Tiempo pasado. Lee Child

Читать онлайн книгу.

Tiempo pasado - Lee Child


Скачать книгу
separadamente como Stan Reacher. No en Laconia, New Hampshire, el año en que se suponía tenía dos.

      Reacher encontró el lugar en el ángulo superior izquierdo de la pantalla, con los tres botoncitos, rojo, naranja, verde, como un semáforo en miniatura recostado. Hizo doble clic en el rojo y el documento desapareció. Abrió el icono de la derecha, y encontró el decimosexto censo, otro secretario, otro director, pero las mismas mejoras sustanciales desde la última vez. Después venían las listas, esta vez de hacía ochenta años en vez de noventa, la diferencia ligeramente perceptible, con más trabajos en las fábricas, y menos en los campos.

      Pero tampoco había ningún Reacher.

      No en Laconia, New Hampshire, el año en el que Stan Reacher se suponía tenía doce.

      Hizo doble clic en el botón rojo y el documento desapareció.

      Cinco

      Shorty probó con la llave una vez más, pero otra vez no pasó nada. No se oyó más que un clic suave y mecánico, que era solo la llave física misma, girando dentro del tambor en la columna de dirección. Un pequeño y suave clic que nadie oía nunca, porque normalmente lo ahogaban al instante las explosiones de un coche al encenderse. Lo mismo con el clic de un gatillo, previo a un disparo.

      Pero no esa mañana. El Honda parecía muerto. Como un perro viejo y enfermo que muere de noche. Una condición totalmente distinta. Ningún tipo de respuesta. Algún tipo de carga que ya no estaba.

      Patty dijo:

      —Creo que va a ser mejor que llamemos al mecánico.

      Peter miró por encima del hombro. Ella se giró, y vio a los otros tres tipos caminando hacia ellos. Desde la casa, o el granero. El hombre principal iba al frente, como siempre. Mark, el que les había hecho el registro la noche anterior. El que los había invitado a cenar. El tipo de la sonrisa. Detrás de él estaba Steven, y después Robert. Llegaron y Mark dijo:

      —¿Cómo estamos esta mañana?

      —No demasiado bien —dijo Peter.

      —¿Qué problema tiene?

      —No te sabría decir. Está completamente muerto. Supongo que se quemó algo.

      —Deberíamos llamar a un mecánico —dijo Patty—. No queremos robaros más tiempo.

      —Anoche arrancó —dijo Shorty—. Al primer intento.

      Mark sonrió y dijo:

      —Sí, arrancó.

      —Ahora está muerto. Nada más digo. Conozco este coche. Lo tengo desde hace mucho tiempo. Tiene días buenos y malos, pero nunca muere.

      Mark se quedó en silencio durante un rato largo.

      Después volvió a sonreír y dijo:

      —No sé bien lo que estás queriendo decir.

      —Quizás meter mano ahí lo empeoró.

      —¿Crees que Peter lo rompió?

      —Algo lo rompió, entre anoche y ahora. Eso es lo único que estoy diciendo. Quizás fue Peter, y quizás no. Ya ni siquiera importa. Porque la cosa es que vosotros metiendo mano ahí es casi lo mismo que vosotros asumiendo la responsabilidad por eso. Porque sois un motel. Estoy seguro de que hay leyes para los guardianes de hoteles. Mantener a salvo la propiedad de los huéspedes, todo ese tipo de cosas.

      Otra vez Mark se quedó en silencio.

      —No lo dice en serio —dijo Patty—. Está enfadado, nada más.

      Mark simplemente negó con la cabeza, casi sin moverse, como si estuviese sacándose de encima la cosa más pequeña de todas. Miró a Shorty y dijo:

      —Es difícil lidiar con el estrés, estoy de acuerdo. Creo que todos lo sabemos. Pero de la misma manera todos sabemos que lo inteligente aquí es establecer una cantidad mínima de cortesía, en todos nuestros intercambios mutuos. ¿No lo crees? Un poco de respeto. Quizás un poco de humildad, también. Quizás asumir un poco de responsabilidad. Tu coche no ha estado bien cuidado, ¿o sí?

      Shorty no respondió.

      —El reloj sigue corriendo —dijo Mark—. Se acerca el mediodía. Que es cuando anoche se vuelve esta noche, en el negocio hotelero, hora en la cual nos van a deber otros cincuenta dólares, que en la cara de Patty puedo ver que no quieren pagar, o no pueden pagar, por lo que una respuesta rápida te ayudará a ti mucho más de lo que me va a ayudar a mí. Pero rápido o lento, vosotros elegís.

      Patty dijo:

      —Vale, nuestro coche no está bien mantenido.

      —Eh —dijo Shorty.

      —Bueno no lo está —dijo ella—. Apuesto a que esta es la primera vez que se levanta el capó desde que lo compraste.

      —No lo compré. Me lo dieron.

      —¿Quién?

      —Mi tío.

      —Entonces apuesto a que esta es la primera vez que se levanta el capó desde que salió de fábrica.

      Shorty no dijo nada.

      Mark lo miró y dijo:

      —Patty ve las cosas desde la perspectiva de un tercero. Lo que implica cierta medida de objetividad. Por lo que estoy seguro de que tiene toda la razón. Estoy seguro de que es así de simple. Tú eres un hombre ocupado. ¿Quién tiene tiempo? Algunas cosas se descuidan.

      —Supongo —dijo Shorty.

      —Pero lo tienes que decir en voz alta. Necesitamos escucharlo de tu propia boca, con tus propias palabras.

      —¿Qué?

      —Así todos podemos empezar con el pie derecho.

      —¿El pie derecho de qué?

      —Necesitamos establecer una relación amistosa, señor Fleck.

      —¿Por qué?

      —Bueno, por ejemplo, anoche os dimos la cena. Y, también por ejemplo, más o menos dentro de una hora nos vais a pedir que os demos el desayuno. Porque ¿qué otra opción tenéis? Lo único que os pedimos a cambio es que deis además de recibir.

      —¿Dar qué?

      —Un recuento honesto de tu propia parte del aprieto en el que estás.

      —¿Para qué?

      —Sería como poner unas fichas sobre la mesa, imagino. Al empezar una partida. Sería como una apuesta emocional en nuestra relación amigable. Nosotros nos abrimos a vosotros, cuando estabais en nuestra mesa, y ahora os pedimos que nos devolváis el favor.

      —No queremos desayuno.

      —¿Ni siquiera café?

      —Podemos tomar agua del grifo del baño. Si eso os parece bien.

      —Nos vais a pedir que os demos el almuerzo. El orgullo puede hacer que te saltees una comida, pero no dos.

      —Solo llevadnos hasta la ciudad. Mandaremos una grúa a buscar el coche.

      —Llevaros hasta la ciudad no es una opción disponible.

      —Entonces llamad a un mecánico.

      —Lo haremos —dijo Mark—. Inmediatamente después de que hayas hablado.

      —¿Quieres una confesión pública?

      —¿Tienes algo que confesar?

      —Supongo que podría haber hecho mejor las cosas —dijo Shorty—. Alguien me dijo que los motores japoneses lo aguantaban. Como que te podías saltar un año. Después supongo que algunos años no me podía acordar si ese año me tocaba o no. Así que en total supongo que algunos años se pasaron, que no deberían.

      —¿Solo


Скачать книгу