Psychomachia I. Germán Osvaldo Prósperi

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Psychomachia I - Germán Osvaldo Prósperi


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general de la alienación: “El ser-actuado-por y el radical extrañamiento […] de aquello por lo cual se es actuado constituyen los dos momentos fundamentales de la vivencia de alienación [vissuto di alienazione]” (1977: 16). Pero si bien el concepto de alienación, tal como nosotros lo empleamos, posee un claro sentido histórico y metafísico, es decir extra-subjetivo, está más cerca de la alienación mental de la psicología que de la negatividad hegeliana o marxiana. En verdad, se trata de pensar la alienación histórica como si fuese una alienación esquizofrénica. Esta formulación, sin embargo, es imprecisa: no se trata de pensarla “como si” fuese esquizofrénica. No es una comparación o una analogía, tampoco una metáfora. Se trata de una constatación metafísica u ontológica (Warburg lo ha sabido, pero también Nietzsche o Artaud): la alienación histórica es una alienación esquizofrénica. Como hemos indicado, no se trata aquí de dialéctica (en su sentido tradicional, por supuesto). No es que una substancia, poco importa si espiritual o material, se extrañe, luego se recobre y finalmente vuelva a sí, idea que en cierta forma está presente aún –vía Croce– en De Martino. La dialéctica hégelo-marxiana, o más bien el uso hégelo-marxiano de la dialéctica, es profundamente cristiano. En efecto, Cristo aúna en sí el espíritu y la naturaleza, lo visible y lo invisible, haciéndolos trabajar al servicio de la presencia. La alienación esquizofrénica que nosotros proponemos, en cambio, abre otro tipo de juego, otra tensión, no ya entre los dos polos de la presencia, sino entre un movimiento de presentificación (Cristo como coniunctio) y uno de despresentificación (el Anticristo como disiunctio). Este juego, por definición, es ajeno a toda Aufhebung, así como a toda negatividad o positividad, actualidad o potencialidad. Se trata, pues, de una trans-alienación.20

      Al igual que De Martino, Reiner Schürmann ha mostrado, en la línea de Heidegger, que “la presentificación es siempre histórica” (1987: 42).21 Y así como hubo un pasado remoto, una ancestralidad (cfr. Meillassoux 2006: 25-26) sin mundo ni presencia, nada impide que haya también un futuro equivalente: el fin del mundo.22 Ante este riesgo, claro está, la cristología ha reaccionado con el dispositivo de la parousia. El fin del mundo se identifica, no ya con el derrumbe definitivo de la presencia, sino con su restauración absoluta. Luego del Jucio Final, Dios y el hombre se reconciliarán sin resto. La cicatrización será perfecta y definitiva. Cristo derrotará al Anticristo y manifiestará su gloria, su presencia y esplendor, su parousia, haciéndola coincidir con la totalidad del Ser. (Veremos hacia el final de nuestro recorrido, sin embargo, que otra lectura del fin de la historia es posible).

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      Se sabe que el año 1944 constituye un punto de inflexión en la vida de Carl Jung. Luego de sufrir una abrupta caída en la nieve y fracturarse un tobillo, padece una embolia pulmonar y un ataque cardíaco. Durante semanas, el psiquiatra se debate entre la vida y la muerte, presa de visiones y experiencias extáticas. Este período de convalencencia e introspección se prolonga hasta 1946, año en que sufre un segundo ataque al corazón. Del conjunto de estas experiencias y visiones se deriva uno de los libros más enigmáticos del sabio suizo: Aion. Beiträge zur Symbolik des Selbst.

      En esta obra, publicada originalmente en 1951, Jung se dedica a estudiar, como lo indica su subtítulo, la representación simbólica de la totalidad psíquica mediante el concepto del sí-mismo (Selbst). El punto fundamental para nostros es que el Selbst se identifica para Jung con la figura de Cristo. “Cristo ejemplifica el arquetipo del sí-mismo [Archetypus des Selbst]. Representa una totalidad de índole divina o celeste, un ser humano transfigurado, un hijo de Dios sine macula peccati” (1976: 47). Sin embargo, afirma Jung, el símbolo de Cristo es incompleto puesto que no incluye “el lado nocturno de las cosas [die Nachtseite der Dinge], sino que lo excluye precisamente como contraparte luciferina” (1976: 51). Ahora bien, ¿cúal es este lado nocturno de Cristo, esta contraparte luciferina? Jung responde rápidamente: el Anticristo. “Si en la figura tradicional de Cristo reconocemos un paralelo con el fenómeno psíquico del sí-mismo, el Anticristo corresponde a la sombra del sí-mismo [Schatten des Selbst], o sea a la mitad oscura de la totalidad humana [der dunkeln Hälfte der menschilchen Totalität]” (1976: 52). La figura del Anticristo representa el otro lado de Cristo, el costado oscuro que la luz divina no puede conjurar, la contraparte irracional sin la cual el sí-mismo resulta incompleto. Jung se refiere al Anticristo como un “imitador perverso de la vida de Cristo [ein perverser Nachahmer des Christuslebens]” (1976: 52), como un “antimimon pneuma, un espíritu maligno de contrahechura, que, en cierto modo, sigue los pasos de Cristo como una sombra respecto al cuerpo [wie ein Schatten dem Körper]” (1976: 52).

      La sombra es uno de los arquetipos fundamentales de la psicología junguiana. En líneas generales, designa el aspecto malvado e irracional de la psiquis, el “otro lado” o el “hermano oscuro” (las expresiones son de Jung), la parte inconsciente o, con mayor precisión, la parte del inconsciente que acecha en las tinieblas y espera el momento propicio para apoderarse de la personalidad consciente.23 Cristo y Anticristo, como veremos en el capítulo IV, son hermanos psíquicos.

      Cristo es sin mácula, pero ya al comienzo de su vida pública ocurre el encuentro con Satán, su contraparte, el cual representa como el contrafuerte de un muro para esa extrema tensión que significó en el alma del mundo la aparición de Cristo, y se adhiere inseparablemente, como la sombra pertenece a la luz, al Sol Iustitiae, en la forma del mysterium iniquitatis; justamente, como decían los ebionitas y los cuquitas, como un hermano al otro [als ein Bruder dem anderen]. (Jung 1976: 54).

      Resulta evidente, entonces, por qué estas sugencias de Jung, muchas veces crípticas, se revelan fundamentales para nuestro estudio de psychomachia. Cristo, el sí-mismo presentificador, y el Anticristo, la sombra despresentificadora, designan en Jung dos fuerzas o principios (arquetipos) psíquicos. Este punto resulta decisivo pues explica a la perfección el enfoque psíquico o psico-histórico adoptado en este libro. Cristo y Anticristo son figuras o principios constitutivos de la psychē occidental; entre ellos se desarrolla el Seelendrama propio del eón cristiano.

      Psicológicamente, la figura dogmática de Cristo tiene tanta excelencia y pureza que oscurece todo lo demás. Es de hecho tan unilaterlamente perfecta, que requiere formalmente un complemento psíquico para restablecer el equilibro. […] La venida del Anticristo no es simplemente predicción profética, sino inexorable ley psicológica [ein unerbittliches psychologisches Gesetz]. (1976: 53).

      En función de los objetivos que perseguimos en esta investigación, no nos interesa profundizar en la compleja –y muchas veces laberíntica– teoría de los arquetipos propuesta por Jung, así como tampoco en la noción de un inconsciente colectivo ni en la doctrina de los complejos psíquicos, sino simplemente retener dos puntos:

      1) Las figuras de Cristo y del Anticristo son principios psíquicos.

      2) El Anticristo es la sombra de Cristo.

      Según Jung, la cura de la esquizofrenia occidental sólo sería posible asumiendo la sombra, integrándola a la totalidad del sí-mismo. Es más, sólo a partir de esta integración le sería posible al sí-mismo conquistar su plenitud y su totalidad. Se trata, como siempre en Jung pero también en gran parte de los autores de los siglos XIX-XX influenciados por la noción de symbolon, de una conjunción de opuestos, un mysterium coniunctionis, según la fórmula que Jung toma de la alquimia. No obstante, veremos que este mysterium coniunctionis sólo resulta inteligible si se lo piensa en relación al mysterium iniquitatis que encarna el Anticristo y que es, fundalemtalmente, un mysterium disiunctionis.

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      Los textos que conforman este libro abordan, desde perspectivas diversas, esta escisión interna a la historia de la cristología –y, al extremo, a la historia de la metafísica de Occidente. Por un lado, la figura de Cristo y su aparato de sutura y cicatrización con el cual se asegura la presencia; por otro lado, la figura del Anticristo y su operación de dehiscencia y disyunción con la cual se desactiva la presencia. El derrumbe y el rescate, el otro y el mismo, los sueños y la vigilia, lo real y lo “desreal” (Barthes 1977: 103-108)24: las páginas que siguen relatan la crónica de esta oscilación


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