El ayuno como estilo de vida. Dr. Jason Fung
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CAPÍTUO 3
Las hormonas y el
Hambre Acosadora
EVE MAYER
Antes creía que el hambre era una acosadora. Era más grande, fuerte y mala que yo, y estaba presente en mi casa, en el trabajo, en casa de mis padres, en la calle... En todas partes. Pero a diferencia de lo que uno puede hacer ante los niños acosadores, no podía alejarme de ella corriendo o decirle lo que ocurría a mi maestra. Creía que solo había una forma de hacer que el Hambre Acosadora desapareciera: ¡alimentarla!
El Hambre Acosadora insistía en que consumiera cantidades ingentes de alimentos no saludables para satisfacerla, y comí tanto a lo largo de los años que la cantidad requerida para sentirme llena fue aumentando. Incluso me redujeron el estómago quirúrgicamente (¡tres veces!), lo cual no bastó para aliviar mis ansias. El Hambre Acosadora siempre parecía presentarse en momentos inoportunos, cuando toda mi atención debía estar centrada en lo que estaba sucediendo en mi vida y no en lo que quería meterme en la boca. Mi estómago gruñó ruidosamente en la graduación de mi primo, en el jardín de infancia al que llevaba a mi hija y en una reunión introductoria con un cliente que podría haberme ayudado a hacerme rica.
El Hambre Acosadora me golpeaba el cerebro cientos de veces al día, por lo que comía en exceso, generalmente entre seis y diez veces, tratando de acallarlo. A veces quería azúcar, así que comía el suficiente como para tener un subidón y hacer que el Hambre Acosadora se calmara. Ese subidón fue durando cada vez menos en el transcurso de los años, y mi reacción fue consumir cada vez más dulces. El subidón que obtenía con el azúcar no tardó en verse reemplazado por el dolor de ingerir demasiada comida y un sueño profundo, parecido al coma, que me separaba temporalmente de mis sentimientos en una dulce liberación.
No siempre había pensado que el hambre era una acosadora. Cuando era joven, la veía como una parte natural de la vida. Pero cuando engordé más y mi hambre aumentó en la adultez, me limité a aceptar que se me daba peor que a otras personas lidiar con el hambre. Creí que no tenía fuerza de voluntad y que mi cuerpo y mi mente tenían algún tipo de tara. Esto me parecía extraño, ya que podía superar a la mayoría de la gente en todas las demás situaciones de mi vida. ¿Por qué me sentía tan impotente frente al peso y la salud? No podía entenderlo.
Fue mi hija, Luna, quien finalmente me brindó la respuesta. Cuando Luna estaba en la escuela primaria, era el blanco de acosadores. Un niño en particular se convirtió en un problema persistente, y la intimidación se volvió tan grave que los directivos de la escuela tuvieron que intervenir. Nada cambió, y el comportamiento del acosador siguió empeorando. La escuela adoptó un nuevo enfoque, y decidimos hacer lo mismo en casa. Comencé a trabajar con Luna para ver qué comportamientos podía cambiar para reducir las posibilidades de que fuese objeto de acoso en el futuro.
Cuando hablé con Luna y pensé en profundidad sobre el tipo de niña que era, me di cuenta de que una de sus características más notables era su deseo de encajar, y su voluntad de hacer cualquier cosa para lograrlo. Esa necesidad de ser aceptada la había llevado a tomarse en serio las burlas del acosador. Se obsesionó con sus comentarios, decidió que todo lo que él decía sobre ella debía de ser cierto y, en lugar de defenderse, perdió el poder frente a él. Razonó que si pudiera darle al acosador lo que él quería, el sufrimiento terminaría. Pero esto no sería así, por supuesto. El objetivo de un acosador es causar angustia para adquirir más poder.
Mientras Luna y yo hablábamos acerca de sus motivaciones y reacciones ante el acosador, me di cuenta de que yo también necesitaba aprender esa lección. El hambre era mi acosador, y solo mis acciones y reacciones podían darle poder. Mi creencia de que mi hambre solo se detendría si le daba la comida que quería era ridícula; si lo ignorara, desaparecería, como la mayoría de los acosadores.
Déjame decirte que el hambre es temporal. No siempre se esfumará si le das suficiente comida. Una vez que hube cambiado mi forma de comer y pasé a «ver» al Hambre Acosadora cuatro o cinco veces al día solamente, comencé a percibirla, sin más, en lugar de temerla. No hay por qué ceder ante ella; basta con reconocer el hambre constante que proviene de los hábitos no saludables asentados y comprender que, con el ayuno, estamos trabajando para cambiarlos.
En la actualidad, cuando ayuno, visualizo que mi cuerpo elige quemar la grasa almacenada para producir energía. Incluso pongo una tirita en una parte grasa de mi cuerpo (un muslo, por ejemplo) y me recuerdo que, cuando ayuno, no me estoy privando de algo que necesito. Aunque tenga apetito, no estoy pasando hambre. ¡Solo me estoy dando un atracón con la grasa almacenada en mi muslo derecho, que he reservado para ese día! Puedes hacer lo mismo. Si tienes un exceso de grasa en el cuerpo, ¡ya tienes la energía que necesitas para hacer tu vida un día, tres días, una semana o más tiempo! No necesitas comer; es el Hambre Acosadora la que intenta engañarte para que pienses que sí necesitas llevarte algo a la boca.
Siete cosas que he aprendido
sobre el Hambre Acosadora
1 EL HAMBRE ES UN HÁBITO. El hambre suele aparecer, más o menos, a las horas en que solemos comer. Cuando reducimos la frecuencia de las ingestas, el hambre no tarda en desaparecer.
2 EL HAMBRE ES FLEXIBLE. Cuando empezamos a tomar mejores decisiones sobre aquello que nos metemos en la boca, el hambre disminuye con el tiempo.
3 EL HAMBRE DESAPARECERÁ. Si no comes cuando aparece el hambre, esta acabará por irse.
4 EL HAMBRE NO ES INANICIÓN. Puedes recurrir, y recurrirás, a los abundantes suministros de grasa extra que hay en tu cuerpo para sustentarte mientras ayunas.
5 EL HAMBRE TIENE DIFERENTES CAUSAS. Puede ser un mensaje del cerebro, del resto del cuerpo o de ambos.
6 EL HAMBRE NO SIEMPRE NECESITA SER ALIMENTADA. No hay por qué darle comida al Hambre Acosadora. Si la experimentamos, podemos darle agua u otros líquidos, o ignorarla por completo.
7 EL HAMBRE NO TIENE POR QUÉ SER UNA PALABRA QUE SE ESCRIBA CON MAYÚSCULA. Con unas prácticas mentales fuertes y unos nuevos hábitos, podemos transformar el Hambre Acosadora en hambre, sin más.
JASON FUNG
Probablemente, lo que más preocupa a la mayoría de las personas antes de emprender un régimen de ayuno intermitente es si tendrán hambre. La respuesta es que sí, pero esa hambre no será algo tan tremendo como la mayoría de esas personas creen. El hambre no es un problema si la gestionamos y tratamos de manera diferente a como hemos hecho en el pasado, y si pensamos en ella en otros términos. Tampoco hay que temerla. Entenderla puede ser determinante para superarla.
Hormonas y hambre
¿Por qué comemos? Porque tenemos hambre. ¿Qué es lo que hace que dejemos de sentir hambre? Ciertas hormonas que nos hacen sentir llenos. Se conocen como hormonas de la saciedad, y son muy potentes. El estómago también contiene los denominados receptores de estiramiento. Si el estómago se estira más allá de su capacidad, indicará saciedad y le transmitirá al cerebro que nos haga dejar de comer.
La gente suele imaginar que comemos por el solo hecho de que tenemos comida delante, como si fuésemos máquinas que tragan sin pensar. Esto está lejos de ser verdad. Imagina que acabas de tomar un bistec enorme, de más de medio kilo. Estaba tan delicioso que, aunque pensaste que no podrías terminarlo, lo hiciste. Ahora estás completamente lleno, y la sola idea de comer más te produce náuseas. Si alguien trajera otro bistec y te lo ofreciera gratis, ¿podrías comerlo? Difícilmente.
Nuestro cuerpo libera las hormonas de la saciedad para decirnos cuándo dejar de ingerir alimentos. Y una vez que entran en acción, es extremadamente difícil comer más. Es por eso por lo que hay restaurantes que ofrecen una comida gratis si el cliente puede comer un filete de más de mil cien gramos de una sentada. Créeme si te digo que no están regalando muchas comidas.
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