Mis suspiros llevan tu nombre. C. Martínez Ubero

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Mis suspiros llevan tu nombre - C. Martínez Ubero


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minifalda, los tiré con todas mis ganas sobre la cama, tenía toda la rabia a flor de piel cuando escuché llamar a la puerta.

      –¡¿Qué?!

      –¿Puedo pasar?

      Era Alex.

      –¡Pasa!

      –¿Qué te ocurre? ¿A qué ha venido ese portazo?

      –¡Es el estúpido de mi hermano, no me deja quedarme contigo en casa! ¡Me ha amenazado con decirle a mi padre que estamos juntos! ¡Este tío es idiota!

      –Entonces, ¿qué vas a hacer?

      –¡¿A ti qué te parece que puedo hacer?! ¡No tengo más remedio que ir! –Él no dijo nada, dio la vuelta para salir de mi habitación y yo me sentí como una idiota gritando a quien menos culpa tenía, en cuanto me di cuenta bajé mi tono de voz y me acerqué a él– ¡Alex, por favor, no te enfades!

      –Sisí, ya eres lo suficiente mayor para saber lo que tienes o no tienes hacer.

      No me dejó darle más explicaciones, salió de mi habitación se encerró en la suya y la música comenzó a sonar de un modo atronador.

      ¡Joder qué mal rollo! No tenía ningunas ganas de ir a aquella fiesta sin él y más sabiendo del chantaje que se había servido mi hermano para salirse con la suya. Pero no podía permitir que se lo contara a mi padre o todo habría acabado antes de empezar.

      Antes de una hora, mi hermano estaba llamándome a gritos desde la escalera para que bajara; después de aquel primer momento todo había quedado en calma, Alex dejó de tocar su piano ya hacía rato, el cabreo que debía tener sería casi igual al mío.

      Fran ya estaba preparado esperándome junto a Raúl, cuando bajé las escaleras algo preocupada le pregunté:

      –Tú hermano no viene, ¿verdad?

      –No, sabes que mi abuelo le tiene prohibido ir a esos sitios.

      Miré hacia arriba y continué diciéndole:

      –Tampoco le he vuelto oír tocar.

      –Estará descansando un poco, el viejo lo tiene machacado, estos días le van a venir bien para desconectar, no sabes la caña que le está dando con lo de la gira.

      Volví la mirada hacia mi hermano.

      –Por favor Raúl, déjame quedarme. No tengo ningunas ganas de ir.

      Él sacó el teléfono del bolsillo de su pantalón y me lo enseñó.

      –Sisí, te doy dos minutos para salir por esa puerta.

      –¡Eres un…!

      Terminé de bajar las escaleras, llena de rabia, sabía que no me lo pasaría bien, ¿de dónde le habían salido ahora esas ganas de proteger mi honor? Cuando el estúpido de Carlos me lo hizo, le importó bien poco.

      Bajamos hasta Playa Marina en el coche de Fran, mis amigas estaban ya en la puerta esperándonos, las dos se habían puesto de punta en blanco, yo a su lado parecía que iba de compras al supermercado.

      –Sisí, ¡¿no te has arreglado?!

      –Es que no tenía ganas de venir, me dolía la cabeza y mi hermano me ha obligado.

      Miriam se quedó atrás hablando con los chicos, Mónica me cogió del brazo y en voz baja con una pícara sonrisa en sus labios me preguntó:

      –¿Seguro que era la cabeza lo que te dolía?

      Ella sabía de sobra mis intenciones y yo le contesté llevada por la rabia que sentía:

      –¡Es por el idiota de mi hermano, se ha olido que hay algo entre Alex y yo y no me ha dejado quedarme!

      –¡Ya me parecía a mí! Perdona que te lo recuerde, pero te dije un montón de veces que se lo contaras.

      –Hubiese dado igual, fíjate cómo ha reaccionado. Es un estúpido y punto.

      Entramos en la discoteca, el recinto estaba hasta la “campana” de gente, la música sonaba al máximo, comprendí por qué el sitio no podía ser bueno para él. Cualquier otra noche me habría ido a la pista sin pensármelo, pero no tenía ningunas ganas de estar allí, así que fui directa a la barra acompañada de mis inseparables. Nos sirvieron unos chupitos y sin pensarlo me lo bebí de un trago, al verme hacerlo de aquel modo unos chicos jalearon mi modo de beber, enseguida pidieron otra ronda, aquello comenzó a ser un juego y comenzamos a beber, parecía que empezaba a diluirse el cabreo a la misma velocidad en la que el tequila subía. Estaba claro que la solución que le estaba dando a mi problema no era ni por asomo el mejor, pero si tenía que estar allí me lo tendría que pasar lo mejor posible, así que hicimos lo mismo durante tres o cuatro rondas más. Tonteamos con aquellos tipos durante toda la noche, bailamos, bebimos, pero eso sí, todo bajo la atenta mirada de mi hermano. ¿Qué pasaba, le parecía bien con cualquiera menos con él? ¡Con el hombre más perfecto que podía entrar en mi vida! ¿Qué le habría pasado por la cabeza a Raúl para negarse por completo a aceptar mi relación con Alex?

      La “cogorza” que cogimos las tres fue de campeonato, Fran y Raúl, ya resignados con que les habíamos fastidiado la noche y que ya no tendría arreglo, nos llevaron a cada una a su casa.

      Al llegar a la de mi pianista, mi hermano se empeñó en acompañarme hasta la mismísima puerta de mi habitación.

      –Raúl, por favor, no soy ninguna cría, ¡ya está bien!

      –¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? ¡Vas a despertar a todos!

      –¡Pues deja de tratarme de este modo! ¡De verdad no sé qué te está pasando!

      –¡Solo pretendo protegerte!

      Quería haberle gritado, pero me contuve y llena de rabia y bastante más mareada de lo que debía le contesté:

      –¿Pero de qué quieres protegerme? ¡Es que no lo comprendo, ese hombre es lo mejor que podía haberme pasado en la vida!

      –Ahora no es el momento, ya hablaremos mañana.

      Se dio media vuelta y me dejó parada en la puerta con un palmo de narices. ¡Bueno, pues nada, ya me contaría en otro momento sus razones! Tampoco tenía yo la cabeza para muchas discusiones, así que al entrar en mi habitación fui directa hacia la ducha, necesitaba sentir la frialdad del agua para poder despejarme y pensar qué hacer, no quería resignarme, él solamente estaba a dos puertas de mi habitación y aquello me volvía loca, no sabía si seguiría enfadado conmigo. Al terminar me asomé a la ventana, aunque estaba todavía un poco mareada parecía que poco a poco iba reponiéndome y esperé que la brisa de la noche terminara de ayudarme, me senté en el quicio y absorbí el aroma a jazmines y a dama de noche que venían desde el jardín, miré para ver si había luz en la habitación de Alex, todo estaba a oscuras, no sabía qué hacer, tenía muchas ganas de ir pero me daba miedo que mi hermano hubiese acampado en la puerta de mi dormitorio, o que él me rechazara. ¡Por fin me decidí! ¿Qué podría pasarme? ¿Que tuviese que volver a mi habitación toda avergonzada? ¡No más! Así que me armé de valor y muy despacio abrí con cuidado mi puerta, todo parecía despejado. De puntillas y en pijama fui hasta su habitación, él estaba profundamente dormido, me acerqué hasta el filo de su cama, lo miré durante un momento. Esa noche hacía calor, pero la ventana de su balcón estaba abierta y una suave brisa refrescaba el ambiente, dormía solamente con un pantalón de deporte y solo cubierto en parte por su sabana. ¡Es que me lo hubiese comido allí mismo!

      –Alex, ¿estás dormido? –No me contestó–. ¡Alex!

      Con la voz totalmente apagada por el sueño me respondió:

      –¡Síí!

      –Ya he vuelto.

      Él seguía con los ojos cerrados.

      –Ya te oigo.

      –¡Alex!

      –¡Quééé!


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