100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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con más ahínco que antes. Pero la muchacha vivía con una vieja que no deseaba que se casara con nadie, pues era tan holgazana que la necesitaba para los quehaceres domésticos. Esta vieja fue a ver a la Maligna Bruja del Oriente y le prometió dos ovejas y una vaca si evitaba el casamiento. La Bruja hechizó entonces mi hacha, y un día en que estaba yo trabajando a más y mejor, deseoso de ganar dinero pronto para casarme, el hacha se resbaló de mis manos y me cercenó la pierna izquierda.

      "Al principio me pareció esto una gran desgracia, pues comprendí que un cojo no sería muy buen leñador. Entonces fui a ver al hojalatero y me hice hacer una pierna de hojalata, la que me sirvió bastante bien una vez que me hube acostumbrado a ella. Pero mi proceder enfureció a la Bruja, que había prometido a la vieja que yo no me casaría con la bonita niña Munchkin. Cuando fui otra vez a trabajar, el hacha se me escapó de nuevo y me cortó la pierna derecha. Otra vez fui a ver al hojalatero y obtuve otra pierna de hojalata. Después de esto el hacha hechizada me cortó los brazos, pero, sin amilanarme en lo más mínimo, los reemplacé por otros de hojalata. Entonces la Bruja Maligna hizo que el hacha se deslizara nuevamente y me cortara la cabeza, y en el primer momento creí que allí terminaría mi vida; pero el hojalatero pasó entonces por casualidad y me hizo una cabeza nueva con hojalata.

      "Creí que va había vencido a la Bruja Maligna, y trabajé con más entusiasmo que antes, pero poco imaginaba lo cruel, que podía ser mi enemiga. Ideó un nuevo método para matar mi amor por la hermosa niña Munchkin e hizo deslizar otra vez mi hacha de modo que me cortara todo el cuerpo, dividiéndome en dos. De nuevo apareció el hojalatero, quien me hizo un cuerpo de hojalata, asegurando a él mis brazos, piernas y cabeza por medio de articulaciones, de modo que pude moverme tan bien como siempre. Pero, ¡ay!, ahora no tenía corazón, de modo que olvidé mi amor por la joven Munchkin y ya no me importó si me casaba con ella o no. Supongo que todavía sigue viviendo con la vieja y esperando que yo vaya a buscarla.

      "Mi cuerpo brillaba tanto al sol que me sentí orgulloso de él, y ahora no importaba que se me deslizara el hacha, porque ya no podía cortarme. El único peligro era que se me oxidaran las articulaciones. Pero en mi casita tenía a mano una lata de aceite y siempre me lubricaba cuando era necesario hacerlo. Sin embargo, llegó un día en que me olvidé de este detalle y me sorprendió una lluvia. Antes de darme cuenta plena del peligro, mis articulaciones se habían herrumbrado y quedé de pie en el bosque hasta que llegaron ustedes a ayudarme. Fue terrible mi sufrimiento, pero durante el año que pasé allí tuve tiempo para pensar que la pérdida más grande que había soportado era la carencia de corazón. Mientras estaba enamorado fui el hombre más feliz de la tierra; pero el que no tiene corazón no puede amar, y por eso decidí ir a pedir a Oz que me dé uno. Si lo hace, volveré a buscar a la niña Munchkin y me casaré con ella".

      Tanto Dorothy como el Espantapájaros habían escuchado con gran interés el relato del Leñador, y ahora comprendían por qué estaba tan deseoso de obtener un nuevo corazón.

      —Sin embargo —dijo el Espantapájaros—, yo pediré un cerebro en vez de un corazón, pues un tonto sin sesos no sabría qué hacer con su corazón si lo tuviera.

      —Yo prefiero el corazón —replicó el Leñador—, porque el cerebro no lo hace a uno feliz, y la felicidad es lo mejor que hay en el mundo.

      Dorothy guardó silencio; ignoraba cuál de sus dos amigos tenía la razón, y se dijo que si sólo podía regresar al lado de su tía Em, poco importaría que el Leñador no tuviera cerebro y el Espantapájaros careciera de corazón, o que cada uno obtuviera lo que deseaba.

      Lo que más la preocupaba era que ya quedaba muy poco pan, y una comida más para ella y para Toto lo agotaría por completo. Claro que el Leñador y el Espantapájaros no necesitaban alimento, pero ella no estaba hecha de hojalata ni de paja, y no podía vivir sin comer.

      CAPÍTULO 6

      EL LEÓN COBARDE

      Dorothy y sus compañeros continuaban marchando por el tupido bosque. El camino seguía pavimentado con ladrillos amarillos, pero en aquellos lagares estaba casi enteramente cubierto por ramas secas y hojas muertas caídas de los árboles, de manera que no resultaba fácil caminar.

      Había pocos pájaros en los alrededores, porque a las aves les gusta el cielo abierto, donde el sol brilla sin obstáculos. Pero de tanto en tanto oíase algún rugido proveniente de la garganta de animales salvajes ocultos entre la arboleda. Estos ruidos hicieron acelerar los latidos del corazón de la niña, pues ignoraba de qué se trataba, pero Toto lo sabía, y marchaba muy cerca de Dorothy, sin atreverse a contestar con sus ladridos.

      —¿Cuánto tardaremos en salir del bosque? —preguntó ella al Leñador.

      —No lo sé —fue la respuesta—. Nunca ha ido a la Ciudad Esmeralda, aunque mi padre fue una vez, cuando yo era pequeño, y dijo que había tenido que viajar mucho tiempo, a través de regiones peligrosas, aunque cerca de Oz cambia el paisaje y se hace muy hermoso. Pero yo no temo a nada mientras lleve conmigo mi lata de aceite, y nada puede hacer daño al Espantapájaros, mientras que tú llevas en la frente la marca del beso de la Bruja Buena, que te protegerá de todo mal.

      —¿Pero y Toto? —inquirió la niña en tono ansioso—. ¿Qué puede protegerlo?

      —Lo protegeremos nosotros si corre peligro —respondió el Leñador.

      Cuando así hablaba se oyó un terrible rugido, y un momento después saltó al camino un león enorme. De un solo zarpazo lanzó rodando al Espantapájaros hacia un costado del sendero, y luego asestó un golpe con sus agudas garras al Leñador. Pero, para su gran sorpresa, no hizo la menor mella en la hojalata, aunque el Leñador se desplomó en el suelo y allí se quedó inmóvil.

      El pequeño Toto, ahora que debía enfrentarse a un enemigo, corrió ladrando hacia el león, y la enorme bestia había abierto ya sus fauces para matar al can cuando la niña, temerosa por la vida de Toto, y sin prestar atención al peligro, avanzó corriendo y golpeó con fuerza la nariz de la fiera al tiempo que exclamaba:

      —¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías avergonzarte! ¡Tan grande y queriendo abusarte de un perro tan chiquito!

      —No lo mordí —protestó el León, mientras se acariciaba la nariz dolorida.

      —No, pero lo intentaste —repuso ella—. No eres otra cosa que un cobarde.

      —Ya lo sé —contestó el León, muy avergonzado—. Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo?

      —No me lo preguntes a mí. ¡Pensar que atacaste a un pobre hombre relleno de paja como el Espantapájaros!

      —¿Está relleno de paja? —inquirió el León con gran sorpresa, mientras la observaba levantar al Espantapájaros ponerlo de pie y darle forma de nuevo.

      —Claro que sí —dijo Dorothy, todavía enfadada.

      —¡Por eso cayó tan fácilmente! —exclamó el León—. Me asombró verlo girar así ¿Este otro también está relleno de paja?

      —No; está hecho de hojalata —contestó Dorothy, ayudando al Leñador a ponerse de pie.

      —Por eso que casi me desafilo las garras. Cuando rasqué esa lata, me estremecí todo. ¿Qué animal es ese que tanto quieres?

      —Es Toto, mi perro.

      —¿Es de hojalata o está relleno de paja?

      —Ninguna de las dos cosas. Es un... un... perro de carne y hueso.

      —¡Vaya! Es un animalito raro y, ahora que lo miro bien, bastante pequeño. Sólo a un cobarde como yo se le ocurriría morder a un animalito tan pequeño —manifestó el León con acento apenado.

      —¿Y por qué eres cobarde? —preguntóle Dorothy, mirándole con extrañeza, pues era tan grande como una jaca.

      —Es un misterio —fue la respuesta—. Supongo que nací así. Como es natural, todos los otros animales del bosque esperan que sea valiente, pues en todas partes saben que el león es el Rey de las Bestias. Me


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