100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
Читать онлайн книгу.bruja.
—No, no, eso es un error. Había cuatro brujas en total en el País de Oz, y dos de ellas, las que viven en el Norte y el Sur, son brujas buenas. Las que vivían en el Oriente y el Occidente eran, en cambio, brujas malvadas; pero ahora que tú has matado a una de ellas, sólo queda una mala en todo el País de Oz, y es la que vive en el Occidente.
—Pero —objetó Dorothy luego de un meditativo silencio—, tía Em me contó que todas las brujas murieron hace ya muchísimos años.
—¿Quién es la tía Em? —preguntó la ancianita.
—Es mi tía, la que vive en Kansas, la región de donde vengo.
La Bruja del Norte meditó un momento, con la cabeza gacha y los ojos fijos en el suelo. Al fin levantó la vista y dijo:
—No sé dónde está Kansas, pues es la primera vez que la oigo mencionar. Pero dime, ¿es un país civilizado?
—Sí, claro.
—Entonces esa es la causa. Creo que en los países civilizados ya no quedan brujas ni brujos, magos o hechiceras. Pero el caso es que el País de Oz nunca fue civilizado, pues estamos apartados de todo el resto del mundo. Por eso es que todavía tenemos brujas y magos.
—¿Quiénes son los magos?
—El mismo Oz es el Gran Mago —manifestó la Bruja en voz mucho más baja—. Es más poderoso que todos los demás juntos, y vive en la Ciudad Esmeralda.
Dorothy iba a hacer otra pregunta; pero en ese momento los Munchkins, que habían escuchado en silencio, lanzaron un grito agudo y señalaron hacia la esquina de la casa bajo la cual yacía la Bruja del Oriente.
—¿Qué pasa? —preguntó la ancianita, y al mirar rompió a reír. Los pies de la Bruja muerta habían desaparecido por completo y no quedaban más que los zapatos de plata—. Era tan vieja que el sol la redujo a polvo. Así termina ella, pero los zapatos son tuyos y te los daré para que los uses.
Recogió los zapatos y, luego de quitarles el polvo, se los entregó a Dorothy.
—La Bruja del Oriente estaba orgullosa de esos zapatos plateados —comentó uno de los Munchkins—, y creo que tienen algo mágico, aunque nunca supimos cuál era su magia.
Dorothy los llevó al interior de la casa y los puso sobre la mesa. Cuando volvió a salir, dijo:
—Estoy ansiosa por volver al lado de mis tíos, pues es seguro que estarán preocupados por mí. ¿Pueden ayudarme a encontrar el camino?
Los Munchkins y la Bruja se miraron unos a otros y luego a Dorothy. Al fin menearon las cabezas.
—Hacia Oriente, no muy lejos de aquí —dijo uno—, está el gran desierto que nadie puede cruzar.
—Lo mismo que en el Sur —declaró otro—, pues yo he estado allí y lo he visto. El Sur es el país de los Quadlings.
—Y a mí me han dicho que en el Occidente es lo mismo —expresó el tercero—. Y ese país, donde viven los Winkies, es gobernado por la Maligna Bruja de Occidente, que te esclavizaría si pasaras por allí.
—En el Norte está mi país —dijo la ancianita—, y en su límite se ve el gran desierto que rodea el País de Oz. Querida mía, mucho temo que tendrás que quedarte a vivir con nosotros.
Al oír esto, Dorothy empezó a sollozar, pues se sentía muy sola entre aquella gente tan extraña. Sus lágrimas parecieron apenar a los bondadosos Munchkins, los que en seguida sacaron sus pañuelos y rompieron también a llorar. En cuanto a la Bruja buena, se quitó el gorro cónico y lo puso en equilibrio sobre la punta de la nariz mientras contaba hasta tres con voz solemne. Al instante, el gorro se convirtió en una pizarra sobre la que estaban escritas con tiza las siguientes palabras:
DEJEN QUE DOROTHY VAYA A LA CIUDAD ESMERALDA
La ancianita se quitó la pizarra de la nariz y, una vez que hubo leído el mensaje, preguntó:
—¿Te llamas Dorothy, queridita?
—Sí. —La niña levantó la vista y se enjugó las lágrimas.
—Entonces debes ir a la Ciudad Esmeralda. Puede que Oz quiera ayudarte.
—¿Dónde está esa ciudad?
—En el centro exacto del país, y la gobierna Oz, el Gran Mago de quien te hablé.
—¿Es un buen hombre? —preguntó Dorothy en tono ansioso.
—Es un buen Mago. En cuanto a si es un hombre o no, no podría decirlo, pues jamás lo he visto.
—¿Y cómo llegaré hasta allí?
—Tendrás que caminar. Es un viaje largo, por una región que tiene sus cosas agradables y sus cosas terribles. Sin embargo, emplearé mis artes mágicas para protegerte de todo daño.
—¿No irá usted conmigo? —suplicó la niña, que había empezado a considerar a la ancianita como su única amiga.
—No puedo hacer tal cosa; pero te daré un beso, y nadie se atreverá a hacer daño a una persona a quien ha besado la Bruja del Norte.
Acercóse a Dorothy y, con gran suavidad, la besó en la frente. La niña descubrió más tarde que sus labios le habían dejado una señal luminosa en el lugar donde rozaron su piel.
—El camino que va a la Ciudad Esmeralda está pavimentado con ladrillos amarillos —expresó la Bruja—, de modo que no podrás perderte. Cuando veas a Oz, no le tengas miedo; cuéntale lo que te ha pasado y pídele que te ayude. Adiós, querida mía.
Los tres Munchkins se inclinaron respetuosamente ante la niña y le desearon un agradable viaje, después de lo cual se alejaron por entre los árboles. La Bruja le hizo una amable inclinación de cabeza, giró tres veces sobre su tacón izquierdo y desapareció por completo, para gran sorpresa de Toto, el que empezó a ladrar a más y mejor ahora que ella se había ido, pues no se había atrevido a gruñir siquiera en su presencia.
Pero Dorothy, que sabía que era una bruja, estaba preparada para su brusca partida, de modo que no sintió la menor sorpresa.
CAPÍTULO 3
DE CÓMO SALVÓ DOROTHY AL ESPANTAPÁJAROS
Al quedar sola, Dorothy empezó a sentir apetito, de modo que fue a la alacena y cortó un pedazo de pan al que le puso manteca. Dio un poco a Toto, descolgó el cubo y se fue al arroyuelo para llenarlo con agua. Toto corrió hacia los árboles y empezó a ladrarle a los pajarillos. Cuando fue a buscarlo, la niña vio unas frutas tan deliciosas pendientes de las ramas que recogió algunas para completar su desayuno.
Volvió entonces a la casa, y luego de haber bebido un poco de agua, se dispuso para el viaje a la Ciudad Esmeralda.
Sólo tenía otro vestido, pero estaba muy limpio y colgaba de una percha al lado de su cama. Era de algodón, a cuadros blancos y azules, y aunque el azul estaba algo descolorido por los frecuentes lavados, la prenda le sentaba muy bien. La niña se lavó cuidadosamente, se puso el vestido limpio y se caló el sombrero rosado. Llenó con pan una cesta y la cubrió con una servilleta blanca. Luego se miró los pies y notó cuán viejos y gastados estaban sus zapatos.
—Seguro que no me van a servir para un viaje largo, Toto —dijo, y el perrillo la miró con sus ojos negros y meneó la cola para demostrar que entendía sus palabras.
En ese momento vio Dorothy los zapatos plateados que habían pertenecido a la Bruja del Oriente y que reposaban sobre la mesa.
—¿Me calzarán bien? —dijo—. Serían lo más apropiado para una caminata prolongada, pues no creo que se gasten.
Quitóse los viejos zapatos de cuero y se probó los otros, viendo que le calzaban como si se los hubieran hecho de medida. Después recogió su cesta.
—Vamos, Toto —ordenó—. Iremos a la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al Gran Oz cómo