Framers. Viktor Mayer-Schonberger
Читать онлайн книгу.un sinsentido a nivel abstracto. La respuesta depende del contexto en que se utilice el mapa y de la finalidad que tengamos. Con los marcos ocurre exactamente lo mismo. No hay ningún marco que sea bueno per se. Depende de la situación y de nuestra intención. Una vez escogemos un marco y lo aplicamos se nos abren varias opciones. Si no nos decidimos a aplicar ningún marco, podemos acabar discutiendo eternamente sin pasar a la acción. Escoger y aplicar un marco (es decir, convertirnos en enmarcadores) es lo que sienta las bases para que podamos tomar una decisión y entrar en acción.
Los estadounidenses están muy familiarizados con el término enmarcadores debido a las lecciones de historia del colegio. Lo utilizan para referirse a los hombres (y, por aquel entonces, solo a los hombres) que redactaron la Constitución de los Estados Unidos.12 Se les llamaba “enmarcadores” porque estaban creando un “marco de Gobierno”. La palabra está muy bien escogida, ya que la Constitución de los Estados Unidos es efectivamente un marco que define y delimita las instituciones y los procesos del Gobierno. Este documento fue el resultado de una serie de debates intensos entre dos bandos clave sobre distintos modelos de gobierno que se alargaron durante meses en el verano de 1787.
Los federalistas abogaban por un modelo de gobierno fuerte y centralizado con un presidente ejecutivo poderoso, un Estado de derecho firme y unos derechos estatales limitados. Su marco centraba la atención en lo que necesitarían para construir un Estado nacional fuerte que pudiera llegar a convertirse en una gran potencia. El marco que proponían era “federal” porque el poder se traspasaba de arriba abajo, no “confederado”, un modelo en el que el poder proviene de los elementos que lo componen. Por el contrario, los antifederalistas querían un centro débil, un modelo de gobierno más descentralizado, garantías para los derechos individuales y una democracia más directa. Su marco priorizaba la creación de unas democracias locales fuertes que pudieran unir fuerzas y defenderse entre ellas ante cualquier amenaza externa.
Al igual que sucede con los mapas, ninguno de estos dos marcos es inferior per se; cada uno tiene sus pros y sus contras y cualquiera de los dos podría ser adecuado en ciertas circunstancias. Todavía hoy en día estos dos modelos mentales siguen estando en el centro del debate sobre cómo gobernar las repúblicas democráticas. Más de dos siglos después, al otro lado del Atlántico, las naciones europeas siguen utilizando marcos similares en el debate de si la Unión Europea debería ser un demos (un pueblo unido con un centro fuerte) o un demoi (un conjunto de pueblos con una forma de gobierno más descentralizada).
La existencia de múltiples marcos contrapuestos puede provocar debates interesantes y suscitar una gran variedad de opiniones diversa. Pero cuando se puede aplicar más de un marco (cosa que suele ocurrir a menudo), elegir cuál es el más adecuado para la situación en cuestión resulta muy complicado. Tomar esta decisión requiere tener un buen conocimiento de los objetivos y del contexto en que se quiere aplicar el marco. Hay mucho en juego.
la enmarcación errónea y las catástrofes
Enmarcar erróneamente puede llegar a ser catastrófico. Para darnos cuenta de la importancia que tiene escoger el marco adecuado vamos a examinar cómo los expertos y los políticos gestionaron dos pandemias distintas.
Cuando en primavera de 2014 hubo un brote del virus del ébola en África Occidental, convocaron a expertos de todo el mundo para que lo estudiaran y ayudaran a contenerlo. Las dos organizaciones principales que acudieron fueron la Organización Mundial de la Salud (OMS), una organización de las Naciones Unidas, y Médicos Sin Fronteras (MSF), un grupo de ayuda internacional. Los expertos de ambas organizaciones sabían que su primera arma para librar esa batalla era la información. Pero a pesar de tener los mismos datos, sacaron conclusiones completamente opuestas. Y no es que sus análisis fueran erróneos, sino que utilizaron marcos distintos para valorar la misma situación, cada uno basado en una perspectiva diferente de las circunstancias del brote y de su futura propagación.
La OMS basó su modelo en un marco histórico. Viendo el número relativamente bajo de casos de ébola, pensaron que el brote de 2014 sería muy similar a los que ya se habían producido anteriormente en la región y se habían logrado contener a nivel local. La OMS predijo que el brote sería limitado y aconsejó no tomar medidas internacionales drásticas. Por el contrario, MSF valoró los brotes desde una perspectiva espacial. El virus se había propagado por varios poblados que estaban relativamente alejados entre sí y que además estaban situados a lo largo de la frontera con otros tres países. Debido a esta observación, MSF llegó a la conclusión de que el virus seguramente se había propagado más de lo que los datos indicaban. Y por eso la organización abogó por tomar acciones rigurosas de inmediato.13
En el fondo las tensiones se originaron debido a que habían conceptualizado la crisis de manera diferente; unos creían que el brote estaba centralizado y otros que se había propagado. Aquella plaga corría el riesgo de acabar convirtiéndose en una catástrofe mundial. Ya habían muerto cientos de personas, pero estaban en juego las vidas de cientos de millones más. Al principio la OMS ganó la discusión y solo se adoptaron medidas locales. Pero la rápida expansión del ébola acabó confirmando la visión alarmista de MSF. Entonces se desató el pánico a nivel mundial. (Donald Trump, que por aquel entonces era un promotor inmobiliario convertido en estrella de televisión, tildó al presidente estadounidense Barack Obama de “psicópata” por no querer cancelar los vuelos provenientes de África Occidental y tuiteó: “¡no los dejéis entrar!”, (aunque en realidad no había ningún vuelo directo entre esas dos regiones).14 Solo las medidas extraordinarias que tomaron los Gobiernos consiguieron contener la propagación y, finalmente, la crisis acabó disminuyendo.
Avancemos ahora hasta 2020. Cuando las autoridades sanitarias públicas detectaron un nuevo tipo de coronavirus a principios de ese mismo año, todavía no estaba muy claro a qué tipo de enfermedad nos estábamos enfrentando. Hasta entonces se conocía la existencia de siete tipos de coronavirus que podían afectar a los humanos con una gran variedad de tasas de contagio y letalidad. Algunos tipos simplemente causaban un resfriado común. Otros, como por ejemplo el SARS (que afectó a Asia del 2002 al 2004) y el MERS (que afectó a Oriente Medio en 2012), demostraron provocar síntomas más graves, tener periodos de incubación más largos y causar tasas de letalidad del diez por ciento y el treinta y cinco por ciento respectivamente.15 Sin embargo, el mundo ya había sufrido brotes de coronavirus anteriormente y todos habían sido sofocados, igual que el ébola.
Quizá fue precisamente por este motivo que al principio los países no tenían claro si debían hacer saltar las alarmas por el descubrimiento del SARS-CoV-2 y de la enfermedad que provocaba, el COVID-19. China cerró la ciudad de Wuhan, una acción sin precedentes que parecía algo que solo un régimen autoritario querría y podría emprender. En Italia los casos empezaron a multiplicarse antes de poder percibir la gravedad del asunto. Los hospitales de la región de Lombardía se vieron tan sobrepasados que llegó un punto en que los médicos fueron obligados entre lágrimas a sedar a los pacientes de más de sesenta años para que murieran sin dolor, y conservar así los limitados recursos médicos para los más jóvenes.16
Todos los países tenían los mismos datos, al igual que había ocurrido con la OMS y MSF en 2014. Y al igual que en el caso del ébola, la manera en que los países enmarcaron inicialmente el COVID-19 afectó las opciones que concibieron, las acciones que emprendieron y cómo les fue al principio de la crisis. Las respuestas de Reino Unido y de Nueva Zelanda en particular son un buen ejemplo para demostrar que escoger marcos distintos produce resultados diferentes.
Nueva Zelanda enmarcó el COVID como si fuera SARS y decidió optar por una estrategia de erradicación. A pesar de que el país no había estado afectado anteriormente por el SARS, sus funcionarios se reunían a menudo con sus homólogos de los países vecinos que sí que se habían visto muy afectados por el virus, como por ejemplo Taiwán y Corea del Sur, y que habían creado unas políticas y unos sistemas para monitorizar enfermedades muy efectivos. Por consiguiente, al principio del brote del COVID-19 las autoridades sanitarias de Nueva Zelanda enseguida se pusieron en modo catástrofe. La primera ministra Jacinda Ardern decidió que era mucho mejor reaccionar de manera desproporcionada que no quedarse cortos. “Actualmente tenemos 102 casos, pero seguro que en algún momento Italia tuvo el mismo número