Las calles. Varios autores
Читать онлайн книгу.actual de la sociedad ha sido fuertemente esculpida por las consecuencias de la temprana instalación del modelo económico neoliberal y de la fase de crecimiento regional que lo acompañó. La instalación del nuevo modelo enfrentó a los individuos a la necesidad de reformular su condición de sujetos económicos y laborales19, pero también a encontrar nuevos acomodos frente a la tempranamente disputada ampliación de esferas que se desarrollan bajo la lógica de la mercantilización (Moulian, 2002; Richard, 1998). La transformación del capitalismo chileno no implicó sólo una transformación de las bases económicas, sino una nueva oferta de modelo de sociedad. Como ya discutimos en el primer capítulo, las exigencias para las personas sufrieron una profunda transformación (Méndez, 2009; Cárcamo-Huechante, 2007): la imagen de una sociedad móvil y competitiva; la valorización de la ambición personal y la confianza en el esfuerzo propio; la entronización de una idea de las personas como fuertemente responsabilizadas de su destino personal; individuos concebidos principalmente como propietarios de diferentes formas de capital que deben obtener y aumentar (estudios, compras de bienes, redes, etc.); una oferta de integración vía consumo y crédito (Araujo y Martuccelli, 2013).
Las transformaciones estructurales, institucionales y relacionales que se cristalizaron han dado lugar a un conjunto de críticas tanto individuales como colectivas al «sistema». Pero, si esto es así, por otro lado la mejora de las condiciones de vida aparece como un hecho innegable y valorado. Estas décadas posibilitaron logros que para muchos constituyen auténticas rupturas en sus propias historias familiares20. Expresivo de lo anterior son el aumento de los niveles de escolaridad y el porcentaje de nuevos grupos que se incorporan a la educación superior21; el descenso del número de personas viviendo bajo la línea de pobreza; el mejoramiento del equipamiento de los hogares22; o el aumento de oportunidades de consumo23. Lo relevante para nuestro argumento aquí es que además, como lo muestra nuestro trabajo, estas mejoras en las condiciones de vida terminan por nutrir las expectativas de mayor cercanía con otros grupos sociales, así como por renovar el horizonte de aquello a lo que legítimamente se puede aspirar (Araujo, 2017).
De otro lado, una combinación de las crecientes “expectativas de horizontalidad”, discutidas antes, y la emergencia de individuos con una imagen fortalecida de sí, resultado de una práctica continuada de respuestas a las exigencias que emergen de factores como la fragilidad de las protecciones sociales o de las regulaciones respecto a las exigencias del mercado, han producido actores con una confianza aumentada en su propio valor como iguales y en sus propias capacidades y agencia. En consecuencia, y por contraposición, se trata de individuos con una mayor sensibilidad a las desigualdades, y en particular a aquellas que competen a las formas de trato que se reciben de las instituciones.
Por cierto, estos procesos, cuando son vistos desde la perspectiva de la calle, se conjugan con los efectos de la segregación residencial urbana, la que toma su mayor fuerza a partir de los procesos de erradicación de finales de los setenta e inicios de los ochenta y sus efectos actuales en términos de ofertas diferenciales de infraestructura según zonas, clasificadas por el poder adquisitivo de sus habitantes. Estas ofertas diferenciales son resultado tanto de la magnitud y modalidad de la provisión de servicios como de la planificación y del diseño de los espacios (de Ramón, 2007; Sabatini y Wormald, 2005). Para dar sólo un ejemplo, la disponibilidad de áreas verdes tiene un alto grado de desigualdad entre las comunas. Mientras las comunas más pobres registran entre 0,4 y 2,9 m2 por habitante, las comunas más ricas disponen en promedio de entre 6,7 y 18,8 m2 por habitante (Ministerio de Medio Ambiente, 2013).
Lo que resulta central para el punto de vista aquí adoptado es que estos diferenciales materiales son percibidos en términos de experiencia estética, pero también de cuidado recibido. Ambos tipos de experiencia, interpretados como evidencias de las desigualdades, conducen a formas de percepción de sí asociadas con sentimientos de indignidad y de disminución.
Para graficar este tipo de desigualdades vamos a discutir dos casos: la protección contra los delitos y las interacciones con los actores responsables de la seguridad, y la cuestión de la limpieza y la suciedad en la imaginería de la ciudad. Se empezará por esta última.
Desigualdades interaccionales: experiencia estética y cuidado
Limpieza y suciedad
Quizás uno de los elementos que aparecen con mayor frecuencia, tanto en las observaciones como en los relatos de los actores-informantes y entrevistados, es una mirada comparativa de los barrios de la ciudad respecto a las diferencias en el ornato y limpieza de las calles. Una de nuestros actores-informantes, quien debe recorrer la ciudad por su trabajo de vendedora en una ruta que considera tres puntos (Providencia, Las Condes y Pedro Aguirre Cerda), lo pone en estos términos:
Me llama la atención el tema de la limpieza. De las distintas partes que estuve, en el centro hay mucha gente que está limpiando, pero aun así el centro no es limpio, o sea igual hay esmog, mal olor, mucha bulla, mucha bulla, mucha gente. Y obviamente tiene que haber suciedad porque no somos un país de cultura limpia. Como te decía antes, cuando fui al Parque Arauco ahí hay mucho verde, hay mucho espacio, se siente libertad, no hay tanto ruido, por el mismo espacio como que el ruido se va, la gente no tira papeles al suelo, es otro mundo… hay sectores sociales que por la clase social son más sucios, menos agradables, y hay partes, también por la clase social, mucho más agradables, donde hay mucho más espacio, mucho más color, mucha más vida, si se quiere.
Pero todavía más, las representaciones, de las cuales la aquí citada es un ejemplo, terminan por anudar esta constatación estética a un juicio que atribuye a las personas de estas zonas más ricas una calidad de vida muy por encima de la que se tiene en sectores populares. Así, en las representaciones, la dimensión estética está vinculada con la cuestión anímica y en última instancia con la salud mental24.
Frente al Teatro Municipal de Las Condes, fuera del Metro, hay un monumento muy bonito, muy bonito. Eh, todo limpio, ordenado, mucho espacio, verde, harto árbol. Autos, casi todas camionetas. La gente era, yo diría, creo que era más relajada. O sea era como que respetaban más los pasos de cebra... Yo miraba a la gente que iba dentro del auto e iba sonriendo, algunas iban cantando, otras conversando con su familia. Observé que había gente limpiando el entorno. Me subí al Metro (Estación El Golf/K.A) y estaba limpio, eh, no lleno, era hora peak (mujer, 41 años).
No solamente las experiencias estéticas se vinculan con la idea de una mejor calidad de vida, sino que también con menores niveles de conflicto, procesos de dignificación y de adhesión al espacio.
Las experiencias estéticas relacionadas con la limpieza y el ornato atraviesan los diferentes sectores. En las observaciones participantes hechas en La población x25, situada al Sur de la ciudad, el asunto de la basura surgió con frecuencia como un eje problemático y sistemático. Las observaciones mostraron desechos desparramados alrededor de los basureros, pero también en el suelo, en el pasto y en las esquinas. Por supuesto, la primera versión sobre las razones de este hecho es personalizada y atribuida a una suerte de cultura (o falta de ella) de las personas mismas. Este descuido con el espacio propio percibido por los vecinos de estos sectores tiende a ser interpretado por las personas como falta de respeto a los otros, o de manera más específica, a la dignidad del otro: «No tienen mucha conciencia con uno, porque uno tiene que recoger la basura de lo que botan ellos (…) estaba en la plaza de allá atrás, es cochina esa plaza» (mujer de 57 años, habitante de la población X). Pero, tras esta acusación personalizada, la responsabilidad de las instituciones no tarda en aparecer. Los lugares están así porque han sido descuidados institucionalmente y esa falta de cuidado ha producido una suerte de desidentificación con el lugar.
El descuido produce descuido. La convivencia con la basura y la experiencia estética desagradable que se genera por el descuido institucional termina por naturalizar su presencia y da continuidad a ciertas prácticas. La basura en las calles, el mal estado de los paraderos o de las calzadas resulta en una toma de distancia impotente, en un desapego que redunda en la reiteración del descuido o en una retracción hacia los espacios individuales. Ver la suciedad cuando se vuelve al barrio «deprime», reconoce una entrevistada