Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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cabeza, establécete, ten hijos.

      Sin él.

      Era eso lo que había querido decirle. Que hiciera todo eso… sin él. Una renovada ola de furia ayudó a reducir algo de su dolor.

      —¿Crees que no puedo?

      —Sé que puedes —tragó saliva—. Cualquier hombre sería muy afortunado de tenerte.

      Aquello la hizo reír. Cualquier hombre… que no fuera él.

      —¿Te has fijado en mi nuevo look? Quiero decir que… todo el mundo lo ha hecho.

      En voz muy baja, confirmó:

      —Sí.

      —Bueno, pues esta soy yo ahora —se ahuecó el pelo—. Nuevo look, nueva actitud. Incluso podría ascender en el banco —una nueva posición de directora la distanciaría un tanto de Armie. Lo malo era que la distanciaría también de su hermano, sobre todo ahora que estaba a punto de convertirse en tía. Pero no conocía otra manera—. He decidido seguir tus pasos, Armie.

      —Dios.

      —¿Qué pasa? ¿Crees que eres el único que puedes jugar a ese juego, soltarte un poco el pelo? Yo también quiero vivir experiencias —había querido vivir esas experiencias con él, pero por nada del mundo se lo suplicaría—. Sigue tú adelante con tu vida, con la conciencia tranquila… porque yo haré lo mismo con la mía.

      Apartándose bruscamente, subió a su coche e insertó nerviosamente la llave en el encendido. Armie se quedó donde estaba, rígido, con expresión inescrutable. Y, de alguna manera, pese a lo muy imbécil que era, con aspecto herido. Dolido.

      Finalmente, una vez que ella consiguió arrancar el coche, Armie se alejó y cruzó la calle, hasta donde había dejado aparcada su camioneta. Respirando aceleradamente, Merissa se lo quedó mirando hasta que arrancó el motor y se marchó también.

      En la dirección opuesta a la de ella. Como siempre.

      Y, maldijo para sus adentros, pero el dolor que sintió fue tan fuerte que no pudo contener las lágrimas. Porque sabía esa vez que todo había acabado… cuando, en realidad, ni siquiera había empezado.

      Capítulo 2

      Mediados de febrero se convirtieron en principios de marzo y Armie no volvió a ver ni una sola vez a Rissy. Ni en el gimnasio, ni en el bar de Rowdy donde todo el grupo solía coincidir las noches de los viernes y los sábados, ni tampoco en la casa de su hermano. Deseaba preguntar por ella, pero sabía que no tenía derecho alguno.

      Sentado solo en la barra, bebiendo una maldita agua de limón, escuchaba a medias a Miles y a Brand mientras hablaban de los próximos combates instalados en una mesa cercana. Las mujeres intentaban llamar su atención, pero él no tenía mayor interés. Había puesto buena cara, incluso había lanzado un par de insinuaciones, y probablemente había convencido a todo el mundo con sus tonterías, pero la verdad era que hacía ya bastante tiempo que no ponía ya interés real alguno en esas cosas.

      No desde el día en que finalmente saboreó a Rissy.

      Desvió la mirada hacia el corto pasillo del bar: estrecho y sombrío, llevaba a la oficina y a los servicios. Meses atrás había acorralado a Rissy allí y había perdido la pelea. Boca contra boca, una danza de lenguas, un húmedo calor y una tormenta de fuego. Recordando, cerró los ojos y experimentó una violenta punzada de deseo. Que Dios le perdonara: había sido una sensación tan maravillosa… Su cuerpo se había acoplado perfectamente al suyo.

      Un codazo en las costillas le obligó a abrir los ojos. En lugar de alguno de los chicos, resultó ser Vanity, la mujer de Stack, que ocupó un taburete a su lado.

      —¿Qué pasa? —inquirió él.

      —Eso dímelo tú —le sostuvo la mirada, tamborileando con las uñas en la barra.

      Despampanante con su larga melena rubia, su cuerpo imponente y su carita de ángel, Vanity seguía siendo una de las personas más bondadosas y sensatas que conocía.

      —¿Se supone que debo encontrarle un sentido a eso, Vee?

      —Sí. Estás deprimido y quiero saber por qué.

      Stack apareció detrás de su mujer y se apoyó en la barra.

      —Es el inminente combate. Está asustado.

      —Para nada —negó Justice, sentándose junto a Armie.

      Armie los recorrió a todos con la mirada.

      —Adelante, reuníos todos conmigo. Poneos cómodos.

      Vanity le palmeó un brazo con actitud compasiva.

      —No soportamos las formalidades. No cuando vemos a un amigo deprimido.

      —Yo no estoy deprimido —negó él. Dios, sí que lo estaba…

      Justice se echó a reír.

      —He visto cómo te tiraban los tejos cinco mujeres distintas. Todas follables… perdón, Vanity… y tú te las has quitado de encima a todas.

      —No me he escandalizado, tranquilo —dijo Vanity, y se volvió de nuevo hacia Armie—. ¿En serio? ¿No estás en el mercado?

      Pareció demasiado complacida con la perspectiva. Stack se echó a reír.

      —Eso es todavía más ridículo que si yo dejara de burlarme de él.

      Una morena se acercó en aquel momento a la barra y Armie reprimió un gruñido. Por supuesto que la recordaba, pero disimuló. Así era de imbécil.

      —¿Armie? —ignorando a los demás, la joven deslizó un dedo todo a lo largo de su brazo, hasta el hombro—. Estoy libre esta noche.

      —¿De veras? —Armie miró a Justice—. Él también. Podríais ligar los dos.

      Justice se irguió.

      —Tiene más razón que un santo.

      La morena entrecerró los ojos.

      —Estaba hablando contigo, Armie.

      —Yo también. Lo tomas o lo dejas.

      Vanity le dio un puñetazo. Stack tosió. Justice pareció simplemente esperanzado.

      La morena inquirió, expectante:

      —¿Te reunirás con nosotros?

      —¡No! —se apresuró a intervenir Justice—. No lo hará.

      Armie miró el puchero que hizo la dama, la desaprobadora expresión de Vanity, el ceño consternado de Justice… y no pudo menos que echarse a reír.

      —Si me disculpáis…

      Con gesto indiferente, dejó un par de billetes sobre la barra y se marchó. A medio camino hacia la puerta, Miles lo llamó.

      No se detuvo.

      Dos mujeres intentaron abordarlo, pero fingió no darse cuenta. Una vez fuera, respiró a fondo el frío aire de la noche, lo cual no ayudó en nada a despejar su dolor de cabeza. De repente, sin necesidad de mirar a su espalda, supo que tenía detrás a Cannon.

      —Diablos.

      Cannon se echó a reír.

      —¿Estás en condiciones de conducir?

      Esforzándose por borrar toda emoción de su rostro, Armie se volvió hacia su amigo.

      —No puedo emborracharme a base de agua de limón, ¿no te parece?

      —¿Era eso lo que querías hacer? ¿Emborracharte?

      No, lo que quería era llevarse a Merissa a la cama y no moverse de allí hasta que no hubiera apagado aquel ardor que le recorría la sangre, y expulsado todos aquellos lascivos pensamientos de su mente. Sacudiendo la cabeza, respondió:


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