Las calles. Varios autores
Читать онлайн книгу.más que instalándose en él. Una segunda cuestión de los parques abiertos tiene que ver con la ausencia de infraestructura para uso colectivo. La tercera cuestión es que son accesibles con facilidad tanto de día como de noche. En concordancia con su carácter abierto, la seguridad está a cargo de carabineros principalmente, aunque haya tránsito eventual de vehículos de seguridad ciudadana de la comuna. En este caso las formas de protección aparecen especialmente y con frecuencia como acciones de vigilancia ante un potencial sospechoso. Un fragmento de las notas de campo del investigador a cargo muestra con claridad la naturaleza y característica de las interacciones con los agentes institucionales en la calle.
Hacia el sector norte del parque me doy cuenta de la presencia de carabineros en sus motos revisando a tres personas aparentemente enjaranadas (sic). Me senté y al parecer fijé mucho mi atención en ellos, pues luego de revisarlos a ellos, una moto llega rápidamente cerca mío, preguntándome qué estoy haciendo en tono inquisitivo y soberbio. Dado que no tenía algo de lo que sospechar, se van. Siguen su camino por el parque, desplazándose en sus motos. Dan miedo, se mueven entre las áreas verdes, donde hay niños y mascotas. Cuando ven a alguien sospechoso lo rodean entre tres motos. Rompen con el equilibrio y la tranquilidad del parque. Son autoritarios. Buscan entre las personas que están en el pasto a alguien que esté haciendo un acto delictivo. Paran a un grupo donde había un inmigrante y también a un hombre en una cita que usaba buzo. Mientras están en «búsqueda de su presa», pasa a mi lado una familia, un hombre con una mujer y dos niños, dicen entre susurros y mirando a la policía: «Hijos del gobierno».
La búsqueda del «sospechoso», además de ser en sí misma una forma de trato rechazada por las personas, como lo muestra el comentario enojado de la pareja hacia el final del relato, es una forma de trato en la que factores estigmatizantes entran en acción. Se sospecha y se trata como sospechosos a los jóvenes, a los inmigrantes y a las personas que delatan su proveniencia social a partir de su apariencia, en particular, en este caso, por el uso de ciertas prendas de vestir (buzo).
El Parque Bicentenario, por el contrario, da un buen ejemplo de la otra forma de interacción y de trato de los actores de seguridad mencionada al comienzo de este apartado: aquella del cuidado. El Parque Bicentenario está situado en la comuna de Vitacura, una de las más ricas de la ciudad. Es un parque de tipo cerrado, en el sentido que tiene sus límites definidos, en términos concretos edificados ya sea por rejas o muros, y por tanto el funcionamiento de instituciones o agentes de seguridad está definido en su interior. En este caso, como en el de otros parques cerrados como el Parque O’Higgins o Quinta Normal, es la institucionalidad municipal la que se hace cargo del parque, pero en éste más que en ningún otro, la presencia de esta institucionalidad es masiva. El logo de la municipalidad está distribuido por todo el parque. Aún más, la municipalidad se encuentra anexada, por lo que el parque aparece como si fuera un jardín propio. Este parque se revela como un espacio en el que la relación de los responsables de la vigilancia con las personas emerge como de protección. Por un lado, asegurando todas las posibilidades de control interno, ya que tiene muchas cámaras de seguridad en su interior, así como un completo juego de luces para la noche que redunda en la impresión de que no hay sitios oscuros, al contrario de lo que ocurre en el Parque Quinta Normal, donde al caer la noche se dificulta la visión y la gente se retira en masa. Adicionalmente, el fin de semana los guardias del parque utilizan un chaleco reflectante y se mueven en carros de golf, sin interferir en las actividades de las personas ni interpelarlas de manera constante. Entregan, así, un sentimiento constante de seguridad a los y las visitantes, preferentemente personas de la comuna reconocibles por su apariencia exterior. Por otro lado, esta impresión se logra a partir de una división en la que el público asistente es mayoritaria y preferentemente tratado como objeto de protección, lo que implica situar a los «sospechosos» en «otro lado», como lo revelan los letreros que pueden encontrarse en su interior y que estimulan a las personas a que cada uno «sea un vigilante más».
De este modo, si la relativa ausencia de los actores de seguridad abre la puerta a una situación en la que reina la ley del más fuerte y por tanto da espacio para un conjunto variado de desigualdades interaccionales, los modos de enfrentar la cuestión de la seguridad, según sector social, abren un abanico de experiencias de desigualdad interaccional en las personas, quienes, ya sea por edad, por nacionalidad, por color de piel o por clase social, terminan por convertirse más que en el objeto de la protección, en el objeto de sospecha e interpelación.
El cuidado, traducido en términos de protección como un bien que debería ser común e igualitariamente repartido, se revela vinculado con un campo de experiencias de desigualdad en razón de la pertenencia a uno u otro sector socioeconómico. Estas experiencias se nutren, de manera privilegiada, de las formas de interacción entre los actores responsables de la seguridad y las personas. Las formas de trato que se reciben testimonian un reparto desigual del cuidado y de la protección y, en esa medida, de los procesos de estigmatización en marcha en la sociedad.
Las calles, la desigualdad interaccional y la sociedad
Las experiencias en las interacciones ordinarias y cotidianas son un espacio privilegiado para poner a prueba el vigor y la vigencia del principio de la igualdad en su afán de modelar las relaciones sociales. En estas interacciones, los individuos hacen la experiencia de la eficiencia, plausibilidad y modos de cristalización de la igualdad en las lógicas relacionales de la sociedad. Esta experiencia aporta a definir las orientaciones de su acción en el futuro. Al mismo tiempo, por intermedio de esta experiencia, los individuos son confirmados o desautorizados respecto de las formas de entenderse a sí mismos y al mundo social, pero también de sostenerse (vía dignidad, auto-respeto, etc.) y actuar (hacer uso o no de «pitutos», por ejemplo) en él. De este modo, la creencia en la igualdad (su fortaleza como ideal), su destino en la modelación de las relaciones sociales, su efecto para las orientaciones de la acción individual y su peso incluso en el bienestar personal pasan de manera importante por lo que se juega en el ámbito interactivo.
Un ejemplo puede servir para aclarar lo hasta ahora señalado. Si voy a un servicio de salud y no importando cuál sea la magnitud de mi sufrimiento, mi turno de atención se ve alterado por la llegada de una persona conocida por el médico tratante, es evidente que hay allí una experiencia que afecta mi expectativa de un trato justo e igualitario. La experiencia decantará, con probabilidad, en un saber sobre lo social en el que la lógica de los privilegios, ya sea por apellido, por recursos económicos o por apariencia, es una lógica activa que funciona ordenando el paisaje interactivo. Digamos que la experiencia topa con mis expectativas, con mis ideales igualitarios, y al hacerlo tiene un efecto de erosión. En esa misma medida, al chocar con mis ideales me devuelve una imagen de mí que afecta mi dignidad –aspecto en el que se ha concentrado el trabajo de Honneth (1997)–. Pero, más todavía, ella también contribuye a definir la dirección de mis estrategias de acción en el futuro y las formas en que las legitimaré. Puedo, así, por ejemplo, en otra situación futura, hacer uso de los privilegios que pueda movilizar, aunque ello vaya contra los ideales de trato igualitario que pueda tener, legitimando ahora mi acción con lo que la experiencia me ha mostrado sobre las lógicas sociales en acción («ya sé que no debería hacerlo, pero si no lo hago no lograré nada en una sociedad como ésta porque es así como funciona»).
Por eso, si no resulta extraño que las experiencias en las interacciones sociales ordinarias sean el espacio privilegiado de la verificación de igualdad, tampoco lo es que las experiencias en ellas resulten tan decisivas para los juicios y representaciones desde las cuales se produce la imagen de la sociedad en la que vivimos, pero también a partir de las cuales se define la adhesión o no al colectivo. Las interacciones sociales son una fuente privilegiada de insumos para los juicios acerca de la justicia efectivamente actuante en la sociedad y, por ende participan en establecer la magnitud del apego o desapego a ella. Finalmente, estas experiencias de desigualdad no sólo revelan lógicas sociales e intervienen negativamente en los montantes de adhesión al colectivo, sino que además aportan al desarrollo o a la preservación de cursos de acción que erosionan el ideal normativo de la igualdad. En la sociedad chilena, de manera específica, la disonancia entre la expectativa ideal de igualdad, de un trato igualitario a nivel de las interacciones con otros y con las instituciones, y las lógicas sociales que se generan en las experiencias