Colección de Alejandro Dumas. Alejandro Dumas

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Colección de Alejandro Dumas - Alejandro Dumas


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ni una sola vez.

      Pensó entonces que lord de Winter iba a venir a dar, con su presencia, nueva fuerza a su carcelero: su primera prueba estaba perdida, adoptó su partido como mujer que cuenta con sus recursos; en consecuencia, alzó la cabeza, abrió los ojos y suspiró débilmente.

      A este suspiro Felton se volvió por fin.

      -¡Ah! Ya habéis despertado señora - dijo ; nada tengo que hacer ya aquí. Si necesitáis algo, llamad.

      -¡Oh, Dios mío, Dios mío! ¡Cuánto he sufrido! - murmuró con aquella voz armoniosa que, semejante a la de las encantadoras antiguas, encantaba a todos a quienes quería perder.

      Y al enderezarse en su sillón adoptó una posición más graciosa y más abandonada aún que la que tenía cuando estaba tumbada.

      Felton se levantó.

      -Seréis servida de este modo tres veces al día, señora - dijo : por la mañana, a las nueve; durante el día, a la una, y por la noche, a las ocho. Si no os va bien, podéis indicar vuestras horas en lugar de las que os propongo, y en este punto obraremos conforme a vuestros deseos.

      -Pero ¿voy a quedarme siempre sola en esta habitación grande y triste? - preguntó Milady.

      -Se ha avisado a una mujer de los alrededores, mañana estará en el castillo, y vendrá siempre que deseéis su presencia.

      -Os lo agradezco, señor - respondió humildemente la prisionera.

      Felton hizo un leve saludo y se dirigió hacia la puerta. En el momento en que iba a franquear el umbral lord de Winter apareció en el corredor, seguido del soldado que había ido a llavarle la nueva del desvanecimiento de Milady. Traía en la mano un frasco de sales.

      -¿Y bien? ¿Qué es? ¿Qué es lo que pasa aquî? - dijo con una voz burlona viendo a su prisionera de pie y a Felton dispuesto a salir-. ¿Esta muerta ha resucitado ya? Demonios, Felton, hijo mío, ¿no has visto que te tomaba por un novicio y que representaba para ti el primer acto de una comedia cuyos desarrollos tendremos sin duda el placer de seguir?

      -Lo he pensado, milord - dijo Felton ; pero como la prisionera es mujer después de todo, he querido tener los miramientos que todo hombre bien nacido debe a una mujer, si no por ella, al menos por uno mismo.

      Milady sintió un estremecimiento por todo su cuerpo. Estas palabras de Felton pasaban como hielo por todas sus venas.

      -O sea - prosiguió de Winter riendo-, esos hermosos cabellos sabiamente esparcidos, esa piel blanca y esa lánguida mirada, ¿no te han seducido aún, corazón de piedra?

      -No, milord - respondió el impasible joven-, y creedme, se necesita algo más que tejemanejes y coqueterías de mujer para corromperme.

      -En tal caso, mi bravo teniente, dejemos a Milady buscar otra cosa y vayamos a cenar. ¡Ah!, tranquilízate, tiene la imaginación fecunda, y el segundo acto de la comedia no tardará en seguir al primero.

      Y a estas palabras lord de Winter pasó su brazo bajo el de Felton y se lo llevó riendo.

      -¡Oh! Ya encontraré lo que necesitas - murmuró Milady entre dientes ; estáte tranquilo pobre monje frustrado, pobre soldado convertido, que te has cortado el uniforme de un hábito.

      -A propósito - prosiguió de Winter deteniéndose en el umbral de la puerta-, no es preciso, Milady, que este fracaso os quite el apetito. Catad ese pollo y ese pescado que no he hecho envenenar, palabra de honor. Me llevo bastante bien con mi cocinero, y como no tiene que heredar de mí, tengo en él plena y total confianza. Haced como yo. ¡Adiós, querida hermana! Hasta vuestro próximo desvanecimiento.

      Era cuanto Milady podía soportar: sus manos se crisparon sobre su sillón, sus dientes rechinaron sordamente, sus ojos siguieron el movimiento de la puerta que se cerró tras lord de Winter y Felton; y cuando se vio sola, una nueva crisis de desesperación se apoderó de ella; lanzó los ojos sobre la mesa, vio brillar un cuchillo, se abalanzó y lo cogió; pero su desengaño fue cruel: la hoja era redonda y de plata flexible.

      Una carcajada resonó tras la puerta mal cerrada, y la puerta volvió a abrirse.

      -¡Ja, ja! - exclamó lord de Winter-. ¡Ja, ja, ja! ¿Ves, mi valiente Felton, ves lo que te había dicho? Ese cuchillo era para ti; hijo mío, te habría matado. ¿Ves? Es uno de sus defectos, desembarazarse así, de una forma o de otra, de las personas que la molestan. Si te hubiera escuchado, el cuchillo habría sido puntiagudo y de acero: entonces se acabó Felton, te habría degollado y después de ti a todo el mundo. Mira, además, John, qué bien sabe empuñar su cuchillo.

      En efecto, Milady empuñaba aún el arma ofensiva en su mano crispada, pero estas últimas palabras, este supremo insulto, destensaron sus manos, sus fuerzas y hasta su voluntad.

      El cuchillo cayó a tierra.

      -Tenéis razón, milord - dijo Felton con un acento de profundo disgusto que resonó hasta en el fondo del corazón de Milady-, tenéis razón y soy yo el que estaba equivocado.

      Y los os salieron de nuevo.

      Pero esta vez Milady prestó oído más atento que la primera vez, y oyó alejarse sus pasos y apagarse en el fondo del corredor.

      -Estoy perdida - murmuró-, heme aquí en poder de gentes sobre las que no tendré más ascendiente que sobre estatuas de bronce o granito; me conocen de memoria y están acorazados contra todas mis armas. Es, sin embargo, imposible que esto termine como ellos han decidido.

      En efecto, como indicaba esta última reflexión, ese retorno instintivo a la esperanza, en aquella alma profunda el temor y los sentimientos débiles no flotaban demasiado tiempo. Milady se sentó a la mesa, comió de varios platos, bebió un poco de vino español, y sintió que le volvía toda su resolución.

      Antes de acostarse ya había comentado, analizado, mirado por todas su facetas, examinado desde todos los puntos de vista las palabras, los pasos, los gestos, los signos y hasta el silencio de sus carceleros, y de este estudio profundo, hábil y sabio, había resultado que Felton era, en conjunto, el más vulnerable de sus dos perseguidores.

      Una frase sobre todo volvía a la mente prisionera:

      -Si te hubiera escuchado - había dicho lord de Winter a Felton.

      Por tanto, Felton había hablado en su favor, puesto que lord de Winter no había querido escuchar a Felton.

      -Débil o fuerte - repetía Milady-, ese hombre tiene un destello de piedad en su alma; de ese destelló haré yo un incendio que lo devovará. En cuanto al otro, me conoce, me teme y sabe lo que tiene que esperar de mí si alguna vez me escapo de sus manos; es, pues, inútil intentar nada sobre él. Pero Felton es otra cosa: es un joven ingenuo, puro y que parece virtuoso; a éste hay un medio de perderlo.

      Y Milady se acostó y se durmió con la sonrisa en los labios; quien la hubiera visto durmiendo la habría supuesto una muchacha soñando con la corona de flores que debía poner sobre su frente en la próxima fiesta.

      Capítulo 53 Segunda jornada de cautividad

      Índice

      Milady soñaba que por fin tenía a D’Artagnan, que asistía a su suplicio, y era la vista de su sangre odiosa corriendo bajo el hacha del verdugo lo que dibujaba aquella encantadora sonrisa sobre sus labios.

      Dormía como duerme un prisionero acunado por su primera esperanza.

      Al día siguiente, cuando entraron en su cuarto, estaba todavía en su cama. Felton estaba en el corredor: traía la mujer de que había hablado la víspera y que acababa de llegar; esta mujer entró y se aproximó a la cama de Milady ofreciéndole sus servicios.

      Milady era habitualmente pálida; su tez podia, pues, equivocar a una persona que la viera por primera vez.

      -Tengo fiebre - dijo ella ; no he dormido un solo instante durante toda esta larga


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