Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén (Salmos 137:1-6).

      Sí, es una reacción diferente; pero no es incompatible con el mensaje del Señor por medio de Jeremías. Quizás hubo momentos en que Daniel y sus amigos lloraron, y les resultó difícil cantar con entusiasmo. Habría sido muy extraño que esto no sucediera. En definitiva, la nostalgia era tan real como lo es hoy. La obediencia al mensaje de Jeremías no significaba olvidar Jerusalén y todo lo que representaba. Inevitablemente, muchos de Judá terminaron haciéndolo; pero Daniel y sus amigos no olvidaron su identidad nacional y espiritual. Buscaban el bienestar de Babilonia viviendo en esa ciudad como sal y luz para Dios. Esa postura significaba atreverse y protestar contra la visión del mundo que subyacía en el sistema babilónico y enfrentar las consecuencias. No significaba olvidar a Jerusalén o no lamentar su destino.

      El lenguaje de la protesta

      ¿Qué hacemos nosotros hoy? Si estamos convencidos de la visión bíblica del mundo, ¿no deberíamos protestar contra el secularismo occidental que amenaza con tragarnos? ¿No deberíamos actuar contra la noción de que el ateísmo es la única posición intelectualmente respetable? Claro que pudiéramos hacerlo. Pero en ese caso, debemos usar el lenguaje de la protesta con sumo cuidado, porque nuestro mundo está lleno de protestas violentas y crueles que dañan y destruyen la vida de millones de personas. Necesitamos recordar siempre (como lo hicimos en el capítulo 3) que Cristo prohibió la violencia para imponer la verdad, algo que la violencia de todos modos no puede hacer.

      La batalla diaria del cristiano, que sí es una batalla, es el mismo conflicto no violento en el que Daniel protestaba, y que tiene lugar en el pensamiento: en el reino de las ideas y las cosmovisiones, no en el ámbito militar. El apóstol Pablo lo describe así:

      Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo… (2 Corintios 10:3-5).

      Observamos que el énfasis aquí está en el argumento bien fundado. Los primeros apóstoles cristianos, razonaban con las personas dondequiera que iban: en las sinagogas, en las plazas del mercado y, si tenían la oportunidad, dialogaban en las salas de conferencias académicas del mundo (ver Hechos 17:2, 17; 18:4; 19:9-10). La palabra griega apología, de donde proviene el vocablo «apologista», significa «defensor». Es importante entender esto porque el Nuevo Testamento no hace distinción entre evangelismo y apologética; cualquier evangelismo significaba defender el evangelio. Los primeros cristianos con frecuencia enfrentaban objeciones a su mensaje. A menudo, los malinterpretaban y los acusaban de predicar revoluciones políticas, de promover el antinomismo, o de introducir dioses extranjeros. Así que, para despejar el camino del evangelio, tenían que derribar las barreras en la mente de las personas. Para hacerlo se reunían con ellos, respondían a sus preguntas, y defendían el mensaje cristiano contra los malentendidos, la tergiversación y la difamación. De hecho, fue (y es parte) del poder convincente del mensaje cristiano el dar respuestas creíbles. Lo que desarrollaban estos hombres y mujeres era un «evangelismo persuasivo».10 Aquí está la esencia del testimonio cristiano que estamos llamados a dar.

      Una llamada al compromiso

      Ahora bien, como la batalla es de esta naturaleza, requerimos una seria preparación para pelearla. Ya hemos visto el prerrequisito más importante: ser fieles a Jesucristo y demostrar que lo somos al tenerlo en nuestros corazones como Señor. Pero hay más; porque no solo necesitamos la lealtad moral, sino también la intelectual y la espiritual.

      Quizá comprendamos mejor qué es lealtad moral, si conocemos aquello que amenaza la integridad moral. Pero ¿qué se entiende por lealtad intelectual y espiritual? Pablo se lo explica a los corintios de esta manera:

      Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis (2 Corintios 11:2-4).

      El apóstol estaba preocupado por el compromiso intelectual y espiritual que tenía con Cristo. Las imágenes que usa son elocuentes. Habla del desposorio: la relación entre un hombre y una mujer antes del matrimonio en el mundo antiguo. Era mucho más fuerte que a lo que hoy llamamos compromiso. El desposorio era parecido al matrimonio, ya que solo podía disolverse a través del divorcio. Antes de que una mujer se desposara podía considerar a todos los posibles pretendientes; pero cuando ya lo estaba, cuando había «dado su palabra de fidelidad», se consideraba inmoral que sus ojos o su corazón miraran a otro. Significaba una deslealtad a su futuro esposo.

      La analogía es muy acertada. Los cristianos de la Corinto pluralista y politeísta habían entregado sus vidas a Cristo; lo habían aceptado como Señor en sus corazones y le habían jurado lealtad solo a Él. Al menos, eso es lo que afirmaban. Pero Pablo estaba preocupado por los crecientes rumores de que su lealtad había sido socavada. Había sido pura, es decir, exclusiva en su enfoque, con Cristo como su único objeto. Sin embargo, otras voces que no estaban contentas con el cristianismo histórico, habían comenzado a reclamar la atención de los cristianos de dicha ciudad, y algunos de ellos estaban sucumbiendo bajo estas ideas nuevas y embriagadoras.

      A lo largo de la historia ha ocurrido lo mismo. Tarde o temprano llegarán los innovadores con sus «reinterpretaciones» del evangelio. Su mensaje presentará a otro Jesús, uno carente de singularidad y Deidad, reducido al nivel de todos los demás maestros, por grandes que sean. O, tal vez, otro espíritu, que intenta fusionar el evangelio con el animismo o el espiritismo. Quizás otro evangelio, que confunde la verdadera base de la relación con Dios únicamente a través de la fe en Cristo, pervirtiendo la verdad al elevar el mérito humano, y sacarle provecho. O torcer el mensaje para permitir la inmoralidad bajo el disfraz del «amor». La lista es extensa.

      Hoy día, en nombre de la tolerancia, la singularidad de Cristo y de muchas doctrinas que definen el cristianismo enfrentan ataques como nunca antes. Bajo tal presión, es fácil empezar a coquetear con ideas teológicas desleales a Cristo. Muchos, en los bancos, detrás del púlpito, y en la universidad teológica han sido tan bombardeados por el pensamiento de la ilustración pseudocientífica que ya no creen en la preexistencia de Cristo, su concepción sobrenatural, sus milagros, su resurrección y su ascensión, y se han entregado a un agnosticismo ambiguo.

      Todos necesitamos examinar de vez en cuando la salud de nuestra lealtad intelectual y teológica a Cristo, y solo podemos hacerlo al escudriñar constantemente la Biblia. Es muy fácil olvidar cómo la Escritura llegó a nuestras manos. John Wycliffe y William Tyndale trabajaron duro y en condiciones muy peligrosas para entregarnos la Biblia en inglés. Tyndale fue quemado vivo en Bélgica por la traición de un coterráneo suyo. Cranmer, Ridley y Latimer fueron quemados vivos en Oxford. Estos valientes hombres estaban decididos a entregarles la Escritura a las personas. Sus esfuerzos encendieron un fuego en los corazones de hombres y mujeres en todo el mundo, estimulando e inspirando, incluso a los más humildes, a estudiar la Biblia por su cuenta y escuchar la voz de Dios, en vez de inclinarse ante alguna autoridad eclesiástica externa y opresora. ¿Qué pensarían si vieran las Biblias, ahora disponibles gracias a sus sacrificios, en las estanterías sin que nadie las lea?

      A todos nos gusta estar en contacto. Es por eso que hoy los teléfonos móviles superan en número a las Biblias en las manos y los bolsillos de los cristianos en todo el país (¡aunque los teléfonos tienen Biblias en ellos!). Pero, aunque sea importante escuchar a los demás, nuestra prioridad es escuchar a Dios. Al menos, es uno de los retos de la vida de Daniel.

      CAPÍTULO 7

      LA FORMA DE LA PROTESTA

      Daniel


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