Del fracaso al éxito. Arturo Crosby

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Del fracaso al éxito - Arturo Crosby


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rural que se orienta de manera prioritaria a la diversificación económica como estrategia clave y en la que el turismo y el ocio han aparecido como sectores prioritarios.

      Cabría preguntarse también si podemos seguir afirmando que el medio rural existe como realidad sociocultural. Los cambios de las sociedades tradicionales y la influencia de una serie de inputs que recibimos de manera constante hacen que nos orienten hacia una socialización en lo urbano y a una imitación de sus formas de vida y comportamiento. Si finalmente el modelo de vida al que aspiramos es el urbano, el medio rural, al menos como lo concebíamos hasta ahora, no puede competir. No queremos decir, ni mucho menos, que las sociedades que hemos venido definiendo como tradicionales sean el modelo a establecer. Afortunadamente, en la actualidad algunas situaciones de penuria crónica de nuestros pueblos han desaparecido. Pero el cambio que se ha producido ha experimentado una tendencia hacia la imitación de lo urbano. Los impactos culturales e informativos que recibimos llevan siempre una importante carga urbana, entorno que se asocia más o menos conscientemente con la modernidad y el progreso. Mientras se consolida una imagen, por otro lado, completamente falsa, de que en los pueblos se mantiene una especie de bucólico pasado no exento de una cierta rusticidad y tipismo. Algunos anuncios publicitarios que todavía podemos ver con frecuencia (y en mi opinión de manera bastante desafortunada) nos muestran una imagen simplona y atrasada de los espacios y culturas rurales, lo que, lejos de ser una anécdota, nos muestra una mirada todavía muy sesgada.

      Este proceso de aculturación es complejo, pero provoca dos efectos muy importantes. Por un lado, una falta de sentimiento de pertenencia al entorno, que pasa a ser un tanto anónimo e intrascendente: somos altamente globales. Y «lo que queda de este sentimiento de pertenencia tiene más que ver con la nostalgia que con el futuro que hay que inventar...» (Vachon, 2001: 72). Como consecuencia, hay un desinterés por la vida comunitaria, por la motivación de impulsar un esfuerzo colectivo en la realidad de un entorno que de alguna manera es compartido y, por tanto, solidario. Esfuerzo colectivo que probablemente haya sido hasta ahora uno de los elementos fundamentales de la identidad del medio rural, situación que se ve catalizada además por la pérdida de capacidad de decisión de las comunidades rurales sobre su propio entorno y su propia realidad, como hemos comentado anteriormente.

      Debemos cuestionarnos cuáles son las diferencias socioculturales reales entre el espacio rural y el espacio urbano; cómo definiríamos en el siglo xxi lo rural y cómo vamos a plantear el imprescindible diálogo rural-urbano.

      Estamos pues ante un grave problema, muy complejo y de nada fácil resolución.

      La despoblación causa y consecuencia

       de la desvitalización rural

      Las causas de la despoblación rural se achacan siempre a una serie de factores relacionados con la lejanía y el aislamiento geográfico, la economía y la oferta laboral, la deficiente dotación de bienes y servicios y a las dificultades para compatibilizar la vida familiar —sobre todo en lo que se refiere a la oferta educativa y de ocio de los niños y jóvenes—. Es decir, aspectos todos ellos relacionados con la calidad de vida. La percepción de una pérdida de calidad de vida empuja de manera irremediable a la población a buscar nuevos horizontes.

      Durante los siglos xix y xx, en especial en su segunda mitad de este último, la población de los pueblos decide marchar a las ciudades de manera masiva a buscar mejor fortuna. El efecto de esta emigración ha sido demoledor. En primer lugar porque la población que emigró, sobre todo juvenil, buscó un mejor porvenir en los espacios urbanos; la consecuencia fue un paulatino envejecimiento de la población rural. También porque un colectivo que suele emigrar de forma más rápida es el de las mujeres, lo que provoca un importante crecimiento de la tasa de masculinización. Y estos dos factores generan un descenso en la tasa de natalidad y por consiguiente un crecimiento vegetativo muy reducido (incapaz de cubrir el déficit migratorio) o negativo. Al final, un problema que se retroalimenta complicando más si cabe la situación demográfica de los espacios rurales (Pinilla& Sáez, 2017). Esta situación genera un empeoramiento (más si cabe) de la economía, ya que la pérdida de población, y la comentada falta de jóvenes en los territorios, limita por un lado la capacidad de emprendimiento y por otra la disponibilidad de mano de obra, lo que dificulta la puesta en marcha de nuevas actividades, con lo que entramos en un peligroso proceso de decadencia general del territorio. Esta pérdida de población trae aparejada igualmente una disminución de los servicios. La reducción de la población limita a las administraciones la dedicación de recursos para la inversión en estos servicios generales que, en gran medida, se condicionan por el volumen de la población receptora de los mismos, empeorando así los niveles de calidad de vida del medio rural. Consecuencia de todo ello: un desánimo general en las pequeñas comunidades locales y la falta de motivación a la hora de promover o impulsar medidas que favorezcan la reversión de la situación. Situación que a su vez genera un proceso cíclico que se retroalimenta y que es terriblemente complejo de romper. En el momento actual sería casi imposible determinar qué es lo primero. Se trata de un ciclo de desvitalización de la vida local (Vachon, 2001: 71) que ya se ha instalado de manera estructural y en el que cada punto crítico refuerza a los demás.

      Figura 1: El ciclo de desvitalización del medio rural

      Fuente: Vachon, 2001

      Otros factores se suman a este proceso de decadencia del espacio rural. Por un lado, una menor capacidad de poder gestionar el territorio por una derivación de los centros de decisión a los grandes centros urbanos. Allí residen las grandes estructuras administrativas que son las responsables de la toma de las decisiones estratégicas en lo que afecta al territorio. La capacidad de decisión endógena se ve limitada y se percibe que el territorio es ordenado desde fuera, desde lo urbano. Pero esto no es solo una percepción, es en gran medida, una realidad. Son numerosos los organismos que tienen las competencias reales sobre el territorio (medio ambiente, confederaciones hidrográficas, carreteras y servicios de comunicación, planificación urbanística y ordenación del territorio, solo por poner algunos ejemplos). Son entidades alejadas de la realidad rural y su problemática endógena, pero cuyas decisiones inciden de forma determinante en la estructura de la misma. En muchas ocasiones sus prioridades de decisión, como ya se ha apuntado, están mucho más condicionadas por las necesidades urbanas que por las realidades y demandas de la sociedad rural. Por otro lado, afectan también los cambios experimentados en el sector primario, en la forma de vida tradicional (e incluso elemento que condicionaba su definición) en los espacios rurales. No podemos entrar aquí a analizar en profundidad este complejo asunto, pero sí apuntaremos algunas cuestiones relevantes para el tema que nos ocupa. La mecanización del campo hace que la demanda de mano de obra se reduzca de manera drástica. Junto a esto nos encontramos con la situación, al menos en países como España, un tanto paradójica de que en ocasiones y para determinados cultivos falta mano de obra. Situación que es cubierta generalmente por población inmigrante. También, por efectos de la globalización, los mercados agrarios y la dependencia alimentaria se desvinculan del territorio. A esto podemos añadir los cambios en la distribución y comercialización de los alimentos y su concentración en grandes grupos y, al menos en el entorno español y europeo, el estancamiento o regresión de los precios de los productos agrarios que obliga a un incremento de producción por explotación para poder mantener los niveles de ingresos. Por último, a nivel europeo, los condicionantes de la política agraria comunitaria, la conocida PAC y, entre otras cuestiones, sus políticas de ayudas. Se produce igualmente una concentración de la propiedad y es necesario abordar grandes inversiones a la hora de poner en marcha explotaciones agrarias o ganaderas. La incorporación de nuevos agentes al sector agrario se vuelve cada vez más complejo. Y, por último, apuntar que la residencia en el espacio rural y la dedicación a la agricultura sea cada vez un factor más independiente; así, son cada vez más los agricultores absentistas que, residiendo en las ciudades pueden manejar sus explotaciones sin especiales dificultades, situación que ya nos encontramos de manera habitual en muchos territorios.

      Pero hay que plantearse además otros factores, quizá más intangibles, pero no por ello menos importantes que influyen


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