El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana. Caroline Anderson

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El hombre de ninguna parte - Magia en la Toscana - Caroline Anderson


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desaparecía.

      Pero entonces surgió otra tensión que nubló todo lo demás hasta que solo quedó un pensamiento, una razón para respirar.

      Georgia sintió cómo movía la cabeza, notó el calor de sus labios apoyándose sobre su frente, y alzó la mirada hacia sus ardientes ojos.

      El beso era inevitable.

      Sus labios se rozaron lenta y dulcemente primero, con más premura después. Fundiéndose en uno hasta que Georgia no supo dónde terminaba ella y dónde empezaba él.

      Le agarró con más fuerza la camisa, sintió como Sebastian le hundía los dedos en el pelo y le sostenía la cabeza mientras aplastaba la boca contra la suya tomando y entregando hasta que de pronto, se apartó de ella.

      Georgia se llevó los dedos temblorosos a los labios. Sentía como si le hubieran arrancado los de Sebastian, dejándola en cierto modo incompleta. Alzó la vista. Los ojos de Sebastian parecían tan negros como la noche. El pecho le subía y le bajaba de forma agitada. Vio cómo apretaba las mandíbulas cuando dio un paso atrás.

      –Creo que será mejor que te vayas a la cama –gruñó él dándole el intercomunicador para bebés que estaba sobre la mesa.

      Ella asintió desconcertada, se dio la vuelta y salió corriendo hacia su habitación.

      ¿En qué estaba pensando al dejar que la besara? Después de todo lo que había pasado entre ellos, debía estar loca.

      Por fin había encontrado la paz tras años esforzándose por lo que consideraba conformarse con el segundo plato. Aquello era muy injusto para David, pero lamentablemente no podía competir con Sebastian. Con el nacimiento de Josh y el lazo que habían formado tras la muerte de David, finalmente había conseguido alcanzar la paz.

      Y ahora Sebastian se la había arrebatado, le había arrancado la fina capa de serenidad y había dejado al descubierto la angustia de su corazón. Porque todavía lo amaba. Siempre lo había amado, y ahora todo volvía a dolerle. El corazón le ardía por la certeza de lo que había perdido y lo que le había hecho a él, pero de ninguna manera podría regresar a aquel estilo de vida.

      Se había puesto el pijama y se había metido en la cama, entre aquellas finas sábanas de algodón egipcio, mientras sus pensamientos vagaban hacia ninguna parte. Le escuchó subir las escaleras poco después de medianoche porque no podía dormir. Estaba escuchando cómo el viento aullaba alrededor de la casa, agitando las ventanas. No podrían salir de allí pronto. El camino estaría ahora completamente cubierto de nieve.

      Y Josh y ella estaban allí atrapados con Sebastian.

      ¿Por qué había dejado que la besara? Había sido un error fatal. Había derribado las barreras entre ellos, había abierto la caja de Pandora de su relación y, por mucho que lo intentaran, no podrían volver a poner la tapa.

      Georgia cerró los ojos. No quería que llegara el día siguiente.

      Sebastian no había podido dormir.

      Había pegado alguna que otra cabezada, pero la mayor parte del tiempo se la pasó despierto tratando de no pensar en aquel beso mientras escuchaba el viento azotando la casa.

      Georgia no podría marcharse de allí ese día. Y el hecho de que él hubiera bajado la guardia solo servía para complicar las cosas. Tendría que haber mantenido la boca cerrada, ¿qué le había pasado? Si ya había superado a Georgia...

      Suspiró con aspereza. De acuerdo, tal vez no del todo, pero no hacía falta que se lo expresara a ella con tanta claridad. Y desde luego, no hacía falta que la besara.

      Podría haber sido peor, pensó mirando al techo. Al menos tenían a Josh. No se iban a pelear delante de él. Aunque el problema estaba en que el niño era la imagen de lo que Sebastian había perdido cuando ella le dejó. Josh podría haber sido su hijo. Tendría que haberlo sido. Su primer pariente conocido.

      Su familia.

      Tragó saliva para intentar aliviar el dolor que sentía en el pecho. Pero no sirvió de nada. No iba a poder dormir, así que se levantó de la cama, se vistió y bajó. Al menos podría adelantar algo de trabajo.

      Pero no era capaz de concentrarse, así que acabó en la cocina preparándose un café poco antes de las seis de la mañana. Se hizo unas tostadas para darle un respiro a su estómago y se sentó en la mesa a comerlas.

      No fue una buena idea.

      Al parecer los niños pequeños se despertaban pronto, así que terminó teniendo compañía.

      Georgia, con el pelo revuelto, los ojos hinchados y una arruga dibujada en la mejilla, apareció en la cocina con Josh en la cadera y se detuvo en seco.

      –Ah. Lo siento.

      Más lo sentía él. Georgia iba en pijama, pero era un pijama ajustado y el peso del niño provocaba que se abriera un poco la parte de arriba, dejando al descubierto una invitadora franja de blanca piel en la parte del escote. Los ojos de Sebastian se dirigieron hacia allí como atraídos por un imán.

      Georgia siguió la dirección de su mirada y se recolocó el pijama sonrojándose. Sebastian apartó los ojos y señaló la tetera con la cabeza.

      –Acabo de poner el agua a hervir para tu té.

      –Gracias. ¿Tienes leche para Josh?

      –Claro. ¿Qué te parece si salgo de aquí mientras tú haces lo que tengas que hacer? Sírvete lo que necesites.

      Salió de la cocina con una prisa casi indecente. Georgia dejó a Josh en el suelo y exhaló un suspiro de alivio. Había olvidado lo guapo y lo sexy que estaba con el pelo revuelto y la barba incipiente.

      –Galletas –dijo Josh.

      –No –contestó ella–. Puedes tomar un batido de leche con plátano. Tiene que haber plátanos en algún sitio.

      Abrió la alacena y encontró la fruta en un frutero. Le cortó un plátano a Josh mientras ella se servía el té y tomaba asiento donde antes había estado sentado Sebastian. Había dejado una tostada en el plato, y no pudo resistirse. Tendría que haber terminado de cenar la noche anterior en lugar de salir huyendo de él, y estaba muerta de hambre.

      –Yo quiero tostada –dijo Josh.

      –Te haré una enseguida. Pero primero vamos a vestirnos.

      Lo subió escaleras arriba mientras el pequeño protestaba y escuchó el agua correr. Sebastian debía estar duchándose, y trató con todas sus fuerzas de no pensar en las veces en que se había unido a él en la ducha, abrazándole por detrás...

      –Bien. Vamos a vestirte. Luego me vestiré yo y después tomarás tostadas –le prometió al niño. Pero alargó mucho el aseo y la operación de vestirle, y luego sentó a Josh en la cama con un libro mientras ella se arreglaba y hacía el cuarto.

      Mientras hacía la cama se dio cuenta de que el agua de la ducha de Sebastian había dejado de correr. No se escuchaba nada, debía haber bajado. Con suerte estaría en el despacho, y si no, podría decirle dónde estaba el tostador para que no tuviera que revolver toda la cocina buscándolo.

      Sacó del baño a Josh, que estaba jugando con el cepillo de uñas en el lavabo como si fuera un coche.

      –¿Tostada? –le preguntó Georgia con una sonrisa.

      El niño corrió hacia ella y tomó la mano que le tendía. Bajaron a la cocina, y Georgia encontró el pan pero no la tostadora. Estaba con el pan en la mano pensando en la posibilidad de ir a buscar a Sebastian cuando él entró en la cocina.

      –No encuentro la tostadora –dijo ella agitando el pan.

      –Ah, está dentro de este armario –Sebastian la sacó y se la dio–. Voy a salir a ver cómo está el camino.

      Cerró la puerta al salir, y Georgia puso


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