Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini

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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini


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      2 Parajes extraordinariamente escarpados y difíciles de escalar.

      3 Todo el asombro proviene de que al contemplar el cielo desde el hemisferio austral se le ve de forma distinta que desde el nuestro.

      4 Cástor y Pólux, hijos de Leda, forman la constelación de Géminis.

      5 El Sol.

      6 Hijo del Sol que, guiando el carro de este, no supo mantenerlo por su cansino.

      7 La Astronomía.

      8 Es decir, Jerusalén, en el hemisferio norte, distaba tanto del ecuador como la montaña del purgatorio, en el hemisferio sur.

      9 Conocido fabricante de laúdes, famoso por su pereza.

      10 Tantos años se pasa en la antesala del purgatorio cuantos se vivió en la tierra.

      11 Cuando el sol toca el meridiano, empieza a ser de noche en Marruecos. No olvidemos que para Dante el estrecho de Gibraltar es el extremo oeste del mundo.

      CANTO V

       «Este tropel que avanza hacia nosotros es muy numeroso y viene a hacer alguna súplica —dijo el poeta—, pero sigue andando y mientras andas escucha».

      (V, vv. 43-45)

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       Dante y Virgilio retoman la subida, Dante se entretiene y Virgilio lo reprende (vv. 1-21). Después se encuentran con los muertos por muerte violenta, arrepentidos en el último momento, que le piden a Dante que lleve a los vivos noticias suyas, y él promete hacerlo (vv. 22-63). Entonces se presentan tres personajes y cada uno cuenta la historia de su muerte: Jacobo del Cássero (vv. 64-84), Bonconte de Montefeltro (vv. 85-129) y Pía de Tolomei (vv. 130-136).

      Dante ha comprendido, pero aún no ha aprendido. Como nosotros. Necesitará subir toda la montaña del purgatorio para aprender de verdad lo que empieza a ver claro, igual que cada uno de nosotros necesita toda la vida para aprender de verdad lo que incluso sabe teóricamente.

      Acaban de retomar el camino y, de repente, se distrae: algunas almas, sorprendidas al ver un cuerpo que proyecta una sombra, empiezan a hablarle y él se gira para mirarlas. Virgilio le llama la atención: ¿por qué te distraes? ¿Por qué ralentizas la marcha? «Ven detrás de mí y déjalos hablar» (v. 13). ¿No sabes que «el hombre, en el cual un pensamiento bulle sobre otro pensamiento, se aleja de su meta» (vv. 16-17)? No te dejes distraer por las charlas, no te preocupes de lo que dicen los demás. Y tampoco te pierdas detrás de tus pensamientos, que corren el riesgo de ahogarse el uno con el otro. Es lo que ya sucedió en el canto II del Infierno: «pues, pensándolo bien, abandoné la empresa que tan súbitamente había comenzado» (Infierno II vv. 41-42). Dante tiene muy presente el peligro de perderse en razonamientos en lugar de seguir por el camino emprendido. Por fortuna, hay alguien que le llama la atención y él vuelve a ponerse en marcha, ruborizado por la vergüenza.

      Entonces se topan con otro grupo de almas. También estas van cantando el Miserere.1 Pero ¿por qué «miserere»? ¿Invocan piedad como Dante en la selva oscura? Pero estos ¿no han encontrado ya la misericordia de Dios, no han sido perdonados? Al introducir de nuevo la invocación, Dante subraya una vez más el dinamismo ya señalado: también el perdón «satisfaciendo del todo, despertaba nuevos deseos» (Purgatorio XXXI v. 129). Ciertamente estas almas ya han sido perdonadas, pero siguen deseosas de perdón. Como yo, como todos. El perdón es una necesidad continua. No es casualidad que en la liturgia del Purgatorio, que es una liturgia penitencial, el Miserere aparezca cinco veces.

      También estas almas se sorprenden al ver la sombra de Dante y mandan a dos de ellas a pedir explicaciones. Cuando Virgilio confirma que es un vivo y que, por tanto, deben tratarle con aprecio (¿por qué? Virgilio no lo dice, pero las almas lo captan al vuelo: porque puede rezar y hacer que recen por ellos), todas las almas se precipitan hacia él gritando, suplicándole que se detenga. Sin embargo, Dante ha aprendido, al menos por ahora, y sigue la indicación de su maestro: «Pero sigue andando y mientras andas escucha» (v. 45). Por eso, el diálogo que viene a continuación se produce mientras los dos siguen caminando.

      Antes de seguirlos nosotros también, vamos a detenernos un momento a observar el clima de unidad y de comunión que se respira. Lo hemos percibido hablando del canto coral de las almas que bajan de la barca del ángel y del «rebaño» de los excomulgados. Según vayamos avanzando, nos daremos cuenta de que es un aire constante: las almas cantan, se mueven y a menudo hablan juntas; incluso las voces individuales se presentan como expresión de un «nosotros». El perdón, recibido y dado, genera realmente una compañía nueva entre los hombres. Dante, que sufrió en su pellejo durante toda la vida las heridas de la división, de las luchas fratricidas, debía de sentir ardientemente el deseo de la unidad.

      Y entonces se entiende por qué es tan grave el pecado contra la comunión.

      Volvamos ahora a las almas que están siguiendo a Dante y que —hablando juntas, a una sola voz— se presentan (vv. 52-57):

      «[…] Nosotros fuimos muertos todos por la violencia y pecadores hasta la última hora. Entonces la luz del cielo nos iluminó, de modo que, arrepintiéndonos y perdonando, salimos de la vida en paz con Dios, que nos enciende el corazón con el deseo de verle».

      No repetiremos lo dicho en la introducción al canto III sobre el valor del último instante, pero creo que es preciso hacer una observación sobre otro aspecto. ¿Por qué se han salvado estos? Porque se ha producido un encuentro de dos libertades. Por un lado, «luz del cielo»: la libertad de Dios, que es paciente, que espera siempre y se inclina ofreciendo la salvación hasta el último instante. Por el otro, la libertad humana, que responde «arrepintiéndonos y perdonando», es decir, reconociendo el propio mal y perdonando el de los demás, en este caso, el de quien fue causa de su muerte violenta. Tanto la muerte como la vida son un encuentro gratuito con Otro al que la libertad puede adherirse.

      Habíamos dicho que dos de esas almas se adelantan. La primera es Jacobo del Cássero. Cuenta la historia de su muerte (vv. 64-84) y le ruega a Dante que, cuando vuelva a la tierra, busque a sus seres queridos y les pida que recen por él. La segunda es Bonconte de Montefeltro, que se apena porque sus parientes —que evidentemente lo creen condenado— no piden por él (vv. 88-90). Bonconte murió durante la batalla de Campaldino, en la que también Dante había participado, y su cuerpo nunca se encontró. Dante aprovecha la ocasión para preguntarle cómo fue su final (vv. 91-93) y Bonconte, a su vez, al contestarle, se apresura a aclarar no solo cómo murió y dónde acabó su cadáver (vv. 94-99), sino también cómo se salvó.

      Llegué —dice— hasta la orilla del río Archiano. Después (vv. 100-108):

      «[…] Allí perdí la vista, pronuncié como última palabra el nombre de María, allí caí y allí quedó mi cuerpo abandonado. Te diré la verdad y tú la repetirás entre los vivos: el ángel de Dios me acogió y el del infierno gritaba: “¡Oh tú, el del cielo! ¿Por qué me privas de él? Te llevas lo eterno suyo por una lagrimita que me lo arrebata; pero yo trataré de modo distinto lo demás”».

      Es una imagen maravillosa. También Bonconte había cometido muchos desmanes, también él, como Manfredo, podría haber dicho «horribles fueron mis pecados» (Purgatorio III v. 121); pero con su último aliento invoca a la Virgen, y esto basta para que «el ángel de Dios» se lo lleve consigo.

      Y es realmente divertida la forma en que dibuja Dante la figura de «el del infierno», el diablo, que ya estaba saboreando la victoria y que ve cómo se la arrebatan delante de sus narices. Dan ganas de decir: ¡pobre diablo! Se lo había trabajado toda la vida, le había inducido a caer, estaba preparado para recoger el fruto de todo su esfuerzo, cuando de repente llega un ángel como un rayo que se lo quita de las garras y se lo lleva. Podemos imaginarnos su cara: «Pero ¿cómo es posible? Me lo he trabajado desde que era pequeño,


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