Las calles. Varios autores
Читать онлайн книгу.en su casa y «no mirar» el estado en el que se encuentran las calles de su zona.
La importancia atribuida a este asunto de la suciedad y la limpieza es visible, al mismo tiempo, en el hecho contrario. Si muchas personas fueron observadas con frecuencia echando basura (un periódico en el suelo del paradero, latas de cerveza en algunas plazas), otra parte de los habitantes de la zona fueron observados recogiendo y cargando basura en bolsas personales o elaborando carteles para crear conciencia en los vecinos.
Un espacio contencioso se constituye, así, en torno al tratamiento de la basura y la relación con el espacio. Por supuesto, como acabamos de verlo, con los cohabitantes del espacio, pero también con las instituciones que son responsables de ello (no sólo de la basura, sino además de proveer áreas verdes, por ejemplo). Una lucha que no sólo pasa por la cuestión de la salubridad, sino principalmente por la cuestión de la dignificación, ya que la limpieza y la experiencia estética que ella provee hace parte constitutiva de lo que en otro contexto se ha denominado la «cultura de la decencia» (Martínez y Palacios, 1996). La limpieza es leída como un indicador del valor que se le da al propio espacio. Por un desplazamiento se produce una identidad entre el cuidado del espacio y el grado de dignidad. La basura, la suciedad, no es un ítem menor, porque se asocia directamente con el grado de dignidad que se posee. La experiencia estética es en última instancia una sanción sobre el valor de cada cual como persona.
Seguridad y cuidado
El temor a la delincuencia y a la violencia es una de las características más importantes de los habitantes de la ciudad, por lo que las formas en que la seguridad funciona es uno de los aspectos álgidos en la percepción de las personas. Y esto es transversal a la sociedad. Más allá de los datos concretos y de la brecha eventual entre magnitud real de ocurrencias y grado de temor, o de las especificidades de las ocurrencias según zonas en estos casos, lo esencial aquí es que el sentimiento de inseguridad está extendido en toda la población (Subsecretaría de Prevención del Delito, 2015). En este contexto, y a pesar de este carácter transversal, uno de los elementos que aparecen de forma transparente en nuestro material es la manera diferencial en que se despliegan las interacciones con los actores responsables de la seguridad según sector social y la desigualdad de trato que ellas implican.
Al menos aparecen tres tipos de relación con los actores responsables de la seguridad. Primero, el sentimiento de una relativa ausencia de los mismos, que hace que la percepción principal sea estar principalmente destinado a protegerse con los propios recursos y estrategias. Esto es particularmente claro en zonas caracterizadas por la hegemonía de lo que Salcedo ha llamado «pobreza guetizada» (Salcedo, 2011: 283). Segundo, la experiencia de los agentes de seguridad como agentes de inculpamiento, vivencia especialmente presente en las zonas populares y medias en las que hay una percepción ambivalente de la relación con estos actores. Tercero, la experiencia de los agentes de seguridad como agentes efectivos de protección. Esta última está particularmente presente en las zonas de la ciudad que concentran a personas de mayores recursos.
Veamos el primero. Las observaciones participantes en la población X pueden servir para graficar esta modalidad. La violencia es un elemento que simboliza el imaginario de la población en la mayoría de sus relaciones. Está presente en los relatos de los mayores, se subraya en los relatos de los jóvenes, y se comienza a articular subjetivamente en los niños. Así, por ejemplo, las balas se constituyen en protagonistas destacadas de los relatos, de las imágenes y hasta de los juegos. Una feriante cuenta que su nieta no la visita porque en su casa (vive en otra zona de Santiago/K.A.) al salir a la calle escucha pajaritos, pero al venir a la población X escucha balas. Resulta, por otro lado, común ver en las calles a niños jugando a los pistoleros, apuntando, disparando y haciendo efectos especiales con la boca, y esto incluso en niños menores de 5 años. Las balas aparecen como signos asociados a la «choreza», la cual, aunque en muchos casos también funciona como contrarreferente, resulta con frecuencia bien valorada entre los adolescentes y adultos jóvenes. Las balas acompañan una forma de socialización entre los propios pares, que subraya la plena libertad para ejercer el dominio no tan sólo territorial sino también simbólico. Pero la violencia va mucho más allá y refiere, entre otros aspectos, a una lógica indiscriminada del garabato como insulto, como reto y como forma también familiar de relación. Junto a lo anterior, la droga resulta ser uno de los movilizadores más repudiados por los habitantes que no pertenecen a estos dominios, pero está explícitamente presente en la calle. La droga es, sea rechazada o endiosada, una posibilidad cierta, accesible y por sobre todo visible. La droga está al acceso de cualquiera que esté familiarizado con el sector; es muy frecuente y relativamente seguro su consumo en la calle. Para ello se ocupan las plazas, las paredes, las esquinas, los sitios eriazos, su olor está en el aire, se ve en las narices de algunas personas, sus rastros se encuentran expuestos a la luz del día; de hecho en el suelo de algunas calles no cuesta nada ver una gran cantidad de pequeños papeles cuadriculados sueltos en donde se empaquetan las pequeñas dosis. La presencia al descubierto de todas estas formas de amenaza es expresiva del hecho que los agentes de protección ciudadana no son capaces de cumplir con su función. La protección corre por cuenta de cada cual.
Un buen ejemplo lo da la seguridad de las casas. Los procesos de enrejado y reclusión cada vez más extendidos (Dammert, 2004) construyen una frontera metálica con la calle. Otro ejemplo son los postes con alambres de púas, destinados a que no se suban a robar el cobre (para luego venderlo), como aconteció hace unos años cuando hubo un alza significativa de esta materia prima y el cableado de la población quedó devastado. Los robos y algunas muertes de jóvenes electrocutados han coincidido con la reducción de la oferta de servicios de comunicación de compañías privadas en la zona, restringiendo el acceso de la población a estos sistemas. Así, las formas de protección autogestionadas son múltiples, pero, sobre todo, esta relación a distancia con los actores responsables de su protección colocan a la población en una situación de desventaja, pues aquí también queda expuesta a la ley del más fuerte y a consecuencias indeseadas. Una expresión clara y dramática de lo que venimos de afirmar es la escena consignada en su cuaderno de campo por la investigadora responsable del trabajo en esta zona:
Camino por Santa Rosa en dirección norte, me detengo a ratos, las casas de esta cuadra son de dos pisos, están todas juntas una de la otra, son de color rojizo ladrillo. En la esquina del primer pasaje, desde el ombú hacia el norte, se lee un mural del Colo-Colo que dice «traigan vinos que copas sobran». Decido entrar por el pasaje pues veo gente. Una mujer y un joven se acercan y me preguntan directamente qué es lo que estoy haciendo, pero con un tono cordial. Me preguntan si estoy haciendo alguna encuesta. La mujer tiene unos 50 años, usa aros de oro, tiene el pelo teñido y un chaleco de color fucsia. Conversamos un par de minutos y comienzo a caminar con ella por el pasaje. Le pregunto qué tal la vida en la población y me dice «sí poh, si acá está muy malo, por eso te vimos del segundo piso y vinimos a preguntarte que hacías». «¿Muy malo por acá?», replico. La mujer me responde: “Si po, la droga, la delincuencia, una tiene que andar pendiente”. La conversación resultaba dificultosa por la gran cantidad de perros ladrándome y ahuyentándome del lugar, por lo que decido devolverme y seguir mi ruta. La mujer sonríe y me dice: «Acá no tenemos balas para defendernos, pero sí tenemos perros».
Las relaciones de poder están siempre en disputa y se superponen unas a otras. La segunda y tercera formas de interacción con los agentes de seguridad las presentaremos de manera conjunta. Mientras, como señalamos, una compete a formas de acción e interacción que aparecen claramente como de protección, en la otra ellas más bien surgen como una acción de búsqueda selectiva de sospechosos o «vigilados». A pesar de que existen ejemplos de lo anterior en lugares de la calle muy distintos, como los barrios comerciales (Meiggs, por ejemplo) o la Estación Central, donde la actuación de la seguridad estatal y privada tiende a privilegiar los intereses comerciales del sector haciendo una vigilancia selectiva que tiene como objeto el comercio informal, utilizaremos, para graficar este punto, el caso de los parques26.
El Parque Forestal es un parque abierto situado en el Centro de la ciudad. Los parques abiertos se ubican entre calles y son atravesados por ellas. Si bien tienen sus límites en las veredas que los circundan, no se dibuja una estricta frontera