Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini

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Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri - Franco Nembrini


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incluye siempre a la Virgen.

      Para comprender mejor lo que estamos diciendo, fijémonos en un par de casos.

      Al entrar en la cornisa de los soberbios, Dante se topa con bajorrelieves que presentan escenas de humildad, lo contrario de la soberbia: el primero representa a María ante el anuncio del ángel, el segundo al rey bíblico Saúl y el tercero un episodio de la vida del emperador romano Trajano. Al dejar la cornisa, Dante ve una serie de grabados que representan imágenes de la soberbia castigada, entre las que figuran Lucifer, los gigantes de la mitología griega y el rey asirio Senaquerib, que se cita en la Biblia. La escena concluye con un canto que proclama «Beati pauperes spiritu» (Purgatorio XII v. 110, «Bienaventurados los pobres en el espíritu»).

      La cornisa de los iracundos es introducida por otros tres ejemplos de la virtud opuesta a la ira, el espíritu de la paz: María cuando encuentra a Jesús entres los doctores del Templo de Jerusalén; un acto magnánimo de Pisístrato, tirano de Atenas; y el martirio que san Esteban acepta con alegría. Al salir de la cornisa, Dante cita a Procne, una figura de la mitología griega que, para vengarse de su marido, había matado a su hijo y se lo había dado para comer; a Amán, un personaje bíblico que ordenó una masacre de judíos; y a Amata, personaje de la Eneida que, en un arranque de ira, se había quitado la vida. Al final, la cornisa se cierra con la afirmación «Beati pacifici» (Purgatorio XVII vv. 68-69, «Bienaventurados los mansos»). Y así sucesivamente.

      En todo esto hay un aspecto que siempre me ha fascinado: el bien se presenta primero. En cada cornisa se purga un pecado, una faceta del mal, pero, antes de encontrarse con él, Dante presenta el bien correspondiente. Es como si dijera que siempre, incluso donde se purga el mal, el bien nos precede. Y, por analogía, esta precedencia remite a la relación entre pecado y perdón: también aquí, por paradójico que pueda parecer, el perdón precede a la culpa.

      Porque dentro de una experiencia amorosa —no solo la de Dios con los hombres, sino también en nuestras experiencias cotidianas— sucede siempre así. Entre padres e hijos, entre enamorados, entre maridos y mujeres, el perdón no viene después de la culpa, no es una concesión gentil de quien hace la vista gorda con respecto a lo que ha hecho el otro. ¿Qué es el amor? Es el acto, el juicio con el que tú le dices al otro: «Daría la vida por ti, ahora, sin necesidad de pedirte nada, sin pedirte primero que cambies. Vales el sacrificio de mi vida porque eres tú». Por eso el perdón está inscrito desde el origen en el acto del amor; decir «te amo» es decir «te perdono de antemano, te perdono los errores que puedas cometer». Por eso dice Dante de la Virgen (Paraíso XXXIII vv. 16-18):

      Tu benignidad no solo socorre a quien pide, sino que muchas veces libremente se anticipa a la petición.

      La «benignidad» —la misericordia, el perdón— «se anticipa»: va por delante, se da antes. Hay una palabra maravillosa que ha introducido en nuestro vocabulario el papa Francisco: el amor de Dios nos «primerea»,2 su perdón nos primerea; y esto sucede también en cualquier amor humano que sea reflejo del primero (estamos hechos a «imagen y semejanza suya»…).

      La presencia de ejemplos de virtudes y pecados castigados y la conclusión con una bienaventuranza no son los únicos compases estructurales del Purgatorio, encontraremos otros a lo largo del camino. Aquí me limito a anticipar dos de ellos: una serie de repeticiones del número de versos en los distintos cantos y la presencia constante de oraciones procedentes de la liturgia. Las señalaremos cuando las vayamos encontrando.

      En conjunto, creo que al terminar la lectura del Purgatorio nadie podrá evitar tener una impresión similar a la mía, que es la de haber recorrido una inmensa catedral. Una catedral de palabras en la que, al igual que en las de piedra, cada elemento tiene su papel, su función, cada uno se relaciona con los demás, remite a los que están a su alrededor, y el equilibrio de formas y referencias crea un espacio sagrado en el que se puede experimentar la presencia de Dios en la vida humana.

      Para concluir estas notas sobre la naturaleza y la estructura del purgatorio, añado una última observación de método. Toda nuestra lectura de la Comedia se cimenta en la analogía entre la experiencia del más allá y la del más acá. Ahora bien, tengamos presente que entre estos dos planos hay una diferencia sustancial: en el caso de las almas de Dante, el partido está decidido; en nuestro caso no. Su libertad debe educarse, pero la elección decisiva ya se ha realizado; nosotros tenemos que hacerlo en cada momento. Como no vamos a estar repitiendo esto continuamente, cuando veamos similitudes entre su condición y la nuestra, dependerá de la memoria del lector conservar esta advertencia expresada de una vez por todas.

      1 Jacques Le Goff, El nacimiento del Purgatorio, Taurus, Madrid 1989.

      2 Véase, por ejemplo, «Nosotros, en español, tenemos una palabra que expresa bien esto: “El Señor siempre nos primerea”», Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales, Plaza de San Pedro, 18 de mayo de 2013.

      EL PURGATORIO EN CINCO PALABRAS

      TIEMPO, PRESENTE, PACIENCIA, TRABAJO, LIBERTAD

      Una vez aclarado todo esto, después de «misericordia» podemos considerar otras palabras que nos ayudan a entender mejor por qué el Purgatorio es el canto más parecido a nuestra experiencia terrenal, con el que podemos identificarnos más fácilmente.

      Para empezar, el Purgatorio es el canto del TIEMPO. En el infierno no existe el tiempo. Todo está parado —hasta la terrible inmovilidad del Cocito—, nunca cambia nada, todo se repite eternamente. Y, de hecho, Dante no ofrece referencia cronológica alguna: todo es siempre igual de gris, no hay ningún movimiento natural que señale el transcurrir del tiempo. Volviendo al más acá, el infierno es la vida en la tierra cuando desaparece la esperanza, cuando nos convencemos de que «nada va a cambiar», de que «soy así» y no hay nada que hacer (o tú eres así, o los seres humanos son así, es lo mismo).

      Tampoco existe el tiempo en el paraíso, tampoco allí cambian las cosas. Pero sería erróneo decir que en el paraíso «todo está cumplido»; es más adecuado afirmar que todo se cumple continuamente. Porque si el Infierno es el canto de la eterna inmovilidad, el Paraíso es el del perpetuo movimiento, el de una satisfacción renovada continuamente, el de la experiencia de un bien «que, satisfaciendo del todo, despertaba nuevos deseos» (Purgatorio XXXI v. 129). Es una forma extraordinaria de designar la experiencia de un deseo siempre satisfecho y siempre reavivado, de lo que sucede en todo amor verdadero que, mientras se satisface, a la vez se renueva.

      A su vez, el Purgatorio es el canto del cambio. Se empieza de una forma y se termina de otra. Como en la vida de cada día. No es casualidad que, desde el inicio del recorrido de Dante, todo esté jalonado de anotaciones astronómicas que indican el transcurrir de las horas del día y de la noche. Al lector impaciente le pueden parecer pesadas las largas perífrasis que Dante emplea para indicar la posición de los astros; si quiere, puede saltárselas, pero debe saber que para el poeta tienen un valor esencial, ya que indican que estamos en camino, que las cosas cambian, que avanzamos hacia la felicidad. De igual modo tienen un profundo valor las referencias litúrgicas: el tiempo del Purgatorio, como el de la vida terrenal, es a la vez natural y sagrado, participa del ritmo de la creación, inscrito en los ciclos de la naturaleza, y del ritmo de la salvación, actualizado en los ciclos litúrgicos.

      El Purgatorio enseña el valor del tiempo y, por eso mismo, afirma la importancia del PRESENTE. Ya lo comentamos al hablar del canto XX del Infierno,1 así que aquí me limito a retomarlo brevemente. Por paradójico que pueda parecer, todo el valor del tiempo se concentra en el presente. El pasado ya no existe y el futuro aún no existe; el único punto en el que podemos recuperar el significado del pasado y actuar para construir el futuro es el presente. Es aquí y ahora cuando el tiempo se vuelve real. Es en el presente donde se construye. Es también entonces cuando se entienden los frecuentes llamamientos que encontraremos a no perder el tiempo, a no entretenerse, a no distraerse.

      Quiero subrayar además que en el ahora se juega por entero nuestra libertad, ya que toda


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