Bajo el oro líquido. Óscar Hornillos Gómez-Recuero

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Bajo el oro líquido - Óscar Hornillos Gómez-Recuero


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lado para otro mientras el calor de la tarde empezaba ya a hacer mella y las primeras gotas de sudor caían al arenoso y seco suelo. Las ruedas del Nissan Pathfinder de la Guardia Civil fueron el primer objetivo del joven toledano. Su cámara Canon último modelo, cortesía del cuerpo al que pertenecía, hacía el resto del trabajo.

      —¿Cuántas unidades de patrulla han venido a la zona? — preguntó Eduardo, frunciendo un poco el ceño al esperar la respuesta de su compañero.

      —Tenemos otras dos unidades, mi teniente.

      —Necesitaríamos verlas y tomar fotografías de las ruedas —añadió el teniente de la UCO como aclaración.

      Paula, que ya estaba junto a Eduardo, dijo:

      —¿Crees que…? —preguntó dejando en el aire algo que solo ellos entendieron.

      —Puede ser que consigamos algo así —añadió el joven—. Al fin y al cabo puede que la intuición del capitán al mandarnos aquí no sea solo eso, intuición.

      Las fotografías continuaron durante casi dos horas, hasta que el sol empezó a mostrar los primeros signos de debilidad con el avance de la tarde. Casi veinte rodadas de las que a los ojos de los guardias civiles parecían recientes fueron tomadas. El trabajo de análisis vendría después, pero era un buen comienzo tener treinta tipos de rodadas de los vehículos que pudieron pasar horas atrás por allí. La cámara de Eduardo había quedado junto a su pecho, colgada de su fuerte y moreno cuello. Mientras se pasaba la mano por la sudada frente, observó como una de las rodadas, que había sido semiborrada por otras posteriores, se salía del camino a unos trescientos o cuatrocientos metros de la escena del crimen. Era algo extraño. Bien pudiera ser que el ocupante de aquel automóvil quisiera parar lejos de la escena del crimen para luego bajarse y observar cuando la Guardia Civil de la zona montó el cordón. Pero para Eduardo siempre cabía una posibilidad más, un trazo más en el lienzo que se dibujaba ya en su mente. Esa huella ya la tenía fotografiada, pero lo que realmente le interesaba ahora era seguir los pasos de la misma. Y así, salió de la pista forestal calle del Bosque y anduvo por una vereda por la que un automóvil habría avanzado encontrando cierta dificultad. Las huellas de las ruedas parecían pelearse con la tierra y la poca vegetación del camino. Sin duda, en esa parte solo ese automóvil había estado. No había ningún resto más de rodadas allí. A simple vista se trataba de una rueda con cierta anchura.

      —Ciento setenta y cinco —dijo el teniente refiriéndose a la anchura de la rueda—. Probablemente no se dirigió a pie por el camino. Fue campo a través —continuó.

      El dibujo no era rectilíneo como el de los vehículos que suelen circular por asfalto. Se trataba de un coche que probablemente estaba destinado a este tipo de superficies, a la tierra. Estas eran las reflexiones de Eduardo cuando Paula le interrumpió como una alarma. Aquella voz aguda saltaba de un lado para otro en su pabellón auditivo:

      —Teniente, teniente, Eduardo.

      La alférez Colado señalaba al suelo, a unos metros de los pies de Eduardo. Se trataba de una colilla marca Ducados. El objeto en cuestión no estaba en mal estado a causa del sol, mantenía su color blanco, con lo cual no había que sumar mucho para saber que llevaba allí poco tiempo. Si en realidad, como Eduardo pensaba, aquellas marcas podían ser las del coche del asesino, ¿podría esa colilla contener su ADN? Eran reflexiones, de momento solo eso, pero era lo poco que tenían para presentarle a su capitán al día siguiente en Madrid.

      CAPÍTULO 6

      Los primeros pasos

      —Pasen. —Fue así como el capitán de la UCO hizo caso a los golpes en la puerta de su despacho.

      Los dos guardias civiles que horas antes habían realizado el trabajo de campo en Velada ahora estaban ante su superior para rendirle cuentas de lo visto, de lo investigado.

      —Ahora mismo se está realizando la autopsia al cuerpo del chico en el anatómico de Toledo. Estamos a la espera de recibir los resultados que hemos pedido a los compañeros allí —les explicó el capitán sin antes haber atendido a saludos. Sus dos subordinados le miraban con cierta seriedad—. ¿Y bien? —les preguntó.

      Paula, que había sido la encargada de elaborar el informe la noche anterior, entregó una carpeta de cartulina verde con el símbolo de la Guardia Civil a su capitán. Este no perdió ni un segundo y comenzó a leerlo con atención. Parte de su corta papada se contoneaba al hacerlo, creando un movimiento provisto de cierto hipnotismo, al que los dos jóvenes no prestaron atención. El capitán Julio Rodríguez, de cincuenta y nueve años, era un guardia civil de una dilatada experiencia. Había estado al mando en multitud de casos con exitosos resultados. Su aspecto, una gran calva que coronaba un cuerpo algo abandonado al ejercicio físico, era fruto de los años de despacho que tenía a sus espaldas. No había sido así en sus años tempranos, cuando ingresó en el cuerpo, pero eso ahora quedaba lejos, muy lejos. Un flexo de color gris iluminaba aquellos folios que contenía la carpeta que el capitán estudiaba. Durante más de dos minutos leyó todo con atención. Luego apagó el flexo y habló:

      —Vaya, parece que no tenemos mucho. ¿Han pedido que presenten los vehículos a todos los propietarios de las fincas cercanas? —les preguntó.

      —Sí, mi capitán —contestó Eduardo—. Hemos ido más allá, a los propietarios de las fincas en cinco kilómetros a la redonda. Esperaremos a que la Guardia Civil de Talavera realice diligencias con las instrucciones que le hemos dado y con las copias de las fotografías.

      El capitán frotó los dedos de su mano derecha mientras con su mano izquierda depositaba el papel sobre su mesa.

      —Buen trabajo —añadió mirando a Eduardo y tras una pausa continuó—. De momento continúen con el caso de los falsificadores de billetes, pero si las cosas nos indican que esto no es un hecho aislado se incorporarán a la investigación con el resto de la UCO y la Guardia Civil de la zona. El otro caso lo puede llevar cualquier otro.

      —¿Un asesino en serie? —preguntó extrañada Paula.

      —No es muy común en nuestro país, pero nunca hay que descartar nada.

      En ese momento la puerta volvió a sonar y, sin pedir permiso, un agente de la UCO abrió la misma, haciendo ver a los presentes que solo era cortesía y que el capitán de la UCO no podía esperar a recibir aquella noticia.

      —Mi capitán —dijo el agente—, ya están los informes de Toledo.

      Con la mano, el capitán hizo un gesto y el agente pasó a su despacho y se los entregó. Después, y sin decir nada, se retiró. De nuevo la lectura vino acompañada de la luz tenue y amarillenta del flexo. Cierta tensión más que controlada se respiraba en el aire. Cuando el capitán terminó, entregó el informe a sus compañeros. Paula, que fue la que lo tomó, leyó en voz alta la parte donde se narraba lo más interesante:

      —Se estima que el sujeto falleció entre la una y las tres de la madrugada del domingo 7 de julio de 2019. Causa de la muerte: varios traumatismos graves, al menos seis, causados con un objeto contundente de aluminio, por los restos de metal en la cabeza hallados. Posiblemente se trate de un bate de béisbol o similar. Apenas hay señales de defensa, por lo que es muy probable que el sujeto se encontrase en una posición poco favorable para defenderse, decúbito supino.

      —¿Qué hay de la prueba de ADN de la colilla, capitán? — añadió Eduardo.

      —Estamos esperando a que nos la envíen del laboratorio. No arrojará demasiadas soluciones sobre la mesa, pero al menos podremos saber el sexo y la raza del posible asesino, amén de poder comparar los datos con los de los propietarios de las fincas adyacentes —concluyó de esta forma el capitán Rodríguez.

      No era demasiado con lo que comenzaban, era más bien poco. No obstante, eran los primeros pasos para abordar este caso. Durante los siguientes días los propietarios de las fincas presentaron todos los automóviles y se cotejaron las rodadas con sus vehículos. También se les extrajo una muestra de saliva para conocer los distintos genotipos de todos y cada uno de ellos. Ninguno opuso resistencia alguna


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