Lucha contra el deseo. Lori Foster

Читать онлайн книгу.

Lucha contra el deseo - Lori Foster


Скачать книгу

      —Que todo el mundo permanezca tranquilo —gritó el hombre, retrocediendo para abarcar a clientes y cajeras en su ángulo de tiro—. Las cajeras, que levanten las manos. ¡Ya! Mi socio tiene a la directora de la oficina. Si a alguien se le ocurre pulsar el botón de alarma, ella será la primera en morir.

      Hasta que no oyó aquella última frase, Armie no había entrado en pánico. Pero, ante la mención de Merissa, ante la imagen de Merissa retenida contra su voluntad, el terror y la rabia empezaron a girar en remolino en una mezcla explosiva. En seguida se quedó rígido, ralentizada la velocidad de su pulso, maximizada su capacidad de concentración.

      —Que nadie se ponga nervioso. Que cada cajera abra su caja. Un solo movimiento en falso y perderéis a uno de los vuestros.

      Pálidas, las empleadas obedecieron.

      —Bien. Y ahora quiero a todo el mundo en este lado de la sala.

      «Perfecto», pensó Armie. Eso lo situaba más cerca del despacho de Merissa. Se sumó al pequeño grupo, utilizando su cuerpo para proteger a un matrimonio mayor y a una mujer que aferraba la mano de su hijo de unos cinco años. El último cliente, un joven de unos diecinueve años, observaba con hostil desconfianza al atracador. Dos de las cajeras eran mujeres de unos cuarenta y pocos años. La otra debía de andar por los veinte.

      El ladrón apuntó con su arma al chico.

      —¡Tú!

      El muchacho se quedó paralizado.

      —Encárgate de recoger el dinero. Vacía las cajas de billetes, rápido.

      El joven no dijo nada: simplemente tomó la bolsa que le tendió el atracador y trotó hacia las cajas. Mientras la llenaba de billetes, Armie vio que de cuando en cuando levantaba la mirada como para no perderse detalle de la escena.

      Un ruido, como el de alguien chocando contra la puerta, resonó en el interior del despacho de Merissa. Los sentidos de Armie se agudizaron aún más, pero no llegó a moverse.

      El atracador se echó a reír, como divertido por lo que pudiera estar ocurriendo en aquel pequeño despacho.

      El niño empezó a llorar entonces, atrayendo la atención del ladrón. Armie se colocó delante de él, ocultándolo a su vista, Sorprendido, el tipo lo miró a los ojos… y lo que vio en ellos ciertamente lo alarmó.

      —Ni se te ocurra —le advirtió el atracador.

      Armie alzó las manos, pero no desvió la vista.

      —Dame el maldito dinero —gritó el hombre, y el joven regresó corriendo y le tendió la bolsa.

      —Déjala allí —le ordenó, indicando una mesa llena de folletos e impresos—. Y reúnete luego con estos.

      —Sí, claro.

      Impresionado, Armie observó cómo el joven bajaba lentamente la bolsa y se retiraba. El muchacho parecía listo y se tomaba su tiempo, conduciéndose sin apresuramiento alguno… y dándole a Armie la oportunidad de evaluar bien la situación.

      El matón parecía inquieto. Por encima de la bufanda, sus ojos azul claro viajaban constantemente de izquierda a derecha. La mano que empuñaba el arma temblaba levemente. No dejaba de cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro, como si resistiera el impulso de echar a correr.

      Flexionando alternativamente los músculos de los hombros, Armie se relajó. Tenía que mantenerse frío.

      Otro golpe resonó en el interior del despacho y Merissa soltó un grito. El sonido atravesó el corazón de Armie con una punzada de terror, robándole la poca paciencia que le quedaba. Se apartó del grupo, volviendo a llamar la atención del atracador. El chico, viéndolo, se desplazó en la dirección opuesta.

      —¿Qué estáis haciendo? —nervioso, el tipo apuntó a izquierda y luego a derecha—. ¡Quietos los dos!

      Asegurándose de que el ladrón se concentraba en él y solamente en él, Armie se le aproximó.

      —Y si no… ¿qué?

      —¡Te dispararé, maldita sea!

      Poseído por una furia helada, y desesperado al mismo tiempo por salvar a Merissa, Armie sonrió desdeñoso.

      —¿Ah, sí? ¿Con el seguro puesto? —continuó acercándose.

      El tipo respiraba a jadeos. Incluso a través de su grueso abrigo, Armie podía ver la manera en que se agitaba su pecho.

      —Las Glock no llevan seguro.

      —Eso no es una Glock, estúpido.

      En el preciso instante en que el tipo bajó la mirada como para comprobarlo, Armie le soltó una patada. El ladrón salió proyectado hacia atrás y fue a caer bajo la mesa de los folletos. El chico se apresuró a arrodillarse, esforzándose por apoderarse de la pistola.

      —¡Ayuda! —gritó el ladrón un segundo antes de que el puño de Armie impactase en su cara, haciéndolo rodar nuevamente por el suelo. El golpe que se dio en la cabeza lo dejó aturdido y le impidió ya levantarse.

      Se oyeron más ruidos y golpes, procedentes del interior del despacho. Dispuesto a cargar contra la puerta, Armie susurró a los clientes:

      —¡Al suelo!

      Todos, menos el joven, se apresuraron a obedecer. Estaban todos a un lado de la puerta del despacho. Un instante antes de que Armie la derribara, se abrió de golpe y se encontró cara a cara con Merissa: el atracador la tenía fuertemente agarrada del cuello y se estaba sirviendo de ella como escudo. Tenía el maquillaje corrido, el pelo despeinado… pero su mirada era puro fuego. Más que miedo, era rabia lo que la consumía.

      Presentaba un gran moratón en la mandíbula y aferraba desesperadamente con las dos manos el brazo que la apretaba, como si se estuviera ahogando.

      El tipo, afortunadamente, no le estaba apuntando a ella, sino que tenía el brazo de la pistola rígidamente extendido. Eso le dio a Armie la oportunidad perfecta de agarrarle la pistola con la mano izquierda al tiempo que le golpeaba la muñeca con la derecha. El canalla no llegó a disparar un solo tiro antes de que Armie se hubiera apoderado del arma.

      Soltando una maldición, el matón empujó a Merissa contra Armie y los desequilibró a los dos. Él la sujetó y, mientras intentaba recuperar el equilibrio, ella le golpeó inadvertidamente la mano en la que sostenía la pistola, que fue a parar al suelo.

      Lo primero que vio Armie fue un puño en su dirección. Rápidamente empujó a Merissa para librarla de todo peligro y recibió un puñetazo en la barbilla. Eso hizo que echara la cabeza hacia atrás por el impacto, pero aguantó bien el golpe. Se aprestó entonces a machacar al hombre que se había atrevido a tocar a Merissa.

      Armie siempre había sido un luchador rápido, adaptable. Se movía de memoria, esquivando golpes y atacando con renovada fuerza. El ladrón era un hombre grande y musculoso. Armie sintió perfectamente el crujido que hizo su nariz cuando se la rompió de un puñetazo y vio que se ponía a escupir sangre.

      Las mujeres chillaron. El niño no paraba de llorar.

      El joven dijo algo y, un segundo después, el otro ladrón, que finalmente había logrado recuperarse, blandía contra él uno de los postes de metal con cuerdas que servían para organizar las colas de espera. Lo descargó con fuerza sobre su espalda.

      Dios, aquello sí que dolió.

      Cayó al suelo por el impacto, pero no por ello se rindió. Al contrario. Su combate de suelo era tan bueno como su combate de pie.

      El hecho de que fueran dos contra uno complicaba algo las cosas. Normalmente, sin embargo, habría sido pan comido de no haber habido tantas potenciales víctimas cerca.

      El ladrón que había agredido a Merissa intentó darle una patada en las costillas aprovechando que estaba en el suelo. Armie le atrapó la pierna y terminó tumbándolo de espaldas. El hombre maldijo e inmediatamente


Скачать книгу