Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
Читать онлайн книгу.¿Por qué se refiere Dante precisamente a ellas? Evidentemente para subrayar la diferencia: él no tiene ninguna intención de desafiar a Dios. Su canto no es obra suya, es un don del cielo que tiene que pedir continuamente. De este modo, aparece desde el principio el tema que hará de hilo conductor de todo el Purgatorio: la humildad. «Si llego a hacer algo grande —empieza diciendo Dante—, será únicamente porque Alguien me concede su favor».
En cuanto a la segunda cuestión, fijémonos en las palabras con las que Dante abre y cierra la invocación: «Resurja, pues, aquí la muerta poesía» y «desesperaron de obtener su perdón». En dos versos sintetiza de modo fulminante la alternativa. ¿Qué es el infierno? Desesperar «de obtener perdón», pensar que el propio mal no puede ser perdonado. Y, en cambio, ¿qué sucede cuando llega el perdón? Que resurge «la muerta poesía», es decir, resucita lo que estaba muerto. Volvemos a la vida.
No olvidemos que el viaje de Dante comenzó la noche entre el jueves y el viernes santo, y ahora nos hallamos en la mañana del día de Pascua: «La vida ha vencido a la muerte / lavando en amor el pecado», como reza un himno de la Liturgia de las horas.1 Con la resurrección de Jesucristo, comienza un mundo nuevo donde reina la misericordia.
Y con la vida resurgen la poesía, la palabra, la comunicación. En los últimos cantos del Infierno, Dante ha mostrado lo que sucede en el abismo de la desesperación: incluso la palabra pierde su capacidad de comunicar; cada uno se vuelve prisionero de sí mismo y ya no nos entendemos entre nosotros. ¿Cuántas personas conocemos que no hacen más que rumiar las típicas quejas de siempre, incapaces de entablar un diálogo real? Sin embargo, cuando tienes un encuentro bonito que te abre de nuevo a la vida, te entran ganas de contárselo a todos, te levantas cantando por la mañana. Pues bien, este es el principio del Purgatorio: un hombre que desesperaba de «obtener su perdón», que creía estar clavado a su error y en cambio es perdonado. Y se levanta por la mañana rebosante de deseo de emprender nuevamente el camino, de vivir y de contarle a todo el mundo lo que le ha pasado.
Esto no es solo literatura, es la vida. Lo testimonia estupendamente la carta que me escribe un preso:
«Purificado y dispuesto a subir a las estrellas» (Purgatorio XXXIII v. 145). Este fue mi primer pensamiento el día que salí de permiso, mi primer día de permiso tras más de diez años de cárcel… Un día soleado, con mucho espacio y tiempo para mí, aunque con un poco de agorafobia… Un día dedicado a recuperar mis cinco sentidos.
Enseguida pensé que el purgatorio, mi purgatorio, estaba a punto de terminar, y ahora, con la conciencia de hoy, volvía a observar la realidad, la sentía dentro de mí, en el corazón palpitante y en las venas, como si fuese nueva, algo que se me regalaba de nuevo… ¡Qué gusto tan distinto, qué colores y perfumes, qué atractivo, qué belleza! […]
Sí, la vida es justamente así, hay momentos que […] sirven para hacerte reconocer que todo es un don, que en nuestras manos está la intención, pero no el resultado.
Ahora lo estoy viviendo todo intensamente, cada día como si fuese el primero, acompañado por la memoria de los tercetos de Dante que, a través de mis amigos, me han llegado al alma con una contemporaneidad que me desarma.
¿No es como si Dante hubiese escrito para mí la Divina comedia? En un momento, quedan anulados el tiempo y el espacio gracias al encuentro y al testimonio.
Es cierto que después queda el trabajo de la vida, queda «la fatiga interminable, el esfuerzo de estar vivo hora tras hora, la noticia del mal ajeno, del mal mezquino, fastidioso como las moscas de verano; este es el vivir que corta las piernas»,2 como escribe Pavese3. Es cierto que seguimos siendo «bestiales como siempre, carnales, egoístas y cegatos como siempre»,4 por usar las palabras de Eliot5. La vida se desarrolla en este dinamismo —lo decimos aquí de una vez por todas— entre el «ya» y el «todavía no». La salvación, la vida nueva ya ha empezado, aunque aún no se haya cumplido; para ello hace falta la existencia entera. Sin embargo, en el abrazo de la misericordia ya no están en primer plano el límite, la fatiga y el mal, sino la novedad que Cristo ha introducido, el encuentro que nos ha cambiado la vida. Y todo adquiere una luz distinta.
De hecho, esto es lo que sucede (vv. 13-21):
Un suave color de zafiro oriental que se difundía por el sereno aspecto del aire puro hasta el primer cielo, devolvió el placer a mis ojos en cuanto salí de la atmósfera muerta, que me había entristecido los ojos y el corazón. El bello planeta que convida al amor hacía sonreír a todo el Oriente, echando un velo sobre la constelación de Piscis, que iba en su escolta.
¿Qué es lo primero que ve Dante al salir del infierno? La luz, el cielo. Volver a ver el cielo quiere decir levantar la cabeza, alzar la mirada y darse cuenta del ser, de la bondad de lo que existe, de la belleza que nos rodea. Lo primero que Dante ve no es su propia suciedad, el hollín que le mancha; eso lo verá enseguida y dirá que necesita lavarse y purificarse…, ¡pero después! Dante emplea todo su genio poético para comunicar esta claridad, este preludio de alba transparente y purísimo, como el cielo límpido de algunas mañanas de primavera. Una mirada que se estrena contemplando una nueva realidad, un mundo que se contempla como si fuera la primera vez: «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).
Y en este cielo purísimo, ¿qué es lo primero que se impone a la mirada? El amor. «El bello planeta que convida al amor» es Venus, la estrella de la mañana, el planeta dedicado a la diosa del amor. Es un anuncio de lo que nos espera, pues el amor es el tema del Purgatorio.
Inmediatamente después, Dante divisa «cuatro estrellas nunca vistas desde los primeros humanos» (vv. 23-24). Nos hallamos en el hemisferio austral, por lo que estas estrellas solo las vieron Adán y Eva cuando estaban en el paraíso terrenal. Los críticos se preguntan si Dante se refiere a la Cruz del Sur, la constelación que domina el cielo meridional y que figura también en algunos mapas medievales, o si lo que presenta es una imagen genérica. Pero esto es secundario. Lo principal es su valor simbólico: las cuatro estrellas representan las virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) que, según la teología cristiana, Dios infundió en Adán y Eva. El hecho de que resulten visibles ahora indica que Dante ha recuperado la posición adecuada para afrontar el camino que le espera.
Luego, Dante baja la mirada y se encuentra ante sí una figura humana: es Catón, el que custodia el acceso al purgatorio.
Salta enseguida a la vista el paralelismo con Caronte, el guardián del infierno. Este, «un viejo de barba y cabellos blancos» (Infierno III v. 83); «larga y blanqueada por las canas era su barba» (v. 34) dice refiriéndose a Catón. Pero esta similitud no hace sino evidenciar el contraste. El primero era brutal y desprendía una luz infernal —«Caronte, demonio con ojos en brasa» (Infierno III v. 109); «que en torno a los ojos tenía un círculo en llamas» (Infierno III v. 99)— mientras que el segundo brilla como si tuviera delante el sol (vv. 37-39):
Los rayos de las cuatro luces santas cubrían de tal modo su rostro de resplandores, que lo veía como si tuviese el sol delante.
Es preciso detenerse en la figura de Catón. ¿Quién es Catón? Es uno de los protagonistas de la historia de la antigua Roma. Gran defensor de la república, cuando ve que César vence y que se avecina una dictadura que él no puede tolerar, se quita la vida. Él, que dedicó su vida a afirmar las libertades republicanas, renuncia a la vida para defender el valor supremo de la libertad.
En la época de Dante, Catón era una figura controvertida. Siendo un pagano, y además culpable de uno de los pecados más graves, el suicidio, tendría que haber ido directamente al infierno; sin embargo, había una corriente de la cultura cristiana que consideraba su gesto como prefiguración del sacrificio de Cristo. Dante se decanta por esta visión y sitúa a Catón en el purgatorio. Y no lo hace en un lugar cualquiera, sino justo en la entrada, como el primero de los salvados. ¿Por qué? Porque quiere subrayar dos conceptos que le importan especialmente. El primero es que la salvación que trae Jesucristo abarca toda la historia. No voy a repetir la reflexión que hice al hablar del limbo a propósito de la salvación de los paganos.6 Al situar aquí a Catón, Dante corrobora