Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Читать онлайн книгу.avaro, el perezoso, el justo, el generoso… Ninguna de las personas que Dante retrata como paradigmas de este o de aquel vicio o virtud lo fueron exclusivamente. Y, no obstante, cuando alguien muere, toda esa complejidad se acrisola en unos pocos rasgos, se resume en nosotros en unas pocas palabras, incluso en una sola palabra como aquella que, en la película de Orson Welles, pronuncia Charles Foster Kane en su lecho de muerte: «Rosebud». Los personajes de Dante pueden ser a la vez ejemplificaciones morales de una actitud dominante en ellos y, al mismo tiempo, seres históricos, reales, por esa razón, porque están muertos.
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Lo que hace Dante con sus contemporáneos, convertirlos en símbolos, resumirlos una vez muertos en un vicio o en una virtud, es una tendencia natural de la condición humana.
Es nuestro desconocimiento de esos personajes, el olvido de la repercusión que sus acciones tuvieron en su momento, lo que nos produce la impresión de un Dante soberbio, cruel, de hiena que versifica en los sepulcros, como dijo Nietzsche.
Para la mayoría de los contemporáneos de Dante los personajes que en la Divina comedia ejemplifican vicios y virtudes eran propicios para simbolizar lo que simbolizan en esa obra. Si los sustituyéramos por otros más cercanos a nosotros, la impresión de que Dante se sobrepasa en sus juicios, de que adopta un papel que ningún ser humano debería arrogarse, desaparece inmediatamente. Porque comprendemos entonces que no es tanto Dante el que los juzga como una tendencia natural del ser humano que Dante ha sabido escuchar dentro de sí mismo. Si colocáramos a Hitler entre los tiranos violentos, a Marx entre los falsos profetas o a Nixon entre los mentirosos, a nadie se le ocurriría tacharnos de crueles o soberbios. Tras su muerte, esas figuras históricas han dejado de ser personas para convertirse en símbolos.
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En el más allá de Dante se cumplen los deseos de una manera esencial y para siempre.
A pesar de lo que pueda parecer en una lectura precipitada, esos reinos de ultratumba que en la Divina comedia se describen tan minuciosamente están muy lejos de ser una proyección de la venganza de Dante, o una especie de gran ley del talión divina, es decir, un lugar donde en cada caso se hace contabilidad de las culpas y, según estas, se aplican aumentados los castigos o las penitencias correspondientes. El purgatorio precisamente está ahí, en el centro de ese universo fantasmal, para señalarnos lo contrario. El purgatorio es la pieza esencial del más allá de Dante: un proceso de recomposición, de perfeccionamiento, que, gracias a la contrición que se hizo en vida, se desarrolla después de la muerte mediante la reparación y la enmienda. Y, cuando no ha existido esa contrición, como en los reos que marchan en el Infierno, Dante se limita a dar el asunto por perdido, a dejar al condenado a su suerte, a merced de sus deseos.
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En el Infierno y en el Paraíso se sintetizan y se desarrollan las dos concepciones que del más allá de la muerte han tenido otras culturas. En ocasiones una visión esperanzadora y en otras, una visión más siniestra y terrible. El purgatorio
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En el purgatorio se repara lo que se hizo mal o se realiza lo que se dejó de hacer. Como Dante dice por medio de Virgilio «se compensa o se recompone la negligencia o la tardanza en el bien».
Según Dante el alma culpable tiene que pasar por el siguiente proceso si quiere limpiar la mancha del pecado: contrición, confesión, reparación y enmienda. Las dos últimas se pueden realizar en el más allá, en el purgatorio. Las dos primeras tienen que darse en esta vida, aunque sea en el último instante de esta vida.
La diferencia entre infierno y purgatorio, por tanto, no consiste en los castigos que se aplican a cada reino (con frecuencia estos castigos son los mismos, pero distintos en intensidad), sino en una actitud, en la disponibilidad al perdón de los condenados.
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El Purgatorio contiene alguno de los episodios más admirables y menos conocidos de la Divina comedia: el del bosque sagrado o el del barco de las ánimas y encuentros tan inolvidables como el de Bonconte, el de Arnaut Daniel y, por supuesto, el de Beatriz. Pero, por si esto fuera poco, es en el Purgatorio donde Dante se nos aparece como un maestro consumado, como ese gran poeta que sabe pulsar las cuerdas más variadas de la poesía. Todo lo domina. Desde lo grotesco hasta lo sublime, desde la precisión del detalle hasta el razonamiento más complicado.
En el Purgatorio empiezan las profundas disertaciones filosóficas —sobre el amor, sobre la naturaleza del alma, sobre nuestra condición temporal…— y todas esas sutilezas intelectuales que harán de la Divina comedia algo más que un catálogo de estupendas tremendas atrocidades o un magnífico relato de aventuras paranormales, el libro más grande, más asombrosamente vivo, que jamás se haya escrito.
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Por si todo esto fuera poco, la edición que aquí presentamos cuenta con unos comentarios excepcionales de uno de los divulgadores más fiables, vehementes e imaginativos de La Divina Comedia, Franco Nembrini. Él será nuestro Virgilio, y de su mano comenzaremos el ascenso, no sólo a una de las cumbres de la creación humana, sino a la cumbre inalcanzable de la misericordia divina.
Por debajo de estos comentarios del profesor italiano hay mucho conocimiento teológico, muchas lecturas y mucha información bien asimilada, pero lo que más sorprende en Nembrini es cómo consigue que toda esa carga erudita palpite, arda de tan llena de amor hacia los asuntos que trata; sea, en fin, más que unos comentarios al uso, vida, pura vida que nos interpela y nos alecciona.
PURGATORIO
¿Preguntas por qué hay que compadecerme? Es cierto. ¡No hay por qué compadecerme! Lo que hay que hacer es crucificarme, ¡clavarme en la cruz y no compadecerme! Pues, crucifícame, tú que eres el juez, crucifícame y compadéceme después de haberme crucificado. Y entonces yo mismo iré, iré por mi pie, a la crucifixión porque no es gozo lo que ansío, sino dolor y lágrimas… Dolor y lágrimas es lo que he hallado y saboreado. Quien nos compadecerá es el que a todos ha compadecido; el que a todos y a cada uno ha comprendido: Él es el único juez. Vendrá ese día […] Y dirá: «¡Ven a Mí! Ya te perdoné una vez… Te perdoné una vez… Y ahora se te perdonan tus muchos pecados porque has amado mucho...». […] Él juzgará y perdonará a todos, a los buenos y a los malos, a los sabios y a los humildes… Y cuando haya concluido con los demás, nos llamará también a nosotros: «¡Venid ahora vosotros! —dirá—. ¡Venid los borrachos, venid los débiles, venid los vergonzantes!». Y nosotros saldremos todos, sin sentir sonrojo, y compareceremos ante Él. Y Él dirá: «¡Sois unos cerdos! Sois imagen de la Bestia y lleváis su estigma. Pero venid también vosotros». Entonces dirán los sabios, entonces dirán los sensatos: «¡Señor! ¿Por qué acoges a estos?». Y Él dirá: «Los acojo, ¡oh, sabios!, los acojo, ¡oh, sensatos!, porque ninguno se ha considerado digno de ello». Nos abrirá sus brazos y nosotros nos hincaremos de rodillas ante Él… Y lloraremos… Y lo comprenderemos todo. ¡Entonces lo comprenderemos todo! Entonces lo comprenderemos todo y todos lo comprenderán…1
1 Fiódor Dostoievski, Crimen y castigo, Cátedra, Madrid 2003, pp. 90-91.
EL CÁNTICO DE LA MISERICORDIA
«Por donde salimos para ver de nuevo las estrellas».1
Hemos acompañado a Dante y Virgilio en su viaje para sondear el abismo del mal, el propio y el del mundo, el mal que los hombres hacen cuando tergiversan el deseo que los constituye. Cuando, en vez de acoger la belleza del mundo como ocasión para levantar la mirada y dirigirla a su Hacedor, fijan la vista en un objeto deseado —el dinero, una mujer, el poder, la fama…— y acaban por clavarse ahí, reduciendo a un objeto limitado el alcance de su humanidad, que está hecha para el infinito; y