Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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aquel apodo! Enfatizaba su estatura, pero, lo que era aún peor: demostraba que Armie no la veía como una mujer deseable.

      —¿Que no quieres nada, has dicho? —resopló de nuevo—. No me lo creo.

      Entrando del todo en la cocina, Armie le dijo a Yvette:

      —Tomaré una cerveza.

      —Claro —Yvette sirvió un tazón de té sin azúcar. Se lo entregó a Armie, le dio un beso en la mejilla y recogió luego la bandeja para llevarla al comedor.

      Armie se quedó mirando el tazón, perplejo.

      Merissa aprovechó para contemplarlo. Hasta hacía muy poco se había teñido el pelo de un rubio casi blanco, pero había dejado de hacerlo y en aquel momento había recuperado su tono natural, de un rubio oscuro. No contrastaba ya tan dramáticamente con el marrón chocolate de sus ojos. Lucía tatuajes en los antebrazos y, aunque no podía verlo debido a la camiseta, sabía que se había hecho otro en la espalda.

      Llevaba unos tejanos de cintura baja que resaltaban sus estrechas caderas, algo largos sobre sus deportivas. La pechera de su ceñida camiseta ostentaba descaradamente dos palabras: Orgasmos gratis.

      Merissa se aclaró la garganta.

      —¿No te gusta el té?

      —No especialmente —dejó el tazón a un lado y se acercó a la nevera.

      Merissa aprovechó que había metido la cabeza dentro para contemplar su cuerpo. Recorrió con la mirada los tatuajes de aspecto étnico que decoraban sus voluminosos antebrazos hasta los codos: adoraba la tersa y tensa piel de sus bíceps. Por un estremecedor segundo, se le subió la camiseta y alcanzó a ver una franja de piel justo encima de sus boxers. Era todo músculo, un espectáculo que siempre conseguía derretirla por dentro.

      Se abanicó el rostro.

      —Yvette está intentando salvarte de ti mismo.

      —Es una causa perdida —masculló Armie mientras sacaba una cerveza y cerraba la nevera. Apoyándose en la mesa, la abrió, se la llevó a los labios… e Yvette se la quitó en cuanto volvió a la cocina.

      Muy dulcemente, le dijo:

      —Cannon me ha dicho que tienes que seguir una dieta estricta para tu próximo combate.

      —¡Pero si todavía faltan dos meses!

      —Cannon ya me avisó de que responderías eso.

      —¿Ah, sí? — miró a su alrededor, entrecerrando los ojos—. ¿Dónde está tu marido?

      Ignorando la implícita amenaza de su tono, Yvette se echó a reír.

      Armie abandonó entonces su gesto agresivo.

      —Una cerveza no me hará ningún daño, cariño —recuperó la botella—. Te lo prometo.

      Yvette no parecía muy convencida, pero terminó cediendo.

      —Está bien. Pero solo una —se volvió hacia Merissa—. Hazme un favor, Rissy. Vigílamelo.

      Merissa empezó a protestar, pero para entonces Yvette ya había vuelto a marcharse con el cuenco de patatas fritas, dejándola sola en la cocina con Armie.

      Con una expresión cuidadosamente aséptica, tensos los músculos, Armie la miró.

      Merissa soltó un largo y exagerado suspiro.

      —Un Mississippi. Dos Mississippis. Tres Missi…

      Armie frunció el ceño.

      —¿Qué estás haciendo?

      —Contar el tiempo que vas a tardar en entrar en pánico y salir corriendo de aquí.

      Retrocedió un paso, perplejo.

      —Yo nunca entro en pánico.

      —Tonterías —se apartó bruscamente del mostrador, viendo cómo relampagueaban sus ojos—. Desde aquel fatídico beso que nos dimos hace ya meses, cada vez que me ves, sales corriendo en la dirección opuesta. Pero no te preocupes, Armie. Estás a salvo de mis malvadas garras. El mensaje me llegó alto y claro —dejando su copa sobre el mostrador, se dispuso a marcharse.

      Pero él la agarró del brazo.

      Su manaza se cerró sobre la parte superior de su antebrazo, cálida, fuerte. Suave pero firme.

      De espaldas a él, con el corazón atronándole en el pecho, Merissa esperó. Él no dijo nada, pero al cabo de unos segundos empezó a mover el pulgar sobre su piel. Aquello casi hizo que se le detuviese el corazón, y… ¿no era sencillamente patético? Él no la deseaba. Se lo había dejado muy claro. Aquella vez, en noviembre, la había besado… para asegurarle a continuación que todo había sido un error. Ahora estaban en febrero y, en todo el tiempo transcurrido, apenas se había dignado mirarla.

      —No pretendía ahuyentarte —se acercó. Lo suficiente como para que ella sintiera la calidez de su cuerpo.

      Reforzando su resistencia, obligándose a recordar su renovada resolución, Merissa se volvió para mirarlo. Su alta estatura, con el complemento de los tacones, la colocaba justamente a su mismo nivel.

      Él se la quedó mirando fijamente a los ojos y bajó luego la mirada hasta su boca.

      Un desesperado anhelo le robó el aliento, convirtiendo su negativa en un susurro:

      —No.

      —¿No? —repitió él, con la misma suavidad.

      Apoyando ambas manos en la pechera de aquella ridícula camiseta, con las palmas sobre su duro pecho, lo apartó.

      —Ya me besaste una vez. Me pareció que había sido esa tu intención… hasta que te dio asco.

      —¿Asco? Para nada.

      Resuelta, se llevó una mano al corazón, con el puño cerrado.

      —Me machacaste, Armie. Me hiciste sentime fatal. Y todo por un simple beso. Así que, efectivamente, lo entiendo. Tú no me deseas. Comprendido. Créeme cuando te digo que no quiero volver a pasar por aquello.

      Antes de que pudiera alejarse, él volvió a sujetarla del brazo.

      Se lo quedó mirando fijamente, deseosa, con una pequeña parte de su ser esperando todavía que él pudiera decir algo que lo cambiara todo.

      No lo hizo. Entornó los ojos y apretó la mandíbula como si estuviera luchando consigo mismo. Luego, por pura fuerza de voluntad, abrió los dedos y la soltó.

      Ahogándose casi de dolor, Merissa se volvió para marcharse… y casi chocó contra su hermano. Su pequeño y musculoso chucho, Muggles, la saludó con un agudo ladrido.

      Canon la atrajo en seguida hacia sí.

      —Oye, ¿estás bien?

      Armie hizo un intento de pasar por delante de ellos y marcharse, pero Cannon, sin acritud, le bloqueó el paso.

      Merissa masculló:

      —Me marcho. Ha sido un día largo y estoy agotada.

      Su hermano le dio un beso en la frente.

      —Está bien —luego, volviéndose hacia Armie, los incluyó a los dos cuando dijo—: pero antes Yvette tiene que anunciarnos algo.

      Con un brazo sobre sus hombros, la guio hasta el salón. Muggles corrió hasta donde se encontraba Yvette, presidiendo la habitación con una sonrisa de felicidad en los labios. La rodeaban sus amigos: Denver y Cherry, Stack y Vanity, Gage y Harper. Los solteros, que eran Leese, Justice, Brand y Miles, habían llegado solos, así que quizá habían sospechado que la fiesta incluiría un anuncio de carácter íntimo.

      Adivinando ya la noticia, Merissa sonrió también.

      —Adelante, ve —le dijo a su hermano—. Estoy perfectamente.

      Cannon la abrazó antes


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