La muralla rusa. Hèlène Carrere D'Encausse

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La muralla rusa - Hèlène Carrere D'Encausse


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1747 a d’Argenson, a quien se tiene por responsable de las debilidades de la diplomacia francesa, en el Ministerio de Asuntos Exteriores. El marqués de Puisaye ha logrado también el acercamiento entre Prusia y Suecia, lo que confirma el tratado que firman el 18 de mayo de 1747. Así se pone en marcha una respuesta al tratado ruso-austriaco. Para Rusia, sigue habiendo un problema crucial, el de los medios financieros necesarios para encaminar el proyecto militar del canciller. Este «nervio de la guerra», es Inglaterra la que puede aportarlo. Bestujev siempre apostó por dos aliados: Austria e Inglaterra. Pero Inglaterra se resiste ante las demandas rusas que estima excesivas. Además, Francia ha declarado la guerra a Holanda en abril, y los ingleses esperan de Rusia que envíe tropas para combatir a las de Francia. El 12 de junio, por fin, se firma una convención de ayudas ruso-inglesa. Rusia puede poner sus tropas en movimiento. Un ejército al mando del príncipe Repnin penetra en Alemania, y avanza en dirección al Rin. Desde otra parte, las tropas rusas que van a socorrer a los aliados angloholandeses son transportadas por el Báltico hacia los Países Bajos. Finalmente, tropas rusas avanzan también hacia Alsacia.

      Francia puede entonces comprobar lo poco respetuosos que son de sus obligaciones sus aliados. Polonia ha dejado pasar a las tropas rusas, Suecia no se mueve y Federico II hace lo mismo, a pesar del tratado de alianza que le liga a Suecia y que Francia había alentado. Por suerte para Francia en tan lamentable postura, los ruidos de botas tienen el mismo efecto en 1748 que en 1745, convencerán a los beligerantes a poner fin a las hostilidades. El tratado de paz de Aix-la-Chapelle se firmará el 18 de octubre de 1748 tras una negociación de varios meses. Este tratado pone fin a la guerra de sucesión de Austria. Rusia no fue signataria. Al comienzo de las negociaciones, había enviado a Aix-la-Chapelle al conde Golovkin para representarla, pero Francia y Prusia objetaron que siendo Rusia «extranjera a la guerra», no podía tomar parte en la negociación.

      El tratado confirmó la Pragmática Sanción de Carlos VI y los derechos de la emperatriz al trono. Silesia devino posesión prusiana. Francia devolvió a Austria los territorios neerlandeses que había ocupado, conceder a Inglaterra Madras y posesiones en América, y aceptar la destrucción de las fortificaciones de Dunkerque.

      ¿Qué balance podía hacer Rusia de una guerra en que sus movimientos de tropas habían contribuido en buena medida a la paz? Aunque se sumaba al proyecto de Bestujev de «mantener un equilibrio europeo de paz duradera» —y la paz «entre dos guerras» va a durar en efecto ocho años—, las consecuencias de esta paz no eran muy favorables para ella. Las relaciones con Francia están rotas duraderamente, y Francia, con su aliado prusiano que Rusia considera su principal enemigo, va a dedicarse a debilitarla en Estocolmo, en Varsovia, en Constantinopla.

      La relación directa entre Versalles y Petersburgo no existe, y todos los conflictos se agravarán. La ruptura entre las dos capitales tuvo lugar desde Aix-la-Chapelle. D’Alion deja Petersburgo sin que la emperatriz le haya concedido ni siquiera la tradicional audiencia de partida; le tocará al cónsul Saint-Sauver, por un cierto tiempo, cubrir su ínterin. Luego llamarán a Francia a Saint-Sauveur en junio, mientras que Gross dejaba París por Berlín, y los dos países no tuvieron ya representantes. Gracias a Austria, una solución bastarda se puso en marcha. Al tener Viena que designar un representante en Francia, el primero después de la guerra, Bestujev obtuvo que este embajador, el conde de Kaunitz, lleve de adjunto al príncipe Golitsin, quien asegura así una cierta presencia rusa en París.

      La paz firmada no bastó para garantizar un clima diplomático pacificado. Bestujev, siempre poderoso, se inquietaba por la amenaza prusiana, «la vecina peligrosa», y obtuvo de la emperatriz que reforzase sus medios militares, pues Suecia, o mejor la Suecia «aconsejada» por Federico II, molesta a Rusia. Federico II ha casado a su hermana con el príncipe de Holstein elegido sucesor del rey. Y el partido franco-prusiano, influyente en Estocolmo, preconiza un cambio del sistema institucional a la muerte del rey. Panin, que representa entonces a Rusia en Estocolmo, se opone en nombre de la «defensa de las libertades suecas» y advierte que Rusia respondería a tal cambio con el envío de tropas a Finlandia. La amenaza bastó para matar el proyecto y Adolfo Federico, al subir al trono de Suecia, anunció enseguida que no modificaría el sistema político.

      En Varsovia, donde reina Augusto III de quien se anuncia siempre la muerte próxima, Francia busca preparar una sucesión que eliminaría a Rusia. Envía allí como embajador al conde de Broglie, encargado de reunir al Partido francés y preparar la candidatura al trono del príncipe de Conti. Pero este último designio se reveló pronto irrealizable por la oposición austro-rusa. El conde de Broglie prevé entonces otro candidato, el príncipe Mauricio de Sajonia, que no conviene demasiado a Rusia; Federico II también se opone y amenaza, si Francia persiste, con no renovar su alianza con ella.

      Separada de Francia, Rusia sigue considerando que su enemigo más temible, y más constante, es Prusia. Cuando en 1752 Federico II destapa sus pretensiones sobre Hanover, la emperatriz Isabel declara que, si persevera en esta ambición, ella enviará cincuenta mil hombres a la frontera prusiana. Federico II juzgó que la amenaza era lo bastante seria como para abandonar su proyecto. Conocía la fuerza de los sentimientos hostiles de la emperatriz para con él. Sentimientos que refuerzan otro episodio. Se anunció en Petersburgo el descubrimiento de un complot alentado por Prusia y que pretendía, una vez más, destronar a Isabel en beneficio de Iván VI. La emperatriz se tomó la noticia en serio, y decidió que este desgraciado príncipe, del que se había ocupado hasta entonces, sería definitivamente encerrado en un lugar inaccesible, la siniestra fortaleza de Schlüsselburg. Estará allí hasta su muerte. Federico comprendió, ante la reacción tan violenta de la emperatriz, que su hostilidad era contraria a los intereses de su país, e intentó por diversas gestiones apaciguarla. Todo fue en vano, Isabel le odiaba y se obstinaba en buscar una política de debilitamiento, es decir la ruina, de Prusia.

      Por eso, Federico II debe ponerse a buscar nuevos aliados y se vuelve hacia Inglaterra. Proyecto difícil por la crisis que provocó su pretensión de quitarle el Hanover a Inglaterra. Difícil también por la amistad anglo-rusa que tenía una larga historia. Bestujev siempre había sido resuelto partidario de la alianza inglesa. Y los dos países mantenían intensas relaciones comerciales. Bestujev había aprovechado también el conflicto de Hanover para firmar con Inglaterra, el 30 de septiembre de 1755, el Tratado de San Petersburgo. En esta convención, Inglaterra se comprometía en caso de guerra a entregar a Rusia una subvención inmediata de quinientas mil libras, así como entregas anuales de cien mil libras. Rusia por su parte se comprometía a mantener una fuerza considerable, entre sesenta mil y ochenta mil hombres en Livonia, en Lituania y a enviarla al lado de las tropas del rey de Inglaterra si era agredido o uno de sus aliados lo era.

      Federico II quedó aterrado por este acuerdo. Pero supo aprovecharse del retraso en ratificarlo para entenderse con Inglaterra y firmar el Tratado de Westminster el 19 de enero de 1756. Los dos países se comprometían a unir sus fuerzas para oponerse a toda agresión contra el territorio alemán. Federico II ganaba, creía haber apartado para siempre el peligro ruso y haber humillado a Austria. No midió cuán traicionada se sintió Francia, pues si su enemigo era Rusia, el de Inglaterra era por cierto Francia.

      Para Inglaterra, el acuerdo había sido fácil de concluir. La oposición a Federico II se refería al Hanover, al renunciar él a su ambición sobre esta tierra, el entendimiento anglo-prusiano se imponía. Federico II encargó a su embajador, el barón Kniphausen, de tranquilizar a Versalles. «El acuerdo pruso-inglés no impedirá al rey de Prusia renovar el tratado defensivo con Francia y no modifica sus sentimientos respecto a Francia».


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