100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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sinceros y duraderos.

      El segundo acto presentó la actuación de Jossie en el papel de Dolly, una muchacha empeñada en marchar a la ciudad, seducida por el lujo y las diversiones. Jossie representó admirablemente su papel, mostrando un desprecio total hacia todo lo del campo. Luego, para tratar de convencer a su madre, se mostró mimosa, seductora, irritada, suplicante, y en todos estos matices estuvo soberbia.

      Jo observó a la señorita Cameron y vio que varias veces aprobó con la cabeza la actuación de la muchacha. Ello le complació mucho.

      Después de ceder a los ruegos de la hija, la campesina tiene que ceder también a los del hijo, que decide alistarse.

      El acto terminó con la viejecita meciendo al nieto, como único consuelo y esperanza.

      En el tercer acto, Jossie lució con todo su esplendor. No en vano Jo lo había escrito pensando en este lucimiento. Representaba la vida en la ciudad, las fiestas, las tentaciones y la hipocresía que la bonita e inocente joven encuentra. Y especialmente, una escena dramática en la que al principio se avergüenza de su tosca e ignorante madre que ido a buscarla, pero luego reacciona con gallardía cuando observa que se burlan de ella.

      En el quinto, intervinieron Nan y Tom, representando a un médico y una enfermera en un hospital de campaña. La atribulada madre campesina recorre todos los puestos de socorro después de una cruenta batalla, rezando por todos los muertos, aunque no sean sus hijos, «todos son hijos de una madre». Al fin, cuando mayor es su desesperación, encuentra al suyo, vivo pero herido.

      Terminó la obra con una escena de Navidad en la modesta casa campesina, con la madre, el hijo herido, la muchacha y el nietecito. Están contentos de estar juntos, pero su alegría es tranquila. De pronto irrumpen todos los vecinos con numerosos presentes y baja el telón en un momento de alegre exaltación al amor materno.

      Después de la obra, plato fuerte de la jornada, se representó una pantomima titulada Las estatuas del profesor Owlsdark.

      Ataviados como los dioses del Olimpo, pero con ligeras variantes de tipo humorístico, fueron presentados los «dioses» por el profesor Bhaer, que con fina ironía fue poniendo en evidencia alguno de sus defectos, ante la risa de los espectadores que veían retratadas a personas conocidas.

      Teddy fue Mercurio; Bess, Diana cazadora; Nan, Minerva defendiendo los derechos de las mujeres; Apolo, con un parche en la frente, John, y así, sucesivamente, a todos los dioses se les encontró la debida réplica terrenal. La gente gozó tanto por los humorísticos disfraces como por las posturas estatuarias que adoptaban. Los jocosos comentarios del profesor aumentaron la diversión.

      Después de la fiesta se celebró una animada y suculenta cena a la que todos hicieron honor.

      La única excepción fue Jossie, que esperaba el veredicto de la insigne señorita Cameron. Cuando la vio acercarse hacia ella y su madre sintió desfallecer de temor.

      ―La felicito, señora Brooke. Es usted una actriz formidable. Lo digo de corazón. Sabiendo eso no me extraña que sus hijos hayan heredado tan grandes dotes para la escena.

      Jossie abrió la boca para hablar sin conseguirlo. Al fin, con un hilo de voz preguntó:

      ―Así cree usted que yo…, que yo… puedo ser…

      ―Sí. Creo en tus condiciones. Tanto es así, señora Brooke, que le pido ya ahora que el próximo verano me la confíe. Las dos en la playa podremos hacer grandes progresos.

      Desde aquel momento, Jossie no pareció ser de este mundo, tan y tan contenta estaba.

      De regreso a casa, Jo se apretujó a su esposo, más afectuosa que de ordinario.

      ―En el juego de las estatuas se me ha retratado muy Bien. Pues bien; te prometo que procurará contener mi impaciencia. Te lo mereces.

      Y prosiguieron su camino más unidos que nunca. Eternamente enamorados…

      CAPÍTULO XV

      INQUIETA ESPERA

      El profesor Bhaer entró en el salón donde estaba Jo. Estaba pálido. Lentamente, procurando dominarse, le habló:

      ―Tengo una mala noticia, Jo.

      Ella se sobresaltó. En seguida pudo advertir que la cosa era grave, pues el profesor tenía gran dominio de sus sentimientos y en aquella ocasión se le veía demudado.

      ―¿Qué ocurre, Franz? ―preguntó alarmada.

      ―Es necesario tener calma, querida. Ven; siéntate.

      Dominada por los peores presentimientos, Jo dejó que él la acomodara en un sillón y se sentase en un taburete, a sus pies.

      ―Franz me ha telegrafiado que se ha perdido el barco de Emil.

      ―¡Oh, Dios mío! ¿Y él?

      ―Verás, las noticias son escasas por ahora. El barco se hundió y algunos de los botes salvavidas han sido recogidos por otros navíos. El de Emil todavía no. Eso no quiere decir que…

      ―¡Franz, Franz! ¿No me ocultas la verdad? ¡Dímelo todo, por favor!

      ―La verdad es que no se sabe de fijo…, pero desgraciadamente los indicios son desfavorables. Los náufragos recogidos dicen que vieron a Emil con el capitán poco antes de hundirse el barco.

      Aunque se resistía a creer en un fatal desenlace, Jo estuvo a punto de desmayarse por la impresión recibida.

      Luego, pareciéndole imposible que a Emil le pudiera suceder nada grave, se aferró a la esperanza a pesar de que cada día que pasaba eran menores las posibilidades favorables.

      Las muestras de pesar que los Bhaer recibieron fueron tantas, tan sinceras y de tan variada índole, que les conmovieron profundamente. Les demostraban que habían sabido granjearse la estima de todas las personas del pueblo.

      Pero, aunque procuraron soportar la pena con resignación, les costaba hacerse a la idea de la pérdida de Emil, el jovial y cantarín muchacho, ídolo de todas las chicas.

      Especialmente Jossie llegó a estar casi enferma, obsesionada día y noche por la escena del naufragio. Una carta de la señorita Cameron, diciéndole que esa primera tragedia en su vida había de tomarla como una lección, la hizo reaccionar favorablemente.

      Pasaron unas semanas. Plumfield seguía anonadado por aquella inesperada desgracia cuando llegó un telegrama, que ya nadie más que Jo esperaba:

      «Todos salvados. Pronto recibiréis cartas.»

      La alegría fue indescriptible. Jo pareció salir de un infierno y derrochó vitalidad.

      ―¡Izad la bandera del colegio! ¡Que repiquen las campanas!

      Los escolares más pequeñines entonaron un cántico de acción de gracias, que conmovía por la pureza de las voces y la sinceridad de su sentir.

      Las cartas anunciadas no tardaron en llegar también. En una de ellas, Emil daba cuenta del incendio y naufragio, de una manera casi lacónica. En otra, la señora Hardy escribía con elocuencia en términos tan elogiosos para Emil, que enorgullecieron a la entusiasmada comunidad. El capitán ponderaba el valor, pericia y espíritu de sacrificio del muchacho y se expresaba con gran agradecimiento. En cuanto a María escribía con palabras que conmovieron a todos.

      Entonces empezó otro tipo de espera. Febril, impaciente, pero alegre y bulliciosa. Todo Plumfield quería festejar a su héroe.

      Rob compuso un poema épico, inspiradísimo, al que John puso música con objeto de convertirlo en himno de bienvenida.

      Pero la espera se alargaría aún. Porque los salvados náufragos regresaban vía Hamburgo, donde pensaban asistir primero a la boda de Franz, retrasada como consecuencia del luto que había llevado por el resucitado Emil. Eso saldrían ganando todos, porque Franz y su esposa los acompañarían a América en su luna de miel.

      Los otros ausentes vivían diversas visicitudes, que vamos a analizar antes


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