Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Читать онлайн книгу.Es un término difícil de traducir porque indica algo más que lo que dice la palabra «hábito»: es justamente una conducta cuya repetición simplifica el esfuerzo requerido, un comportamiento adquirido que resulta cada vez más fácil, una forma de ser que se vuelve habitual, natural.
La señal de que estamos creciendo es justamente que esa subida, que al principio se presentaba como intransitable, con el tiempo se vuelve cada vez más ligera. Es verdad que la vida se pone en juego cada mañana, pero cuando el camino es seguro, cada mañana resulta un poco más fácil avanzar.
Muchas veces, hablando con los jóvenes, les explico que nosotros estamos acostumbrados a pensar que el amor está al principio de una relación: «Me caso contigo por amor»; y que después queda el esfuerzo durante toda la vida para mantenerse fieles, porque muchas cosas podrían inducirte a dar marcha atrás, a hacer que te arrepintieras y que dijeras: «Debo de haberme equivocado, me parecías tan guapa, tan lista, y en cambio…». Sin embargo, la clave es que el amor verdadero no está al principio del camino, sino al final: cuando se avanza, juntos, aprendiendo a quererse día a día, hay mucha más ternura, familiaridad y facilidad para perdonar después de treinta años de matrimonio que al principio…
Y esto coincide con el recorrido de la Comedia, porque el conocimiento pleno de Dios está al final, el descubrimiento de lo que es el amor verdadero, incluso con relación a Beatriz, está al final. Al principio hay una atracción mutua que la naturaleza favorece para que se susciten los vínculos, hay un entusiasmo, una pasión, todo lo que queráis. Pero el amor verdadero implica el perdón que vives a lo largo de los años con las personas a las que quieres, y tú quieres más cuanto más has sido perdonado. ¿Entendéis por qué esta es también la raíz de la fidelidad? Porque, por muy guapa que sea ella, por inteligente o buena que sea, ¿dónde existe una mujer que me pueda perdonar durante casi cuarenta años? Que mi esposa me haya perdonado durante cuarenta años es un auténtico milagro. La fidelidad radica en esto: el amor llega a coincidir con el gran descubrimiento de la misericordia, con la edificación común de una vida llena de misericordia.
También es verdad, una verdad dolorosa, que muchas veces no sucede así y que, al cabo de treinta años de matrimonio, solo quedan rencor y resentimiento. Pero esto significa que todo se quedó en la ilusión del comienzo, que no hubo ningún recorrido verdadero, ningún trabajo de purificación del sentimiento inicial.
En cuanto Virgilio termina su explicación, una voz emerge repentina como de la nada (vv. 98-99): «Estate tranquilo», le dice a Dante, «que antes de llegar a la cima tendrás necesidad de sentarte». Dante se gira, ve quién le ha hablado, lo reconoce y replica con decisión (vv. 109-111): «¡Fíjate en este», le dice a Virgilio, «que está ahí tirado como si la pereza fuera su hermana!». Se trata de Belacqua, gran amigo de Dante, célebre en vida por su pereza; había muerto hacía poco, está al principio del camino de purificación y aún no ha abandonado esa actitud acostumbrada.
El intercambio de palabras prosigue en el mismo tono: una burla cordial en la que Dante le reprocha su indolencia y Belacqua le rebate mofándose de la exagerada seriedad y el excesivo afán por conocer de su amigo (vv. 112-126).
También en el Infierno hay intercambios de frases mordaces entre Dante y sus interlocutores —pensemos en Farinata (Infierno X vv. 46-51)— o entre los condenados —por ejemplo, la bronca entre maese Adán y Sinón (Infierno XXX 99-130). Pero ¡qué diferencia! Allí un feroz sarcasmo que busca aplastar al otro, afirmar su superioridad; aquí, una amable ironía que permite reírse de los límites ajenos porque reconoce también los propios y se mueve dentro del abrazo de una amistad. El sarcasmo infernal trae a mi mente la maldad de un cierto tipo de parodia televisiva, que clava despiadadamente a una persona a sus errores y defectos. La ironía del purgatorio me recuerda cuando de joven me iba de vacaciones con mis amigos y por la noche siempre había alguno más ingenioso que improvisaba escenas divertidas sobre ciertas actitudes, manías o rarezas graciosas de fulano o de mengano. El primer tipo de ironía es una maldad que quiere destruir, machacar al otro; el segundo es un amor que nos vacuna contra la presunción.
Y el propio Dante hace justamente eso: se deja reprender por Belacqua en ese aspecto que sabe que es un riesgo para él, o sea, el excesivo amor por el saber. Es como el episodio de Casella: la música y el saber son cosas buenas, pero cuidado con idolatrarlos.
Por eso, al reproche de Dante por su pereza, Belacqua le responde más o menos (vv. 127-132): estate tranquilo, moverse sería inútil, ya sé que tendré que permanecer aquí tanto tiempo como el que en la tierra he perdido en no hacer nada. En el antepurgatorio están aquellos que se arrepintieron tarde y que, antes de acceder a la purificación de verdad, pasan ahí tanto tiempo como el que pasaron en la tierra antes de convertirse. Si se mira superficialmente, puede parecer una especie de suplemento de la pena, un agravio que retrasa aún más la subida al paraíso. Pero no es así, porque, en realidad, ese tiempo queda restituido. Es como si Dios dijera: ¿has perdido tiempo en la tierra persiguiendo otros deseos? Pues bien, ahora tienes la oportunidad de vivirlo nuevamente de forma adecuada, siguiendo el deseo verdadero, suspirando por el objeto que realmente es digno de ti. Y, de hecho, en las palabras de Belacqua no hay recriminación porque sabe que tiene lo que se ha ganado y que ese tiempo es para su bien. Una actitud que también nos dice algo a nosotros: si vivo dentro del abrazo de alguien que me perdona, el hecho de tener que seguir conviviendo con mis límites deja de ser una losa. Todo entra a formar parte de un camino bueno.
Con una nota bene final: «si antes no me ayudan las oraciones» (v. 133), a menos que las oraciones de los vivos abrevien el tiempo de la penitencia. Vuelve el tema de la comunión de los santos, que no es solo una noción teológica; una amistad verdadera puede cambiar la vida, las circunstancias en las que estamos llamados a vivir. Y aunque externamente sigan siendo las mismas, cambia el corazón, cambia la forma en que las afrontamos.
Para terminar, como digno final de un canto dedicado al valor del tiempo, el reclamo de Virgilio, que vuelve a ponerse en marcha: muévete, ya es mediodía (vv. 137-139). Porque «perder el tiempo disgusta más a quien más sabe», a quien comprende mejor su valor (Purgatorio III v. 78).
1 T. S. Eliot, «Coros de la piedra», en Poesías reunidas 1909-1962, op. cit., pp. 181-182.
Quando per dilettanze o ver per doglie, che alcuna virtù nostra comprenda, l’anima bene ad essa si raccoglie,par ch’a nulla potenza più intenda; e questo è contra quello error che crede ch’un’anima sovr’ altra in noi s’accenda. | Cuando por causa del placer o del dolor se siente afectada alguna de nuestras potencias, el alma se concentra en ella y parece que no atienda a ningu-na potencia más, y esto va contra aquel error que afirma que en nosotros arde un alma sobre otra. |
E però, quando s’ode cosa o vede che tegna forte a sé l’anima volta, vassene ’l tempo e l’uom non se n’avvede;ch’altra potenza è quella che l’ascolta, e altra è quella c’ha l’anima intera: questa è quasi legata e quella è sciolta. | Por eso, cuando se ve o se oye una cosa que retiene la atención del alma sobre sí, corre el tiempo sin que el hombre lo advierta, porque una potencia es la que escucha, y otra la que retiene entera al alma; esta se encuentra como atada y aquella está libre. |
Di ciò ebb’ io esperïenza vera, udendo quello spirto e ammirando; ché ben cinquanta gradi salito eralo sole, e io non m’era accorto, quando venimmo ove quell’ anime ad una gridaro a noi: «Qui è vostro dimando». | De esto hice yo verdadera experiencia oyendo y admirando a aquel espíritu, pues bien había subido el sol cincuenta grados1 y yo no me había dado cuenta, cuando llegamos donde las almas nos gritaron a una: «Aquí está aquello por lo que preguntáis». |
Maggiore aperta molte volte impruna con una forcatella di sue spine l’uom de la villa quando l’uva imbruna,che non era la calla onde salìne lo duca mio, e io appresso, soli, come da noi la schiera si partìne. | Mayor portillo cierra a veces el villano con un manojo de zarzas cuando la uva madura que aquel por donde mi guía, y yo tras él, entramos los dos solos, pues de nosotros se había separado el grupo. |
Vassi in Sanleo e discendesi in Noli, montasi su in Bismantova e ’n Cacume con esso i piè; ma qui convien ch’om voli;dico con l’ale snelle e con le piume del gran disio, di retro a quel condotto che speranza mi dava e facea lume. | Se sube |