mi cerebro, todas mis clases de biología, de prevención de riesgos, brotaban como una fuerte de información en mi cabeza.
–¡Para, para! ¡Vas bastante rápido, ¿no crees?!
Él seguía besando mi cuello y mis labios alternativamente, sin cesar en su empeño me dijo:
–¿Rápido?