Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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la había besado.

      Mientras lo contemplaba dormido, no fueron pocos los sucios pensamientos que asaltaron su mente. Su mirada fue a posarse de nuevo en su trasero medio desnudo.

      Bueno, ella dejaba su firma en todas partes, ¿no?

      Sonriendo, se levantó de la cama para volver al cabo de un momento. La respiración de Armie se había convertido en un ronquido ligero, y no se despertó mientras duró el proceso de la firma.

      Cuando terminó, volvió a meterse en la cama, se arrebujó contra él y se quedó dormida con una sonrisa de felicidad en los labios.

      Armie se despertó lentamente, con la mirada desenfocada y la cabeza más todavía. Nada más moverse, le dolieron varias cosas. Nada nuevo, por lo demás. Entrenaba duro, combatía duro y a menudo se despertaba con los músculos doloridos o lesiones menores. Se desperezó.

      Y de repente recordó.

      Sentándose con un sobresalto, miró el otro lado de la cama y lo descubrió vacío. Salió del dormitorio en un santiamén, buscando hasta que encontró la cafetera en la cocina y la nota doblada apoyada sobre la misma que decía: Rissy estuvo aquí. Maldijo para sus adentros.

      Volviéndose hacia la pila, se refrescó la cara y se esforzó por despabilarse. Recordaba su llegada, recordaba que ella misma lo había guiado al dormitorio…

      Recordaba haberla visto quitándose los tejanos.

      Bajó la mirada y soltó un suspiro de alivio al ver que todavía llevaba los boxers. Eso resultaba muy elocuente, porque no tenía ninguna duda de que se los habría quitado si ambos hubieran estado… ocupados.

      Evidentemente, no lo habían estado.

      Apoyándose en la pila, se estrujó el cerebro hasta que finalmente recordó su estúpido plan. Había pretendido hacerse el dormido tanto para disuadirla de su interrogatorio sexual como para obligarse a sí mismo a mantener las manos quietas.

      Por desgracia, debía de haberse quedado dormido. Algo vergonzoso, sí, pero también le había salvado la vida.

      ¿Había pasado toda la noche abrazado a ella? Regresó al dormitorio y se detuvo al pie de la cama.

      Había estado allí con Merissa. Recordaba haberla tocado, besado, tentado… en una especie de duermevela. Recordaba aquellas largas y tentadoras piernas enredadas con las suyas. La textura de su oscura y espesa melena entre los dedos. Sus pezones empujando contra la tela de su camiseta. Su calor, su curiosidad, su deseo…

      «Nadie se mete en mi cama así por las buenas, solo porque me desea», recordaba haberle dicho.

      «Yo sí», fue su respuesta.

      Cuando sonó su móvil, dio un respingo y corrió a contestar. Vio que era Cannon y se preparó para lo peor.

      —¿Sí?

      —¿Cómo te sientes?

      Armie se apartó el teléfono de la oreja, lo miró extrañado y volvió a pegárselo al oído.

      —Bien. ¿Por qué?

      Cannon se echó a reír.

      —Bueno, ayer estuviste en medio de un atraco. Te pegaron en la cabeza y en la espalda.

      «Y dormí con tu hermana», añadió para sus adentros.

      —Estoy bien —fingió un bostezo—. Acabo de despertarme.

      —Ya. Rissy me puso un mensaje hace media hora. Después de todo lo ocurrido, quería hablar directamente con ella. Me pareció que estaba bien, muy como es ella. Me dijo que se iba a su casa a ducharse y a cambiarse de ropa antes de salir para el trabajo, que tú todavía estabas roncando.

      Armie se quedó de piedra. Sus aventuras sexuales con mujeres eran numerosas y variadas, pero jamás habían incluido una conversación con el hermano de una.

      —Hoy tenemos un huésped especial, ¿crees que podrás darte prisa a venir? —le preguntó Cannon, con humor.

      —¿Un huésped especial?

      —Jude Jamison.

      «Santo Dios», exclamó para sus adentros. Jude era uno de los peces gordos de la SBC. Había sido campeón de lucha antes de retirarse y convertirse en un actor famoso. Cuando le acusaron de homicidio, sobrevivió a un escabroso juicio durante el cual la mayoría del público lo consideró culpable aunque nada pudo demostrarse. Luego se enamoró y finalmente logró lavar su nombre.

      —¿Por qué?

      —Ya sabes por qué. La organización te tiene en su punto de mira.

      Armie gruñó y se frotó sus cansados ojos.

      —Esto apesta.

      Cannon se echó a reír.

      —La mayor parte de los luchadores habrían estado encantados de conseguir llamar la atención de Jamison.

      Ya, bueno, pero él no era como la mayor parte de los luchadores. Se acercó a la cómoda, sacó unos calcetines limpios y un chándal y se dispuso a vestirse.

      —Iba a tomarme un café y luego, de camino al gimnasio, pensaba reparar mi móvil.

      —Harper lo hará por ti.

      Harper, que había empezado como voluntaria hasta que se casó con Cage, trabajaba en aquel momento a jornada completa en el gimnasio e iba allí casi tan a menudo como Armie. Dado que la tienda de móviles estaba a media manzana de distancia, probablemente a ella no le importaría acercarse.

      —Está bien. Salgo ahora mismo. ¿Te importa que le cambie el agua al canario y me lave los dientes primero?

      —Claro. Y dedica unos minutos a llenar el estómago. Tengo la sensación de que Jamison querrá verte entrenar —dicho, eso Cannon dio por terminada la llamada.

      —Menudo incordio… —masculló Armie mientras terminaba de ponerse los calcetines. Ya se ducharía en el gimnasio. Preparó su bolsa, se lavó los dientes y se despreocupó de peinarse o afeitarse. Llenó luego un termo de café y tiró el resto a la pila. Tendría que explicarle a Rissy que estaba intentando prescindir de la cafeína.

      «No, espera», se dijo. No volvería a tener a Merissa en su casa, así que tampoco necesitaría explicarle ese tipo de cosas…

      Por supuesto, el café era perfecto. Todo en ella era perfecto.

      Le habría gustado que lo hubiera despertado antes de marcharse. En aquel momento, a pesar de lo que había dicho Cannon, era seguro que iba a pasarse todo el día preguntándose si había dormido o no, o si se sentiría nerviosa e inquieta en el trabajo.

      La noche anterior, ella había querido estar con él.

      Pero ese día, ¿cómo se sentiría? Masticó una barrita de proteínas de camino al gimnasio. Tan pronto como hubo aparcado, telefoneó a Merissa.

      Ella respondió a la tercera llamada con un apresurado:

      —¡Hey, Armie!

      Sonaba sin aliento, con lo cual se lo quitó a él también.

      —¿Te pillo en un mal momento?

      —Perdona, es que acabo de salir de la ducha y me estoy vistiendo a toda prisa para poder llegar al banco a tiempo.

      La frase vino a insertar una imagen muy nítida en la parte frontal de su cerebro.

      —¿Armie?

      Ahuyentó la imagen de Rissy envuelta en una pequeña toalla, con la piel todavía húmeda, el rostro acalorado…

      —¿Cómo estás?

      —Tú y Cannon… —se burló ella—. Estoy bien. ¿Y tú?

      —Perfectamente —se interrumpió, pero no se pudo aguantar—. Debiste haberme despertado antes de marcharte.

      —Lo


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