100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери


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muertos, y en esta horrible soledad solo un sentimiento puede convencerme de que conserve la vida. Si estuviera comprometido en una noble tarea o en un proyecto que fuera de gran utilidad para mis semejantes, entonces podría vivir para llevarlo a cabo. Pero ese no es mi destino. Debo perseguir y destruir al ser al que di vida; entonces mi objetivo estará cumplido, y podré morir».

      Día 2 de septiembre

      Mi querida hermana:

      Te escribo cercado por el peligro y no sé si el destino me permitirá alguna vez volver a ver mi querida Inglaterra y a los queridos amigos que viven allí. Estoy rodeado por montañas de hielo que no nos permiten movernos y a cada momento amenazan con aplastar el barco. Mis valientes hombres, a los que convencí para que fueran mis compañeros, me miran pidiéndome ayuda, pero no tengo nada que ofrecer. Hay algo terriblemente espantoso en nuestra situación… Sin embargo, mi valor y mi confianza no me abandonan. Podemos sobrevivir; y si no, volveré a leer las enseñanzas de mi Séneca y moriré con buen ánimo.

      Pero, Margaret, ¿cómo te encontrarás tú? No sabrás de mi muerte, y esperarás angustiada mi regreso. Pasarán los años, y a veces caerás en la desesperación y, sin embargo, aún acariciarás esperanzas. ¡Oh, mi querida hermana…! La dolorosa desilusión de tus afectuosas esperanzas me parece ahora más terribles que mi propia muerte. Pero tienes un marido y unos hijos adorables; y vas a ser feliz. ¡Que el Cielo te bendiga, y permita que lo seas!

      Mi desafortunado huésped me observa con comprensión, intenta darme esperanzas y habla como si la vida fuera algo que amara verdaderamente. Me recuerda cuán a menudo estos incidentes le han ocurrido a otros navegantes que han surcado los mismos mares. A pesar de mí mismo, me anima con los mejores augurios. Incluso los marineros notan el benéfico influjo de su elocuencia —cuando habla, se mitiga su desesperanza—; reanima su valor, y acaban creyendo que estas tremendas montañas de hielo son pequeñas colinas que se desvanecerán ante la decidida voluntad del hombre. Sin embargo, todo esto es pasajero, y cada día de esperanza frustrada no hace sino infundirles miedo; y empiezo a temer que la desesperación desemboque en un motín.

      Día 5 de septiembre

      Ha ocurrido algo tan extraño que, aunque sea muy probable que estas cartas nunca te lleguen, mi querida Margaret, no puedo evitar consignarlo aquí. Aún estamos rodeados por montañas de hielo, aún estamos en constante peligro de ser aplastados en medio de su fragor. El frío es espantoso, y muchos de mis desafortunados camaradas ya han encontrado la muerte en medio de este escenario de desolación. Frankenstein cada día está más enfermo; un fuego febril aún centellea en sus ojos, pero está exhausto, y si decide realizar algún esfuerzo, inmediatamente cae de nuevo en un completo estupor.

      Mencionaba en mi última carta los temores que tenía a propósito de un amotinamiento. Esta mañana, mientras me encontraba vigilando el pálido rostro de mi amigo, sus ojos medio cerrados y sus brazos colgando exánimes, me interrumpieron media docena de marineros que deseaban que los recibiera en el camarote. Entraron, y su jefe se dirigió a mí. Me dijo que él y sus compañeros habían sido elegidos por los otros marineros para venir en comisión con el fin de exigirme lo que en justicia no les podría negar. Estábamos atrapados entre muros de hielo y probablemente jamás saldríamos vivos de allí; pero ellos temían que si el hielo se descongelaba, cosa que podía ocurrir, y se abría un canal, yo fuera lo bastante temerario como para proseguir mi viaje y conducirlos a nuevos peligros después de haber podido superar felizmente este. Así pues, querían que yo hiciera una promesa solemne: que si el barco se liberaba, inmediatamente pondría rumbo a Arkangel.

      Aquella conversación me preocupó. Yo aún no había perdido la esperanza, ni había pensado en absoluto en regresar, si el hielo nos liberaba. Sin embargo, en justicia, ¿podía, aunque estuviera en mi mano, negarles aquella petición? Dudé antes de responder, cuando Frankenstein, que al principio había permanecido en silencio y, en realidad, parecía que apenas tenía fuerzas para escuchar, se incorporó. Sus ojos centelleaban, y sus mejillas se inflamaron con un momentáneo vigor. Volviéndose hacia los hombres, dijo:

      —¿Qué queréis decir? ¿Qué le estáis pidiendo a vuestro capitán? ¿De modo que abandonáis con esta facilidad vuestro trabajo? ¿No decíais que esta expedición era gloriosa? ¿Y por qué iba a ser gloriosa? Desde luego, no porque la ruta fuera sencilla y plácida como en un mar del sur, sino porque estaba atestada de peligros y horrores… porque a cada nueva dificultad se exigiría más de vuestra fortaleza, y se mostraría vuestro coraje… porque cuando la muerte y el peligro os rodearan, vosotros demostraríais vuestro valor y todo lo superaríais. Por eso era una expedición gloriosa… por eso era una empresa de honor. A partir de aquí, todo el mundo os saludaría como benefactores de la humanidad… vuestros nombres serían honrados como los de hombres valientes que se enfrentaron a la muerte con honor y por el beneficio de la humanidad. ¡Y miraos ahora…! A la primera señal de peligro… o, si lo preferís, ante la primera prueba importante y aterradora a la que se somete vuestro valor… retrocedéis y preferís abandonar como hombres que no tuvieran fortaleza para soportar el frío y el peligro. Muy bien, pobres de espíritu: «¡Tenían frío y volvieron al calor de sus chimeneas…!» ¡Vaya! ¡Para ese viaje no necesitábamos tantos preparativos! No necesitabais venir hasta tan lejos, ni arrastrar a vuestro capitán a la vergüenza de un fracaso, para demostrar que sois unos cobardes. ¡Oh…! ¡Sed hombres… o sed más que hombres! Sed fieles a vuestros compromisos y firmes como la roca. Este hielo no está hecho de la misma materia que vuestros corazones; es débil, y no puede derrotaros, si vosotros decís que no va a derrotaros. No volváis junto a vuestras familias con el estigma de la derrota marcada en vuestras frentes; volved como héroes que han luchado y han conquistado y no han sabido qué es volver la espalda al enemigo.

      Dijo aquello con un espíritu tan adecuado a los distintos sentimientos que expresaba en su arenga, y con una mirada cargada de elevados propósitos y heroísmo, que no fue maravilla que aquellos hombres se conmovieran. Se miraban los unos a los otros, y eran incapaces de contestar. Hablé. Les dije que se retiraran y que pensaran en todo lo que se había dicho: que no los llevaría más al norte si verdaderamente deseaban lo contrario; pero que esperaba que lo pensaran bien y que pudieran recobrar el valor. Se fueron y me volví hacia mi amigo, pero se había sumido en un profundo estupor y casi le había abandonado la vida.

      No sé en qué terminará todo esto. Pero preferiría morir antes que regresar vergonzosamente, sin cumplir mi objetivo. Sin embargo, creo que tal será mi destino. Los hombres que no sienten con fervor las ideas de gloria y honor jamás tienen voluntad para seguir soportando penalidades.

      Día 7 de septiembre

      La suerte está echada. He aceptado regresar si no perecemos antes. Así se malogran mis esperanzas, por la cobardía y la falta de arrojo. Regresaré a casa sin haber descubierto nada y desilusionado. Se precisa más filosofía de la que sé para soportar con buen ánimo esta humillación.

      Día 12 de septiembre

      Todo ha acabado. Regresamos a Arkangel. He perdido cualquier esperanza de ser útil a los demás y de alcanzar la fama… y he perdido a mi amigo. Pero intentaré describirte detalladamente estos amargos acontecimientos, mi querida hermana. Y si los vientos me llevan a Inglaterra y a ti, no seré del todo desgraciado.

      Día 9 de septiembre: el hielo comenzó a ceder, y los bramidos del mar, como truenos, se oían en la distancia, a medida que las islas se desprendían y se resquebrajaban en todas direcciones. Estábamos corriendo un extremo peligro. Pero como lo único que podíamos hacer era permanecer pasivos, dediqué todas mis atenciones a mi desdichado huésped, cuya enfermedad se agravó hasta tal punto que siempre permanecía en cama. El hielo se resquebrajó por detrás de nosotros y los témpanos fueron arrastrados rápidamente hacia el norte. Una brisa se levantó desde ese preciso cuadrante… y el día 11 se abrió un paso hacia el sur y el barco quedó liberado. Cuando los marineros lo vieron, y comprobaron que el regreso a sus pueblos estaba prácticamente asegurado, estallaron en gritos de incontenible alegría… que duró mucho tiempo. Frankenstein, que estaba adormilado, se despertó y preguntó la razón de aquella algarabía. Era incapaz de contestarle. Preguntó de nuevo… «Gritan», dije, «porque pronto regresarán a Inglaterra».

      «Entonces…


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