Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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preguntado: «¿frotarás tu cuerpo desnudo contra el mío?». Porque su cuerpo reaccionó de la misma manera, para el caso.

      Pero, maldita sea, poseía una cierta capacidad de control y, de alguna manera, la encontraría.

      —Claro —se sentó a su lado, sí, pero a unos veinte centímetros de distancia—. Toma.

      Ella tomó el vaso, bebió un sorbo, esbozó otra mueca y se humedeció los labios.

      A ciegas, él alcanzó el suyo y lo apuró de un solo trago.

      Merissa lo estudió.

      —¿Cuánto has tenido que beber para alcanzar tu actual estado?

      —No lo suficiente —era obvio. Porque en lo único en lo que podía pensar era en estrecharla en sus brazos, en besarla, en tumbarla en el sofá…

      Bajo su cuerpo.

      Ella bajó la vista.

      —¿Sigues pensando en eso, también?

      «¿Sexo?», se preguntó.

      —Sí.

      —Yo no dejo de recordar…

      No, no era el sexo. Soltando un suspiro, Armie le tomó una mano.

      —Quizá deberías haber pasado la noche con Cannon —todavía estaba a tiempo de llevarla hasta allí, llamando un taxi o acompañándola él mismo…

      —No —se acercó a él y deslizó los brazos por su cintura, apoyando la cabeza sobre su pecho.

      Su larga melena le acarició la piel y el resto de su cuerpo tentó su libido. Quiso acariciarla por todo el cuerpo pero, en lugar de ello, se limitó a ponerle las manos sobre los hombros.

      Hasta que ella dijo:

      —Lo siento, Armie, pero en realidad preferiría quedarme aquí contigo.

      Él se apartó con tanta brusquedad que casi se cayó del sofá.

      Permanecieron mirándose fijamente.

      Habitualmente, cuando se oponía a las sugerencias de Rissy, acababa por herir sus sentimientos, lo cual a su vez la hacía enfadar. Pero esa vez no.

      Esa vez sonrió suavemente y volvió a arrebujarse contra él.

      —¿Acaso es pedir demasiado?

      —No —graznó. Nada era demasiado para ella, pero… ¿cómo diablos iba a asimilarlo él?

      —Bien —suspirando, lo abrazó—. Gracias.

      —Er… De nada.

      —Estás realmente borracho, ¿verdad?

      Armie sacudió la cabeza… lo cual hizo que la habitación empezara a dar vueltas a su alrededor. Batallaban el sopor y el deseo.

      —Yo dormiré en el sofá.

      En lugar de discutir, ella bebió otro sorbo, se apretó de nuevo contra él y preguntó:

      —¿Qué estamos viendo?

      Miró la televisión.

      Ella se estiró para recoger el mando a distancia.

      —¿Te importa?

      Se pegaba a él, se alejaba, se volvía a pegar, se volvía a alejar… Aquel bamboleo suyo lo estaba desquiciando.

      —Sírvete tú misma.

       Mientras ella hacía zapping, Armie se preguntó qué era lo que había sucedido. Tan pronto había estado sentado allí solo preguntándose por ella, como al momento siguiente Merissa acababa de poner una antigua película en el televisor y se estaba quitando las botas.

      Con el vaso en la mano, se puso cómoda… apoyándose de nuevo contra él. Al cabo de un segundo, cambió de postura, tomó su brazo para colocárselo sobre sus hombros y se arrebujó aún más contra su pecho.

      —¿Así está bien?

      El corazón estaba a punto de salírsele del pecho y cada músculo de su cuerpo estaba rígido, pero respondió:

      —Claro —y se puso un cojín sobre el regazo.

      —Antes me fijé en que tenías una magulladura terrible en la espalda. ¿Te duele?

      La necesidad sexual aturdió todavía más su cerebro.

      —No —contestó, aunque probablemente al día siguiente lo sentiría.

      Al cabo de una media hora de bendito silencio, durante el cual Armie pudo finalmente poner sus gónadas a descansar, Merissa alzó la cabeza para mirarlo. Se sentía todavía más borracho, aunque tal vez parte de la sensación se debiera a que su abrumador deseo anestesiaba su fuerza de voluntad.

      Intentó resistirse, pero finalmente la miró… y quedó cautivado.

      —¿Qué tal tu cabeza? —le preguntó ella.

      Toda su concentración fue a parar a su boca, y tuvo que luchar contra el impulso de darle un largo, ardiente, húmedo beso. «Piensa, Armie», se ordenó. De repente se le ocurrió una idea.

      —¿Avisaste a Cannon de que te venías a mi casa? —sabía que no lo había hecho porque, si Cannon se hubiera enterado de que su hermanita querida se encontraba en su apartamento, ya se habría presentado a recogerla. Ningún hombre en su sano juicio querría que una pariente suya del sexo femenino visitara a Armie en su casa, y Cannon era más protector que la mayoría—. Él necesita saber…

      —Tienes razón —se sacó el móvil del bolso, tecleó un mensaje y dejó luego el aparato sobre la mesa—. Hecho.

      Armie se quedó mirando fijamente el teléfono, deseoso de que Cannon replicase algo… y cuando finalmente oyó el pitido del mensaje recibido, soltó un suspiro de alivio y decepción a la vez. Ella necesitaba marcharse, cierto. Pero, maldita sea, era tan maravilloso tenerla cerca…

      Merissa se inclinó hacia delante, miró la pantalla y sonrió.

      ¿Sonrió?

      Desconfiado a la vez que levemente temeroso, Armie preguntó:

      —¿Va a venir a buscarte?

      —¿No?

      —¿Qué quieres decir?

      Ella le acercó el móvil para que leyera el mensaje.

      Armie leyó: Bien. Me alegro de que no estés sola. Ya me quedo más tranquilo.

      La confusión nubló su mirada.

      —¿Le dijiste que estabas conmigo?

      —Sí.

      Pasándose una mano por el pelo, Armie se preguntó en qué diablos habría estado pensando Cannon.

      Cuando la habitación volvió a quedarse en silencio, el corazón se le detuvo. Con los ojos desorbitados, se dio cuenta de que Merissa había apagado el televisor. Rastreó cada movimiento suyo mientras volvía a colocar el cojín en la esquina del sofá y se levantaba para dejar sus botas junto a la puerta. El eco de decisión con que resonó el cerrojo volvió a dispararle el pulso.

      Se removió en el sofá mientras la veía quitarse los calcetines y la sudadera. Un abrasador calor lo anegó. La vio luego dejar los calcetines dentro de sus botas y la sudadera doblada encima.

      Luciendo ya únicamente los pantalones de pitillo y una enorme camiseta de la SBC, regresó a su lado y le tendió la mano.

      —Vamos, Armie. A la cama.

      Capítulo 4

      Merissa nunca en toda su vida se había sentido tan descarada. Llevarse a Armie a la cama… guau. Aquello encabezaba su lista de hazañas atrevidas. Por alguna razón aquella noche se sentía poderosa, lo suficiente como para lanzarse a fondo


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