Lucha contra el deseo. Lori Foster

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Lucha contra el deseo - Lori Foster


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ti, en cambio, no es para nada un hermano. Ni de lejos. Yo nunca os traicionaría a ninguno de los dos, pero…

      Al ver que se interrumpía, Merissa se alarmó.

      —¿Qué? —le apretó las manos—. ¿Qué pasa?

      —Él lo negará a toda costa, pero está sufriendo. Y no físicamente. No es eso.

      No podía respirar, no podía tragar, así que simplemente esperó.

      —Quizá deberías proporcionarle algo de consuelo, de manera que él te lo proporcionara a ti a cambio.

      Se lo quedó mirando con la boca abierta. Ella no sabía cómo consolar a Armie. Él la había rechazado. Aunque no habían hablado de ello, Cannon tenía que saber que sentía una especial debilidad por Armie. Su círculo era pequeño y todo el mundo parecía compartirlo todo.

      Sacudió la cabeza, pero Cannon le sonrió.

      —Hay algo sobre Armie que probablemente deberías saber.

      Oh, vaya. Se olvidó de su propia situación mientras un millón de escenarios desfilaban por su mente. ¿Descubriría por fin la razón por la que Armie había evitado la SBC durante tanto tiempo? ¿Averiguaría por qué se había negado a comprometerse con mujer alguna, y por qué evitaba a las «niñas buenas»? Con el corazón latiéndole furiosamente, susurró:

      —¿El qué?

      —Que Armie no estará ocupado esta noche, como tú sospechas.

      Ella entrecerró los ojos.

      —¿Cómo lo sabes?

      —Porque, desde hace semanas, no sale con nadie.

      Se lo quedó mirando tan sorprendida que Cannon se inclinó para darle un beso en la frente.

      —Y eso da que pensar, ¿no te parece? —añadió.

      Sin esperar su respuesta, se dirigió hacia la puerta. De camino, dijo:

      —He cerrado la puerta con llave, pero resetea la alarma, y no te olvides de revisarla —y se marchó.

      Todavía aturdida, Merissa se dejó caer en el sofá.

      Armie Jacobson, hedonista extraordinario… célibe. ¿Durante semanas?

      Sí, eso ciertamente daba muchísimo que pensar.

      Tras disfrutar de una larga ducha caliente, Armie se puso sus boxers, se preparó una copa y se dejó caer en el sofá. Encendió la televisión, pero no vio nada. Su batalla interior lo mantenía demasiado ocupado.

      Unas cuantas copas después, sintiéndose algo más que un poquito achispado, seguía sin poder dejar de pensar en Merissa sola en su casa, quizá inquieta y temerosa. Ella no había querido llamarle. Eso había resultado tan notorio como el moratón de su mandíbula.

      De todas maneras, habría podido llamarle.

      Pero probablemente no lo haría. Tenía a Cannon para que la consolara.

      ¿Pero lo deseaba a él o no lo deseaba?

      No dejó de dar vueltas a ese pensamiento, desquiciado, sin que cantidad alguna de licor pudiera anestesiarlo de aquella tortura. Por décima vez, revisó su móvil. ¿Le había recordado que usara su número de emergencias? No se acordaba. Quizá debiera ponerle un mensaje de texto para decírselo…

      No. Lo que debía hacer era dejarla en paz, dejar de desearla.

      Dejar de necesitarla.

      Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Le latían las sienes y le dolía la cabeza. No podía creer que se hubiera dejado golpear dos veces por aquel tarado. Afortunadamente nadie blandía postes como aquellos en los combates en los que participaba.

      Y tampoco contaba con una audiencia de víctimas indefensas, había armas de fuego por medio o Merissa corría algún tipo de peligro.

      Desvió la mirada hacia la oscura ventana. ¿Qué hora sería? ¿Las nueve y media? Todavía era temprano. Quizá necesitara volver a ligar, cabalgar un poco… Quiso reírse de su propio ingenio, pero hasta para un tipo borracho era una analogía de lo más zafia.

      Si al menos tuviera el más mínimo interés…

      El golpe en la puerta le hizo dar un respingo. Se la quedó mirando fijamente mientras el corazón se le aceleraba y el deseo se disparaba en sus entrañas.

      Levantándose, dejó a un lado su copa y, todavía en boxers, fue a abrir. La decepción le dolió todavía más de lo que lo había hecho aquel poste de metal.

      —Mierda.

      —Vaya, buenas noches a ti también —la mujer esbozó una mueca cuando vio el estado de su cara—. ¿Qué te ha pasado?

      Armie se quedó mirando fijamente a la morena de la que se había deshecho la otra noche en el bar.

      —Un malentendido —para disuadirla de entrar, se adelantó y cerró parcialmente la puerta a su espalda—. Vamos, Cass. Me conoces demasiado bien como para presentarte en mi casa sin previa invitación.

      —Te llamé al móvil, pero no respondiste.

      Su ávida mirada recorrió su cuerpo, reparó en su entrepierna y allí se quedó. Armie reconoció la particular sonrisa que se dibujó en sus labios sensuales.

      —Se me rompió —explicó—. Pero en serio, cariño, ¿no recibiste el mensaje que te envié alto y claro en Rowdy’s?

      —Nadie me trata como tú, Armie.

      —Soy un imbécil y lo sé. Y tú deberías evitarme.

      Ella posó una mano sobre sus abdominales y empezó a bajar lentamente los dedos.

      —No pretendía ser tan grosera en el bar. Mi intención era serlo en la cama.

      Él le sujetó la muñeca.

      —Eso no va a suceder.

      Su determinación pareció acentuarse.

      —Me caso dentro de un mes.

      —¿Ah, sí? —le puso la mano detrás de la espalda—. Felicidades.

      —Le quiero.

      —Me alegra oír eso.

      —Es un gran tipo, Armie —esbozó una sonrisa aparentemente sincera—. Inteligente, dulce, y tan macho que incluso a ti te gustaría.

      Ignorando a dónde quería ir a parar, Armie alzó una ceja.

      —Pero en la cama… —suspiró ella—. No es como tú.

      Armie se echó a reír con una risa que finalmente se convirtió en gruñido. Se frotó la cara.

      —Déjame adivinar… ¿No le has dicho lo que te gusta?

      La mujer le preguntó entonces, con tono súbitamente desesperado:

      —¿Cómo podría? Es tan bueno… y no es como tú y como yo.

      Armie se apartó de la puerta y, en un acceso de indulgencia, replicó:

      —Cariño, yo no soy como tú. Pero entre lo que tú me dijiste y cómo reaccionaste al asunto, me lo figuré. A la mayor parte de los tipos les gusta el buen sexo. Es más excitante cuando la chica está por la labor. Así que cuéntale lo que quieres. Confía en mí: se prestará encantado.

      —¿Pero y si resulta que no? —una sombra de incertidumbre nubló sus ojos—. ¿Y si piensa que soy… rara o algo así?

      —Eres una chica sana, no eres una rara. Y, si él no entra al trapo, ¿realmente querrás permanecer a largo plazo a su lado como su mujer?

      —No lo sé.

      —¿Una vida entera de sexo mediocre? Yo diría que no.

      Sus


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