Tiempo pasado. Lee Child

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Tiempo pasado - Lee Child


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las cosas cambian lento —dijo ella.

      Volvió a cliquear, y se movió hacia abajo en la pantalla, primero rápido, recorriendo en forma descendente el abecedario, y luego despacio, mirando atenta, a través de lo que Reacher supuso que era la sección de la R, y después de vuelta hacia arriba, igual de despacio, mirando igual de atenta. Luego rápido hacia abajo y hacia arriba, como intentado sacudir algo suelto.

      Dijo:

      —Hace ochenta años nadie llamado Reacher tenía aquí en Laconia una propiedad a su nombre.

      Cuatro

      Patty Sundstrom también se volvió a despertar a las ocho de la mañana, más tarde de lo que le habría gustado, pero finalmente había sucumbido al cansancio, y había dormido profundamente por cinco horas más. Sintió que el espacio junto a ella en la cama estaba vacío. Se dio vuelta y vio que la puerta estaba abierta. Shorty estaba afuera en el aparcamiento. Estaba hablando con uno de los tipos del motel. Quizás Peter, pensó. El tipo que se encargaba de los quads. Estaban de pie junto al Honda. El capó estaba levantado. El sol brillaba.

      Se levantó de la cama y caminó con cuidado y medio agachada hasta el baño. Para que Peter o el que estuviera al lado del Honda no la viera. Se duchó, y se vistió con la misma ropa, porque no había llevado la suficiente como para un día más. Salió del baño. Tenía hambre. La puerta todavía estaba abierta. El sol todavía brillaba. Ahora Shorty estaba ahí solo. El otro tipo se había ido.

      Salió y dijo:

      —Buenos días.

      —El coche no arranca —dijo Shorty—. El tipo metió mano y ahora está muerto. Anoche estaba bien.

      —No estaba exactamente bien.

      —Anoche arrancó. Ahora no arranca. El tipo debe haber roto algo.

      —¿Qué fue lo que hizo?

      —Tocó algunas cosas. Tenía una llave inglesa y unos alicates. Yo creo que lo empeoró.

      —¿Era Peter? El tipo que se encarga de los quads?

      —Eso dice. Si es verdad, que tengan suerte. Probablemente esa es la razón por la que necesitan nueve. Para asegurarse que siempre les funciona uno.

      —El coche arrancó anoche porque estaba caliente. Ahora está frío. Eso hace una diferencia.

      —¿Eres mecánica ahora?

      —¿Y tú? —dijo ella.

      —Creo que el tipo rompió algo.

      —Y yo creo que está intentando ayudarnos lo mejor que puede. Deberíamos estar agradecidos.

      —¿Por que nos rompan el coche?

      —Ya estaba roto.

      —Anoche arrancó. En el primer intento.

      —¿Tuviste algún problema con la puerta de la habitación? —dijo ella.

      —¿Cuándo? —dijo él.

      —Cuando saliste esta mañana.

      —¿Qué tipo de problema?

      —Por la noche quise tomar un poco el aire pero no la pude abrir. Estaba atascada.

      —Yo no tuve problemas —dijo Shorty—. Abrió enseguida.

      Vieron a Peter salir del granero cincuenta metros más allá, con una bolsa de tela marrón en la mano. Parecía pesada. Herramientas, pensó Patty. Para arreglar el coche.

      —Shorty Fleck, escúchame bien —dijo ella—. Estos caballeros están tratando de ayudarnos, y quiero que te comportes como si lo agradecieras. Como mínimo no quiero que les des ninguna razón como para que nos dejen de ayudar antes de que terminen. ¿Está claro?

      —Por Dios —dijo—. Te estás comportando como si esto fuera mi culpa o algo.

      —Sí, algo —dijo ella, y después se calló y esperó a Peter, con la bolsa de herramientas. Que sonando a metal se acercaba con una sonrisa alegre, como si se muriera de ganas de sacudirse las manos y ponerse a trabajar.

      —Muchas gracias por la ayuda —dijo ella.

      —No hay ningún problema —dijo él.

      —Espero que no sea demasiado complicado.

      —Ahora mismo está completamente muerto. Lo que por lo general es eléctrico. Quizás se derritió un cable.

      —¿Lo puedes arreglar?

      —Podemos empalmarle uno que lo reemplace. Solo lo que se necesite como para pasar por encima de la parte que está mal. Antes o después vais a tener que hacer que lo arreglen bien. Es el tipo de arreglo que eventualmente se puede salir.

      —¿Cuánto se tarda en hacer ese empalme?

      —Primero tenemos que encontrar el lugar en el que se derritió.

      —Anoche el motor arrancó —dijo Shorty—. Lo hicimos funcionar dos minutos y lo volvimos a apagar. Se enfrió cada vez más, durante toda la noche. ¿Cómo es que algo se puede haber derretido?

      Peter no dijo nada.

      —Solo pregunta —dijo Patty—. Por si encontrar lo que se derritió es como buscar una aguja en un pajar. No querríamos quitarte más tiempo del que ya te quitamos. Es muy amable por tu parte el ayudarnos.

      —Está bien —dijo Peter—. Es una pregunta razonable. Cuando detienes el motor también detienes el ventilador del radiador y la bomba de agua. Por lo que no hay refrigeración forzada y no hay circulación. El agua más caliente sube sola hasta arriba, hasta la tapa de los cilindros. Las temperaturas de superficie de hecho se pueden poner peores en la primera hora. Quizás había un cable que tocaba el metal.

      Se inclinó debajo del capot y analizó un momento. Recorrió algunos circuitos con sus dedos, chequeando los cables, tirando de algunas cosas, golpeteando algunas cosas. Miró la batería. Usó una llave inglesa para comprobar que los terminales estuvieran bien ajustados.

      Se irguió y dijo:

      —Pruébalo una vez más.

      Shorty apoyó su trasero en el asiento y dejó los pies en el suelo. Giró el torso hasta quedar mirando hacia el frente y puso la mano en la llave. Levantó la vista. Peter asintió. Shorty giró la llave.

      No pasó nada. Nada de nada. Ni siquiera hizo clic ni zumbó ni tosió. Girar la llave era lo mismo que no girarla. Completamente muerto. Muerto como la cosa más muerta que jamás haya muerto.

      Elizabeth Castle dejó de mirar la pantalla y enfocó en la nada, como recorriendo una cantidad de posibles escenarios, y los consecuentes pasos a seguir en cada una de las diferentes circunstancias, empezando, supuso Reacher, con que él era un idiota y se había equivocado de ciudad, en cuyo caso el paso a seguir sería deshacerse de él, amablemente, sin duda, pero también sin duda de manera expeditiva.

      —Probablemente eran inquilinos —dijo ella—. Como lo eran la mayoría de las personas. Los dueños pagaban los impuestos. Los vamos a tener que buscar en otro lugar. ¿Eran del campo?

      —No lo creo —dijo Reacher—. No recuerdo ninguna historia sobre tener que salir al alba helada para darles de comer a las gallinas antes de caminar treinta kilómetros a través de la nieve para ir a la escuela, cuesta arriba ida y vuelta. Ese es el tipo de cosa que le cuentan a uno los del campo, ¿no?

      —Entonces no estoy segura de por dónde debería empezar.

      —El principio por lo general es un buen lugar. Las actas de nacimiento.

      —Eso es en las oficinas del condado, no aquí en las de la municipalidad. Es en otro edificio, bastante lejos de aquí. Quizás en vez de eso debería empezar por los censos. Su padre debería aparecer en dos, cuando tenía alrededor de dos años y alrededor de doce.

      —¿Dónde


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