Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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la mirada al botón que casi había saltado de su suéter, Armie sintió que se ahogaba de furia, pero aún así, le preguntó con suavidad:

      —¿Te forzó?

      Su rostro se tensó y tragó saliva convulsivamente.

      —Él… Él dijo que quería…

      —¡La policía está aquí!

      —Es el joven —dijo Armie, esperando animarla—. ¿Sabes? Me cae muy bien.

      Los tensos hombros de Merissa parecieron relajarse un tanto con la interrupción.

      —Sí. Fue de gran ayuda —se lavó las manos en el lavabo—. Bueno, tengo que irme.

      —Lo sé. ¿Hablaremos después?

      Ella estuvo a punto de reírse al oír eso.

      —¿Qué pasa?

      —Que tú siempre quieres hablar —sacudiendo la cabeza, abandonó baño y despacho y corrió a abrir la puerta de la calle. Entraron dos policías de uniforme, con las armas desenfundadas… Pero tras unas cuentas preguntas y un somero examen al local, las guardaron y se concentraron en tomar declaración individualmente a todo el mundo. Uno de ellos insistió en llamar a una ambulancia, pero Armie se opuso. Merissa también se había negado, y por nada del mundo se habría separado en aquel momento de ella. Además, conocía lo suficientemente bien su propio cuerpo como para saber que el golpe de la cabeza no era serio. Tal vez necesitaría algunos puntos, pero probaría a vendárselo primero.

      Poco después apareció un agente del FBI acompañado de los inspectores Logan Riske y Leese Bareden. Afortunadamente, Armie los conocía a los tres a través de Cannon.

      «¡Cannon!», pensó. Diablos. Tenía que llamarlo. Sacó su móvil… pero descubrió que tenía la pantalla destrozada. Maldijo otra vez para sus adentros. Como todos los chicos de su círculo más cercano, siempre llevaba dos móviles, el segundo era para emergencias. Dado que habían formado una especie de patrulla, los móviles supletorios tenían un timbre especial, fácilmente reconocible para cuando se avisaran los unos a los otros. Pero el segundo móvil no lo tenía en aquel momento. Solo podía suponer que lo había perdido durante la pelea.

      Lo estaba buscando cuando Logan se le acercó.

      —Maldita sea, Armie…

      —No es nada —se estaba cansando ya de repetir siempre esa frase a la gente.

      Logan frunció el ceño.

      —Te tomaré la palabra —señaló su móvil—. ¿Se te rompió durante la pelea?

      —Sí. Tenía los músculos demasiado tensos y le latían las sienes—. Necesito avisar a Cannon. Si se entera de esto, se morirá de preocupación hasta que alguien le informe de que su hermana está bien.

      —Yo me encargo de ello. Hazme un favor y siéntate, ¿quieres?

      —Quiero hablar con Merissa.

      Logan lo detuvo.

      —Lo siento. Es el protocolo. Tendréis que declarar por separado. No podemos arriesgarnos a que los recuerdos de unos se vean influenciados por las declaraciones de otros.

      Ya, eso tenía sentido. No le gustaba, pero ansiaba que capturaran a aquellos canallas.

      Miró a su alrededor y, al descubrir que desde el sofá sería capaz de controlar lo que estaba ocurriendo en el despacho de Merissa, donde ella estaba hablando con el agente del FBI, se dirigió hacia allí.

      —De acuerdo —se sentó, y volvió a recurrir a los faldones de su camisa para limpiarse el rostro. Estaba hecho un verdadero desastre y lo sabía.

      —Quédate aquí —le dijo Logan antes de dirigirse al baño, con el móvil en la oreja. Volvió con un puñado de toallas de papel, unas húmedas y otras secas, que dejó sobre la mesa de las revistas—. Cannon quiere hablar contigo.

      —Claro —Armie aceptó el teléfono y dijo de inmediato—: te juro que ella está bien.

      —Ya me lo ha dicho Logan.

      Armie reconoció en su amigo aquel tono de mortal tranquilidad.

      —¿Estás en camino?

      —Sí. Logan me dijo que tendría que esperarla en el coche porque no me dejarían entrar. Pero yo quiero estar allí para cuando acaben de interrogarla. Avísame cuando pueda verla, ¿de acuerdo?

      —Claro.

      Cannon titubeó.

      —¿Y tú? Logan me dijo que te habían pegado en la cabeza.

      —Una herida superficial —no mencionó el golpe que había recibido en la espalda—. Estoy bien —ninguno de los dos dijo nada, pero una herida seria habría dado al traste con su debut en la SBC. Aunque, al lado de la seguridad de Rissy, nada podía importarle menos que perderse un combate—. Logan está esperando para interrogarme. De verdad que tu hermana está bien, así que conduce con cuidado.

      Tres horas y un millón de preguntas después, con media sucursal llena de polvos de talco para la toma de huellas dactilares, finalmente recibieron permiso para marcharse. Armie había encontrado su móvil para emergencias debajo del sofá, así que avisó a Cannon de que estaban a punto de salir.

      Cannon fue a buscarla a la puerta. Lo primero que hizo fue revisar su rostro y jurar por lo bajo cuando descubrió el moratón.

      Antes de que pudiera preguntarle algo, ella le aseguró:

      —Estoy bien.

      Él le acunó el rostro entre las manos, le besó la frente y la abrazó con ternura.

      —Maldita sea, hombre.

      —¿Qué?

      Entrecerrando los ojos, Cannon revisó a Armie con el mismo detenimiento con que lo había hecho con Merissa.

      —Si me besas —se adelantó a decirle Armie—, vamos a tener un problema.

      En lugar de ello, Cannon le dio un abrazo de oso.

      —Gracias por cuidar de ella —le susurró.

      —Bueno, estaba allí, ¿no? —ambos sabían lo que eso quería decir: que habría hecho lo que fuera con tal de protegerla.

      Cannon se volvió hacia su hermana.

      —Me he enterado de lo básico por Logan, pero quiero que me cuentes todo lo que ha pasado.

      Ella asintió.

      —Lo haré, pero, por favor, más tarde. Quizá… ¿mañana? Ahora mismo lo único que quiero es llegar a casa y darme una ducha.

      —Supongo que podremos hablar mañana, durante el desayuno.

      Ella alzó la barbilla.

      —A las nueve tengo que estar en el trabajo.

      Ambos se la quedaron mirando fijamente. Pero Merissa continuó con tono enérgico:

      —Quizá a la hora de la comida, si tienes muchas ganas. Pero, sinceramente, yo preferiría esperar hasta haber acabado la jornada.

      Cannon fue el primero en decirle:

      —No puedes ir a trabajar mañana.

      —¿Por qué?

      Ambos farfullaron algo a la vez, y de nuevo fue Cannon quien dijo:

      —Es sábado.

      —¿Y? El banco abre —lanzó una acusadora mirada a Armie—. ¿Piensas tú saltarte el gimnasio?

      Frunció el ceño.

      —No —en aquel momento, nada le apetecía más que destrozar a golpes el saco de boxeo.

      —¿Entonces por qué habéis supuesto los dos que yo me saltaría mi día de trabajo?

      Armie


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