100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.señora Bhaer! ¿Por qué no nos avisó antes? ¿Cómo vamos a recibir a una lady con estos vestidos de diario?
―No conocéis a esa señora. Lady Arbercombrie y su esposo dedican su vida al bien de sus semejantes. El señor está estudiando en nuestro país los sistemas penitenciarios, y ella los métodos de enseñanza. Son sencillos en todo, afables en el trato y humildes. Ellos están más a gusto en reuniones así que en las de alta sociedad, donde el esplendor y el lujo a duras penas tapan la hipocresía.
Pese a las palabras de Jo, confirmadas por Amy y Meg, aquellas chicas estaban intranquilas. No ocurre cada día la circunstancia de recibir una representante de la aristocracia británica, y ellas hubieran deseado estar vestidas con sus mejores galas.
Cuando lady Ambercrombie entró quedaron decepcionadas. Incluso hubo alguna, más atrevidilla, que contuvo a duras penas una sonrisa de burla. Todo porque aquella señora tenía un físico poco agraciado y una forma de vestir no demasiado elegante.
Jo se dio cuenta de esta errónea impresión. Ayudada por sus hermanas fue interrogando a la noble señora, la cual habló sencillamente de las escuelas nocturnas sostenidas por su esposo, de la pensión que su esposo obtuvo del gobierno para las viudas desamparadas, de cómo unos amigos, nobles también, se dedicaban a regenerar mujeres descarriadas, otros fundaban bibliotecas para gente modesta, construían nuevas casas para los trabajadores, luchaban para suavizar las condiciones de las cárceles inglesas, y mil otras acciones que grandes intelectuales, destacados miembros de la nobleza, industriales y terratenientes, realizaban sin otro fin que el de ayudar a sus semejantes y hacer más dichosa su vida.
Esto impresionó más a las muchachas que cuanto pudieran decirles en su casa en cien sermones. Aquello probaba que gentes que valían mucho consideraban a los necesitados como hermanos.
Cuando lady Ambercrombie se despidió lo hizo amablemente, saludando una por una a todas las muchachas e interesándose por sus trabajos, a los que acertó a elogiar según lo merecían.
Nuevamente solas, quedó en ellas la impresión de que acababan de recibir una lección bellísima: la del amor a los semejantes.
CAPÍTULO XVIII
DÍA DE APOTEOSIS
El buen tiempo se sumó a la festividad del día. En el ambiente todo era luz, color y alegría.
Flores y gallardetes adornaban el colegio Laurence. Los alumnos, ataviados con sus mejores galas, esperaban con ilusión el acto de la entrega de premios y cuanto rodeaba la ceremonia.
Representantes de otros centros escolares, personalidades distinguidas y familiares de los alumnos acudían a distintos lugares, convirtiendo el colegio en el corazón de la zona, que irradiaba vida e ilusión.
Jo, alma de todas las celebraciones, iba atareada como siempre corrigiendo fallos y mejorando todo lo que podía.
Por esta causa descuidó un poco la vigilancia de Teddy. «El león» aprovechó este momento para arreglarse lo más elegante que pudo.
Cuando al fin su madre le vio se mostró inflexible.
―Por favor, Teddy. ¿De dónde has sacado este sombrero de copa? Anda, anda, ve a casa y cámbialo por otro más adecuado. Por lo visto deseas que las burlas de nuestros paisanos nos obliguen a marchar corriendo de aquí.
Eso de las burlas era un motivo suficiente para convencer a Teddy. Marchó a casa y cambió el sombrero por otro de paja. Se consoló colocándose un cuello duro, tan alto y rígido, que se vio obligado a andar como si tuviera tortícolis o mirase a los demás con aire de superioridad.
Se atrevió a más. Incluso se colocó un bigotillo postizo de los usados en representaciones teatrales. Cuando se cruzaba con su madre se llevaba mano a la cara disimuladamente para ocultarlo. Sin embargo, al final fue descubierto y, muy a pesar suyo, tuvo que dejarlo.
Se inició la fiesta. Hubo las consabidas poesías, en las que más brillaban los buenos deseos que la auténtica calidad poética. Todo el mundo se sentía feliz y contento.
Alicia Heath consiguió un clamoroso éxito con su breve y sentido parlamento, cordial y humano. Por la sinceridad de su contenido y por la forma como supo decirlo llegó al corazón de todos los oyentes. Los aplausos fueron unánimes.
También habló el profesor Bhaer. Cada año lo hacía y representaba un placer para él dirigirse a aquellos amados discípulos para darles un paternal consejo. También al público le gustaba oírle.
Un plato fuerte lo constituyó el himno de la escuela. Eran tantas y tan potentes las voces que lo cantaron, era tal el entusiasmo, que fue un milagro que los techos y paredes resistieran aquella atronadora y no muy afinada melodía.
Luego, ya oscurecido, se hizo una pausa antes de empezar la fiesta nocturna, pausa que los escolares aprovecharon para pasear por Plumfield en animados corros.
Pronto todos los grupos se constituyeron en uno solo, en torno de un coche que por las trazas acababa de realizar un largo viaje.
Con la misma rapidez corrió la voz:
―Han llegado Franz y Emil…
Era una maravillosa noticia para la familia Bhaer. Entre los recién llegados y Jo, el profesor y Teddy se abrió un pasillo de personas sonrientes, felices y curiosas, que contemplaron con emoción el abrazo colectivo.
―¡Os presento a mi esposa! ―exclamó Franz en, cuanto pudo hablar.
Era en verdad una bonita mujercita su esposa. Rubia, distinguida y con una sonrisa maravillosa que les entusiasmó. Todos le felicitaron, y puede decirse que desde aquel momento ya la consideraron una más, como si siempre la hubieran conocido.
―¡Escuchadme a mí también! ―gritó Emil con potente voz―. ¿No os habéis fijado en nada? También yo traigo a mi esposa.
No era una de las clásicas bromas de Emil. Era realidad. Junto con él, María, la bella y valerosa hija del capitán Hardy, la compañera de viaje primero, de aventuras después, se había convertido en compañera suya para todo lo que la vida les pudiera deparar.
―Emil, Emil, ¿por qué no nos has advertido? ―le recriminó Jo con dulzura―. Os habríamos preparado una recepción adecuada a vuestros méritos.
En cambio, ahora había acudido a recibirlos envuelta en una bata hogareña y con los bigudíes puestos, porque su llegada coincidió con el momento en que se estaba arreglando para la fiesta nocturna.
―Quise hacer como tío Laurie. Aproveché que estaba libre de servicio y tenía la marea a favor, y, ¡zas!, me casé. No fuera que malos vientos se me la llevaran hacia otra dirección.
María se acercó más aún a Emil. En su cariñosa mirada se veía bien claro que estos malos vientos no podían existir. Estaban muy unidos.
Hubo un momento en que todos hablaban en tropel. El profesor, Franz y Ludmilla, en idioma alemán; Emil, con las tías. Luego se fue serenando la reunión, agrupándose todos alrededor de Emil, el héroe de la fiesta.
Todos deseaban oír, de sus propios labios, la aventura del «Brenda».
Emil los tuvo prendidos de su relato, gráfico y expresivo. Los oyentes se emocionaron al compás de la narración, aunque el marino procurase pasar por alto algunos detalles que a él hacían referencia. Sin embargo, su esposa, la dulce María, completaba estos detalles con encendidas palabras en favor de la resistencia, valor, decisión y abnegación de Emil.
―Siempre recordaré aquellos días. Recordaré también el comportamiento valeroso y sereno de dos mujeres, una de ellas casi una niña, en momentos en que incluso muchos hombres flaquearon.
María contestó:
―Es posible que haya mujeres de conducta valerosa, pero hay hombres capaces de tanta ternura y espíritu de sacrificio como ellas. Yo sé de uno que renunció a su ración en favor de dos mujeres, aunque estaba desfallecido de hambre; que durante horas y horas sostuvo