Las calles. Varios autores

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Las calles - Varios autores


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extendida en el caso chileno, porque, como ya ha sido discutido en otro lugar (Araujo, 2013), la intensidad de la misma ha ido de la mano con la expansión de promesas sociales de igualdad que se han traducido en fuertes «expectativas de horizontalidad» en la población, esto es, la expectativa de ser tratado de manera horizontal por los otros y por las instituciones (lo que implica cuestiones tan distintas pero articuladas como el demostrar un respeto básico por mi persona, recibir signos de consideración a la dignidad propia, etc.). Asimismo y en la medida en que se trata de un tipo de desigualdades, como se ha señalado, esencialmente vinculadas al ámbito de las interacciones, ellas encuentran un campo privilegiado de expresión e irradiación en la calle, ya que ésta es un escenario particularmente propicio para densas y múltiples interacciones entre los miembros de una sociedad.

      Para argumentar lo anterior, en este texto nos detendremos en la manera particular en que las calles y las interacciones que las pueblan son surtidoras de estas experiencias de desigualdad interaccional, poniendo el foco analítico en dos tipos de ellas: las que se vinculan con la lucha por el espacio (y el tiempo) y las que se asocian con los modos en que se dan las interacciones con las instituciones que participan en la configuración de las experiencias de los individuos en la calle.

      Desigualdades interaccionales y la lucha por el espacio (y el tiempo)

      Densificación e irritación relacional

      La densidad poblacional (medida por la relación entre el número de habitantes y la extensión territorial o espacial), a pesar de su carácter de representación abstracta, puede ser, aunque no necesariamente lo sea en todos los casos, un buen indicador de desigualdad entre la población. Por ejemplo, la densidad poblacional en zonas residenciales designa la cantidad de espacio con el que cuenta cada cual para llevar adelante su existencia y desarrollar sus potencialidades y necesidades (de intimidad, sexuales, de movimiento, de comodidad, de estudio y concentración). Como veremos, si bien la densidad se presenta de una manera distinta cuando se piensa en la calle, también en este ámbito ella puede jugar un papel importante para entender la cuestión de la desigualdad, en este caso, primordialmente, la interaccional.

      En la calle, la cuestión de la densidad de la población no puede ser medida con un indicador como el relativo a la densidad de zonas residenciales. Ella no es homogénea como tampoco compacta en el caso de las calles. La densidad de las calles es altamente variable porque se define por razones de uso que se traducen en términos espaciales (zonas residenciales vs. zonas comerciales, por ejemplo), pero también, y de manera decisiva y articulada, temporales (densidad según hora del día u hora de la semana). Lo que la define, entonces, es la transitoriedad y su carácter fluctuante, aunque se puedan encontrar ciertos patrones que tienden a ser regulares. Por ejemplo, las zonas comerciales se densifican en horas de atención al público; las bohemias lo hacen en las noches y su horario depende del público al que atienden, etc. De otro lado, una alta densidad poblacional no debe ser necesariamente interpretada de manera negativa en la calle. Momentos de gran densidad poblacional suelen ser las «ferias», por ejemplo, y son éstas precisamente las que pueden ser consideradas como los espacios (temporalmente acotados) con las valencias positivas más altas para muchos. Sin embargo, y a pesar de lo dicho, es indispensable reconocer, de acuerdo a nuestros resultados, que la cuestión de la densidad poblacional en las calles es uno de los ingredientes más importantes cuando se trata de acercarse a la actual desigualdad de trato hoy.

      Hay, seguramente, muchas más formas de ver este asunto, pero una manera relevante de entender esta vinculación con la desigualdad es poniendo el acento en el hecho de que la densificación implica un grado de imposición de la cercanía del otro y, en esta medida, agranda las probabilidades de interacciones o contactos no previstos o incluso no deseados (como en los tacos, las filas o los pasadizos del Metro en horas punta). La densificación impone ciertas coordenadas en la relación con el otro. En esta medida, situaciones de alta densificación ponen a prueba de manera destacada los dispositivos y las disposiciones colectivas relativas a lo que compete a estos encuentros con los otros desconocidos.

      Ahora bien, en el caso estudiado estas disposiciones colectivas en la relación con los otros, como lo hemos discutido en un trabajo anterior (Araujo, 2016a), están marcadas por una fuerte irritación. La sociedad se encuentra irritada, en el sentido de que es una sociedad regularmente excitada por sentimientos e inclinaciones naturales, entre ellos especialmente el enojo. Lo es también en un segundo sentido, ya que la excitación que la recorre aumenta la sensibilidad y la reacción afectiva displacentera, de modo que la relación entre el estímulo y la reacción tiende a ser desproporcionada. De hecho, un pequeño estímulo puede detonar reacciones desproporcionadas de ira. En este contexto, la vida social es percibida como extremadamente conflictiva y desgastante. Los otros, los colegas, los jefes o hasta los amigos, pero, por cierto, especialmente los desconocidos, los anónimos, son percibidos como un destino para la desconfianza, un depósito de decepción, una fuente de amenaza para la integridad, un surtidor de humillaciones, un competidor por recursos tan básicos como el espacio o la dignidad. En resumen, las relaciones son vividas en la modalidad del roce, y su correlato interpretativo y afectivo usual es la irritación (Araujo y Martuccelli, 2012, t.II).

      Las irritaciones relacionales están vinculadas con al menos dos factores. El primero: una conciencia elevada del abuso potencial que podría recibirse en las interacciones, la que debe entenderse como un fenómeno que se produce en sintonía con otras experiencias: la sobreexigencia y abuso estructural que perciben las personas como constitutivos de sus vidas cotidianas y ordinarias (horas de trabajo, bajos salarios, etc.). Esta conciencia conduce a una actitud de alerta e incluso de sobrealerta en las relaciones con los otros a los signos de posible desregulación en el trato hacia uno. El segundo factor es el grado de incerteza que ha introducido en las interacciones ordinarias la emergencia de nuevas expectativas respecto al trato que debería recibirse de los demás. El surgimiento de expectativas de horizontalidad en este trato, detectadas en los últimos tiempos, va de la mano con una desestabilización de las formas tradicionales de ordenar las sociabilidades y los intercambios. No obstante, debido a que estas fórmulas tradicionales no han desaparecido y se mantienen actuantes en las lógicas de ordenamiento de las relaciones sociales, los códigos que ordenan las interacciones, los «frames»,como los denomina Goffman (1986), se vuelven inciertos e inestables. Lo que reina es la incerteza sobre cuáles serían, en verdad, las exigencias a las que legítimamente puedo aspirar respecto del trato que me da el otro o que debo dar al otro en función del estatuto y lugar social ocupado transitoriamente en cada encrucijada relacional. En cada interacción social, por tanto, deben encontrarse de manera renovada salidas para las tensiones que se producen debido a que las relaciones se encuentran presionadas a articularse en un contexto en que el marco tradicional ha sido ya desbordado, pero no se han instalado consistentemente nuevas lógicas relacionales. Las definiciones de lo que es el contenido de la civilidad son afectadas por la duda y hasta por la confusión.

      Cuando irritación y densificación se encuentran, como es en nuestro caso, uno de los resultados es el surgimiento de una construcción de la escena de la calle como la de una lucha aguda por el espacio. La densificación, así, termina por fertilizar el campo de las irritaciones relacionales y las lógicas que las gobiernan. Pero, todavía más, al hacerlo agudiza las condiciones para el despliegue de las desigualdades interaccionales.

      El Metro, como uno de los escenarios privilegiados de este encuentro entre densidad e irritación y de las desigualdades interaccionales que en su seno se engendran –aunque de ninguna manera el único–, nos servirá para graficar lo antes discutido.

      2. La lucha por el espacio (y el tiempo): desigualdades generacionales, de género y de dotación física

      El Metro de Santiago, desde el inicio del sistema de transporte Transantiago, aumentó a casi el doble el número de pasajeros. Pasó de movilizar a 1,4 millones de pasajeros al día en 2006 a 2,4 en 2007 en los horarios de máxima afluencia, y de 331 a 601 millones de pasajeros en el periodo de un año. En tanto, para 2017 alcanzaba 685 millones de viajes anuales (Metro de Santiago, 2018). El surgimiento de la tarifa integrada14 y la expansión de líneas permitieron el acceso creciente de habitantes de zonas de menores recursos15, y aumentaron de


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