Contra la corriente. John C. Lennox

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Contra la corriente - John C. Lennox


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de Pedro existía temor a una reacción hostil y quizás violenta contra el mensaje cristiano. De seguro, el temor no estaba lejos de las mentes de Daniel y sus amigos. Como ya hemos visto, conformidad era el nombre del juego en Babilonia, nadie querría atraer la atención por tener algún distintivo religioso. Sin embargo, los estudiantes estaban pensando hacer un movimiento que, por lo menos, provocaría interrogantes, y quién sabe qué más. Tiene que haber sido un momento difícil. Aun si nunca hemos experimentado hostilidad violenta, el temor es algo que podemos identificar con facilidad si hemos hecho algún intento de expresar de manera pública nuestra fe.

      ¿Qué fue lo que fortaleció los corazones y mentes de Daniel y sus amigos, que tuvieron el coraje para vencer el temor natural a lo desconocido? Con seguridad fue el hecho de que apartaron a Dios como santo en sus corazones. Ellos habían puesto a Dios como el único director de sus vidas. Eso es exactamente lo que Pedro expresa que debemos hacer. Para combatir nuestras ansiedades y prepararnos para dar respuesta a aquellos que pregunten, en primer lugar, debemos poner a Cristo como Señor en nuestros corazones. De hecho, ¿cómo puede haber convicción y poder en nuestro evangelismo sino es así? Ciertamente, es por lógica espiritual elemental que si deseamos persuadir a otros de que Dios es real y de que es posible tener una relación viva y significativa con Él, nosotros debemos ser en lo personal fieles a Dios y a Su Hijo, y ajustar nuestras vidas para ser consistentes con nuestra confesión cristiana fundamental, «Jesucristo es Señor». Daniel sabía que contaminarse podía arruinar su relación con Dios y destruir su testimonio personal. Y lo mismo sucede con nosotros.

      Daniel también sabía que Dios con mucha frecuencia le había advertido a Israel a través de Moisés y de los profetas que le sucedieron, del peligro de contaminarse con las prácticas de ciertas culturas paganas vecinas; en particular, los cananeos, conocidos por su inmoralidad, infanticidio (sacrificio de niños) e idolatría. En el Nuevo Testamento, Dios nos alerta de peligros similares. Ninguno de nosotros estamos exentos de la presión de las tentaciones de un mundo al que no le interesa Dios. Si somos honestos, no necesitamos que se nos enseñen las cosas que contaminan; las conocemos muy bien, en especial en esta era de Internet en que la influencia diabólica está solo a un clic de distancia. Para servir a Dios debemos luchar contra ellas. Lo que está en riesgo es nada menos que nuestra lealtad a Dios.

      Leyes sobre los alimentos

      Bien temprano en la historia de Israel, Dios comunicó este mensaje al instituir ciertos rituales y leyes ceremoniales. Por ejemplo, el pueblo recibió instrucciones de que no debían comer ciertos alimentos «inmundos». Tales regulaciones hacían inevitablemente que fuera difícil la mezcla de su sociedad con otras culturas. Podemos ver un ejemplo de esto en el relato del Nuevo Testamento de la visita del apóstol Pedro a la casa de Cornelio, el centurión romano (ver Hechos 10). Como judío piadoso apegado a las leyes sobre los alimentos puros, Pedro no hubiera sido capaz de aceptar la invitación de Cornelio. Dios tuvo que prepararlo al darle una visión para recordarle lo que Cristo había enseñado, esto es, que las leyes sobre los alimentos habían sido anuladas. Cristo había señalado el hecho evidente de que la comida no puede en sí misma contaminar a una persona. Su verdadera preocupación era la contaminación moral y espiritual.

       … todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre…

      Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:18-23).

      Por tanto, fue la prohibición de Dios que hizo los alimentos impuros, la que hace que surja la pregunta de por qué las leyes sobre los alimentos fueron instituidas en primer lugar. ¿Por qué no simplemente hablar de la necesidad de evitar las actitudes interiores de la mente que contaminan? Pablo nos da la respuesta en la carta de Gálatas. Nos enseña que, así como en la costumbre antigua un niño tenía un tutor que lo protegía hasta la madurez, para Israel la ley actuó como tutor hasta que Cristo vino. Hay un sentido en el que Cristo trató a la infanta nación de Israel como a un niño, cuidándolo con leyes y regulaciones para las primeras etapas de su desarrollo.

      Si seguimos la analogía podemos ver una posible razón para la imposición de regulaciones que proporcionó una barrera contra la influencia negativa externa. Piense en esto de esta manera: solo una minoría de adultos abusan de los niños. Sin embargo, consideramos sabios a los padres que enseñan a sus hijos a no aceptar nada de ningún adulto que no conocen. De forma similar, no todos los gentiles eran moralmente corruptos en aquella época. Pero un grupo suficiente lo era, de modo que Dios puso una barrera para inculcarle a Israel los peligros del compromiso con la idolatría y sus prácticas acompañantes.

      Ahora, la desventaja obvia con este esquema es que aquellos que están bajo este, pueden caer en el peligroso error de confundir el guardar las leyes y regulaciones con respecto a la limpieza ceremonial exterior, con la limpieza moral real e interior. En consecuencia, ellos pueden comenzar a pensar que son mejores que otros cuando, de hecho, no lo son. Incluso pueden pensar erróneamente que son aceptables delante de Dios sin importar lo malo que hagan (como hicieron algunos en Israel, y tristemente como algunos que profesan ser cristianos hacen en la actualidad); mientras que los gentiles son inaceptables para Dios sin importar el bien que hagan. Por supuesto, esto no tiene sentido.

      Cuando Cristo vino, canceló el sistema de leyes sobre los alimentos (Marcos 7:19), y algo completamente nuevo tomó su lugar. El Espíritu Santo vino a habitar en los creyentes; y les dio el poder interior de resistir la corrupción, de modo que pudieron llevar su testimonio a los gentiles, mezclarse con ellos y aun así resistir las presiones del mal, tanto en su pensamiento como en su comportamiento.7 Sin embargo, las leyes sobre los alimentos estaban en vigor cuando Daniel vivió y, por lo tanto, habrían constituido una fuerte razón para que él y sus amigos rechazaran la comida imperial.

      La segunda razón para su acción tiene que ver con la matanza y preparación de la carne. Las leyes levíticas prohibían comer sangre o productos derivados de esta, sobre la base de que la vida de la carne en la sangre está (Levítico 17:11). Esta regulación se estableció para recordarle a Israel de una manera simbólica la santidad de la vida, pero aquellas leyes de seguro no operaban en la carnicería de Babilonia.

      Una elección: ¿Dios o los ídolos?

      La tercera razón posible para la protesta de Daniel puede haber sido que la comida había sido sacrificada a los ídolos, o de alguna manera había estado involucrada ceremonialmente con el paganismo que caracterizaba la cosmovisión babilónica. En realidad, el texto en sí no menciona la idolatría en ese preciso momento, por lo que muchos piensan que es una especulación sin base para presentar esto como una explicación a la protesta de Daniel. Sin embargo, sabemos que la cultura babilónica estaba cargada de adoración politeísta en una forma única para el mundo antiguo. En su trabajo magistral (1992, pág. 85), Georges Roux escribe:

      Por más de 300 años los dioses de Sumeria fueron adorados por los sumerios y semitas al igual; y por más de 3.000 años las ideas religiosas promovidas por los sumerios desempeñaron un papel extraordinario en la vida pública y privada de los habitantes de Mesopotamia, moldearon sus instituciones, adornaron sus obras de arte y literatura, y se difundieron en todo tipo de actividades, desde las funciones más elevadas de los reyes a las ocupaciones diarias de sus súbditos. En ninguna otra sociedad antigua la religión ocupó una posición tan prominente, pues en ninguna otra el hombre se sentía tan dependiente por completo de la voluntad de los dioses.

      Las bibliotecas y las instituciones educacionales en particular se encontraban adjuntas a los templos en las principales ciudades del imperio. Según los arqueólogos, Babilonia tenía muchos templos en aquella época, cerca de unos 1.000. En la actualidad, la mayoría de los colegios seculares de Inglaterra en las Universidades de Oxford y Cambridge aún tienen una oración en latín que los estudiantes o asociados repiten en las comidas. Sin duda, sería casi increíble si la universidad de Babilonia, permeada como estaba de idolatría, no tuviera rituales paganos durante las comidas. Habría constantes ofrendas y brindis


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